Opinión | Por Hans Röckle


Una de las canciones que, tras la pandemia, sonó con más frecuencia en mis encuentros con amigos, imperceptiblemente, a veces en medio de bizantinas discusiones, es “É preciso dar um jeito, meu Amigo” (“Necesitamos salir de esto, amigo mío”), de Erasmo Carlos. Durante meses y meses estuve prendado de su inicio a lo Deep Purple, del tempo clásico que le sigue, la cadencia suave pero urgente del portugués en la canción. Está en el álbum Carlos, Erasmo, de 1971. Este y Clube da esquina (1972) de Milton Nascimento (y amigos) fueron dos discos omnipresentes, desde mediados de 2022 hasta los primeros meses de 2023.

Por ello, cuando la canción sonó en la película Aún estoy aquí (2024) de Walter Salles1, una oleada de emociones contradictorias acudieron a mí. Suena sobre el homenaje a la cámara de grabación casera que posibilita la memoria familiar en un momento previo a la catástrofe, durante el año de 1970. El homenaje es también  a la cámara analógica del cine: Aún estoy aquí fue filmada analógicamente, y uno de los personajes juveniles realiza filmaciones con una cámara analógica. Ciertas texturas, sobre todo de los rostros de los personajes, delatan esta elección.  

La acción ocurre mayoritariamente en el año del Mundial de México y de Pelé, el año del apogeo de la dictadura militar brasileña y del proyecto económico de la burguesía industrial comenzado en los años 50. La mezcla de esos dos acontecimientos no es ajeno al cine brasileño, la dictadura y el fútbol, aunque Aún estoy aquí ni siquiera menciona el Mundial. El año que mis padres se fueron de vacaciones (2006), de Cao Hamburger, explora esto desde la perspectiva de la infancia, pero no tiene la potencia actoral ni el guion profundamente musical de Aún estoy aquí.  

En la película de Salles, como en Argentina, 1985 de Santiago Mitre, la adolescencia y la juventud son el centro de la mirada de los protagonistas adultos. Por más que resuelvan “cosas de adultos”, la presencia de la niñez y la juventud es el motivo supremo y futuro por el que Eunice Paiva (interpretada por una fenomenal Fernanda Torres) lucha por la justicia. Por eso vuelve a triunfar aquí una cierta potencia pop que emparenta estos productos con el videoclip. Pero Aún estoy aquí apunta más alto que Argentina, 1985, definitivamente.

El motivo por el que Torres viene siendo elogiada es simple y a la vez profundo: la naturaleza demasiado sutil y portentosa (demasiado cotidiana dentro de la historicidad decisiva en la que se halla inmersa, de su actuación como madre de niños y adolescentes) como esposa de un ex congresista opositor preso. Una tarde, de súbito, ve su casa ocupada por las oscuras fuerzas de la represión (unos actores debidamente ominosos), mientras esperan durante toda la noche el supuesto regreso del padre que fue llevado por otros esbirros a un lugar desconocido. Cuando esto sucede, en una metáfora simple, pero ferozmente efectiva, la paleta de colores muda hacia las penumbras: todas las cortinas de la casa están corridas y los pasillos antes llenos de vida comienzan a petrificarse por la pestilencia del susurro,  el silencio, y la amenaza de la muerte. Es la dictadura propiamente dicha que, por fin y tras seis años, llega a la casa de los Paiva, y que para Eunice no tardará en ser la penumbra de la prisión. Es el momento más potente del filme: porque el miedo es patente, el miedo de unas personas que ven cómo unos extraños (que teóricamente deberían estar para defenderlos) toman posesión de su hogar y de su libertad. 

Desde la primera escena, el agua y la playa son, por el contrario, elementos siempre de alegría y purificación para los personajes: tanto la ducha que limpia la suciedad vejatoria de la cárcel como el mar que difumina la miseria humana con su vastedad. Las felices hijas de los Paiva entrando y saliendo de la casa con el cuerpo mojado en los juegos de verano, ignorantes del destino de su padre (mientras Eunice trata  con miedo de sonsacarles alguna información sobre lo que pasa a los militares vestidos de civiles que la retienen), son el futuro de la familia que contrabandea gotas de mar infantil en una casa ocupada por el poder.

