Por: Pedro Espinoza.
Merecida recordación a propósito de su natalicio y el «Día Nacional de la Guarania» del pasado 27 de agosto.
Escribir sobre el gran Maestro José Asunción Flores (1904-1972) impacta desde la misma pulsión del teclado, no se conoce en tiempos recientes la autoría de algún género musical específico; Flores es la excepción al ser creador de la Guarania.
El Maestro, según sus contemporáneos era de singular modestia, moderado por lo sublime y superior como filosofía de vida de una época. Apasionado por lo que hacía, pulcro en su vestimenta, correcto en el trato, dado sinceramente con su amistad, combativo revolucionario en filas de Partido Comunista como miembro de su Comité Central hasta el último día de su vida. Y como «lo humano tampoco le era ajeno» hasta vivió una tragedia amorosa, con el suicidio de su amada Cholí, a quién la dedicaría luego una obra al recibir la noticia sobre tan triste decisión de la mujer. También fue miembro del Consejo Mundial de la Paz, llegando a ser vicepresidente del organismo.
Sobre su vida, abundan publicaciones y anécdotas. Nuestro pueblo supo reividicar su figura, su trabajo en el campo cultural, su testimonio de indómitos principios, entrega a la causa trabajadora; el «Obrerito» de su inspiración, la historia de nuestra gran nación Guaraní reivindicada en sus poemas sinfónicas de; «Ñanderuvusu» (el Padre primero de la genealogía Guaraní) , «Pyhare Pyte» (Noche Profunda) y «María de la Paz» son sitiales de la creatividad nunca antes alcanzada por la música del Paraguay a nivel internacional en ésta categoría.
Autodidacta, pero de sólido conocimiento en el mundo de la música, con técnicas y teorías transmitidas por destacados maestros de la época, se definía a sí mismo como un humilde apasionado por ésa disciplina artística.
En las últimas entrevistas antes de su muerte en Buenos Aires, reiteró a los jóvenes que el porvenir será de ellos y que la Guarania no es de él, sino de su pueblo, del trabajador que irrumpe con sus pasos firmes las mañanas de la ciudad, del campesino labrador, de las lavanderas, de las trabajadoras del mercado, del indígena, de la niñez con sus barullos.
Flores tenía presente su compromiso militante de seguir trabajando para superar la realidad del despojo y explotación reinante de un modelo injusto, así como las ganas de regresar a su tierra.

Lito Ortiz, un músico amigo de él, mediante su acceso directo a Stroessner, intentó en vano una intermediación para su retorno y radicación en el interior del país, posiblemente, según era deseo de Flores, quedarse en Cerro Corá, para componer las sinfonías únicas sobre la tragedia de la Guerra Grande. Obviamente Stroessner y la brutalidad de su régimen nunca hubiera aceptado un retorno de alguien diametralmente opuesto al modelo de pensamiento mediocre y miserable que la dictadura militar-colorada pretendía seguir imponiendo a nuestro pueblo.
El camarada Flores amaba particularmente lo bello de este mundo, tolerante con el pensamiento diferente al suyo, pero intransigente ante la desigualdad impuesta, las obras «Ñemity» «Ka’aty» «Arribeño Resay» el reto de un «Gallito Cantor» son algunas de sus emblemáticas piezas que sacuden tiranías e injusticias.
La sensibilidad de éste artista revolucionario no hubiera pasado nunca a la historia si no fuera por la mano socialista de los países amigos, como la URRS, los medios de comunicación desde Moscú y los Centros Culturales de los pueblos liberados del yugo capitalista en ese momento, así como los espacios y el respeto ganado en la Argentina y en Paraguay a pese de la persecución impuesta.
Su histórica gira por la Unión Soviética fue trascendental, las grabaciones de sus sinfonías, más proyectos y difusión de nuestra música en los países del Este europeo y la República Popular China, apenas 3 años antes de su temprana muerte el 16 de mayo de 1972 en Buenos Aires, víctima del mal de Chagas y el cruel destierro.
FOTO DE PORTADA: Elvio Romero y José Asunción Flores frente a la tumba de Lenin, en Moscú.
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