Clase media y memoria

Películas como Argentina: 1985 y Aún estoy aquí atestiguan algo que se ha vuelto evidente de un tiempo a esta parte: que las estrategias narrativas de la memoria se están convirtiendo en patrimonio de la clase media o, peor aún, de una fracción muy específica de ella. En Paraguay esto es más evidente, porque la clase media es exigua o no existe en el sentido de Argentina o Brasil, de donde son las películas citadas. Pero resulta sintomático verificar que es a este público que se dirigen las películas —también a los profesionales liberales con influencias a menudo en el mundo académico y periodístico, cuando no político—, porque es un trasunto de este público de clase media y su concepción del mundo el que está representado en la pantalla. No está mal, claro, pero hay que señalarlo como una seña de identidad epocal “débil” de este cine que, en los últimos 25 años, había desertado de la ficción para recalar en el documental en primera persona. Esta estrategia pone el énfasis, al mismo tiempo, tanto en la historia traumática que provoca el trabajo de la memoria como en el contexto presente en el que se mueven los realizadores, muchas veces descendientes de desaparecidos como el caso de Albertina Carri y su icónica Los rubios (2003). Esta distancia es no solo necesaria, sino inevitable para el cine del periodo neoliberal (1980-2010), alejado de la denuncia directa como estrategia generacional. Al parecer la vuelta de la ficción es la de la falta de distancia, no a la manera de los 70 y 80, aunque sí con sus elementos ya acopiados, las miradas antropológica y periodística, por ejemplo. 

Cuando se dio el auge de las películas políticas, durante las dictaduras latinoamericanas a fines de los 70 y durante todos los años 80, la narrativa no hacía un énfasis demasiado obvio en la memoria como tal, es decir, en el discurso, sino en la trama, en los hechos: aquello todavía no era memoria, era una herida sin cicatrizar en un sentido freudiano, o sea, un duelo cuyo trabajo aún no ha hecho más que comenzar. Aquel cine nos dio películas menos “pensadas” (para no olvidar) y más “actuadas”. La trama propia del poder autoritario es la denuncia, en este caso, a veces en sincronicidad con el daño que motiva el filme. Las películas de Costa-Gavras son la esencia de esta tendencia atacada entonces por cierta crítica, por ser más sermón que acción, quizá porque la memoria es discurso por definición: es una construcción objetivada del duelo, por lo que las miradas casi medio siglo después tienen esa trabajada elaboración del lenguaje. 

Con todo, el éxito de películas como Aún estoy aquí y Argentina, 1985 abreva de la potencia (pequeñoburguesa) de sus personajes centrales, incluso del carácter icónico (para cada país de origen) de los actores que los encarnan. También, por supuesto, de la identificación con sus discursos, básicamente democráticos, de una parte de la población en contextos nacionales, todavía, de polarizaciones ideológicas como lo son Argentina y Brasil. Incluso los públicos tanto a favor como en contra de estas películas siguen siendo los mismos que se enfrentaron, con y sin las armas, en las dictaduras de los años 70 y 80.

En la canción de Erasmo Carlos, la voz poética llega de muy lejos tras un camino lleno de obstáculos, “mas enfim estou aqui” (pero al final estoy aquí). Es una síntesis del espíritu de Ainda estou aquí. La generación censurada, perseguida, apresada, torturada, exiliada y asesinada del Brasil de los años 60-80 “al final está aquí”: viva y en la memoria. La generación del compositor carioca fallecido en 2022 se caracterizó por “no ficar calado no conforto acomodado, como tantos por aí” (por no quedarse callada en el solaz acomodado). Como muchos por ahí, y como hoy.


  1. (Nota del E.) Walter Salles Junior, cineasta brasileño nacido en el año 1956. Hijo de Walter Moreira Salles (fundador del Banco Moreira Salles, posteriormente fusionado se llamó Unibanco). Salles Junior es heredero de Itaú Unibanco (del que su hermano es presidente actualmente). Es el tercer director con mayor fortuna del mundo. ↩︎