«Bueno, lo primero que tenemos que entender es que el Estado no es la solución, el Estado es el problema…Ministerio de Turismo y Deporte: ¡Afuera! Ministerio de Cultura: ¡Afuera! Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible: ¡Afuera! Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad: ¡Afuera! Ministerio de Obras Públicas: ¡Afuera! Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (¿algo bueno del sector privado? No, es público, bueno…): ¡Afuera!  Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social: ¡Afuera! Ministerio de Educación (adoctrinamiento): ¡Afuera! Ministerio de Transporte: ¡Afuera! Ministerio de Salud: ¡Afuera! Ministerio de Desarrollo Social: ¡Afuera! ¿Cómo queda el Estado? Ministerio de Capital Humano, Ministerio de Infraestructura, Ministerio de Economía, Ministerio de Justicia, Ministerio de Seguridad, Ministerio de Defensa, Ministerio de Relaciones Exteriores y Ministerio del Interior. Se acabo el curro de la política ¡Viva la libertad, carajo!…», decía Javier Milei, el actual Presidente de la Argentina, cuando estaba en campaña electoral y se reafirmaba en su condición de principal crítico del Estado, desde posiciones de extrema derecha liberal, cautivando a una gran mayoría de trabajadoras y trabajadores hartos de la politiquería concentrada en la utilización del Estado para enriquecerse y favorecer a familiares, amistades y simpatizantes incondicionales, malversando el dinero producto de impuestos pagados por todas y todos.

La primera vez que escuché esto en el video en cuestión, lo primero que me dije sobre este discurso fue: se parece a Lenin en «El Estado y la Revolución», pero con intenciones totalmente opuestas. Resulta que estaba justo en ese momento leyendo el célebre material del revolucionario comunista ruso y ya pensando en la importancia de publicarlo con un pequeño estudio introductorio para discutir su vigencia, a propósito del centenario de su fallecimiento, ocurrido el pasado 21 de enero.

A cien años de la muerte de Lenin, desde el Centro de Estudios Marxistas Antonio Maidana (CEMAM), nos sumamos con mucha honra y asumimos como un acto de justicia, la recordación de su entrega intelectual y muy práctica a la revolución socialista y a la transición hacia una libre asociación de seres humanos sin explotadores ni explotados, donde el Estado (o dicho de otro modo, un aparato de coerción y represión) ya no sea necesario; es decir, hacia el verdadero comunismo, esa forma de autogobierno y plenas libertades, tantas veces bastardeada desde la clase explotadora y también desde posiciones que se reclaman de izquierda.

Lenin combinó coraje, tenacidad, creatividad, profundidad teórica, ideológica, estratégica y organizativa, además de un extraordinario sentido de oportunidad y una total confianza en la humanidad, en el pueblo ruso, en los pueblos del mundo, para lograr aquella hazaña que asombró al mundo en 1917.

Entendiendo esto y reivindicando, convocando, solicitando a las mayorías trabajadoras tiempo y esfuerzo para estudiar en profundidad y conocer el legado de Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin, para analizar su vigencia y la experiencia de lucha de la alianza obrera, campesina y popular en la Rusia zarista, buscando recuperar la confianza en las mayorías trabajadoras y en su fuerza propia, también me propongo analizar por qué ese discurso antiestatista, propio de las organizaciones revolucionaria y comunistas, fue asumido por liderazgos de extrema derecha, trastornados y farsantes. Y por qué las organizaciones revolucionaras y comunistas dejamos de lado esa crítica al Estado de los explotadores e inclusive pasamos a defenderlo.

Resulta que, este cruce incómodo entre un libero-fascista rabiosa y delirantemente anticomunista como Milei y un revolucionario comunista como Lenin, guarda relación con la esencia del pensamiento desarrollado por Karl Marx en cuanto a crítica al Estado moderno (burgués), tanto en su génesis como en su proyección. Por ejemplo, en oposición a la propuesta estatal burguesa, burocrática, parasitaria e hipócrita, en su conocida obra La Guerra civil en Francia, Marx planteaba una forma de organización de carácter comunal, argumentando que «no había de ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo». Y ante las críticas de aquel momento, entendiendo que la experiencia de la Comuna de París supuestamente era contraria a la centralización de la administración pública en un país, Karlitos sentenciaba que con dicha experiencia y propuesta «no se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el contrario, de organizarla mediante un régimen comunal, convirtiéndola en una realidad al destruir el Poder del Estado, que pretendía ser la encarnación de aquella unidad, independiente y situado por encima de la nación misma, de la cual no era más que una excrecencia parasitaria».

Este fundamento antiestatista en su pensamiento, se expresó en su praxis a lo largo de su vida. Y por esencial y estratégico, lo tomamos en este estudio introductorio a El Estado y la Revolución de Lenin, con la total intención de disputar sentido en el debate sobre la importancia de lo público y lo privado, así como sobre el concepto de libertad, tan cacareado hipócrita y mezquinamente por la extrema derecha en estos tiempos.

El Estado y la Revolución en nuestro tiempo y espacio

Aquella raíz antiestatista siempre fue propia de las organizaciones y movimientos revolucionarios con intenciones de transformar el orden de cosas. Tanto el comunismo como el anarquismo, teniendo importantes diferencias, coinciden en la necesidad de destruir, extinguir, superar esa organización estatal que, según sus experiencias y teorizaciones consecuentes, es el producto de la división de la sociedad en clases sociales con intereses contrarios, donde una de ellas es poseedora de medios de producción y explotadora, y otra, luego de ser despojada de sus medios de producción, pasa a ser explotada. Pero ya a finales del siglo 19 y comienzos del siglo 20, justamente en el marco de la elaboración de este documento por parte de Lenin, se deja ver cómo desde posiciones supuestamente populares y hasta revolucionarias, algunos dirigentes políticos empiezan a tergiversar al marxismo para negar que la principal tarea de las mayorías trabajadoras es la destrucción del Estado moderno burgués y la construcción de una nueva forma de administración y control de los procesos de producción y reproducción material y social.
«Ante tal situación, ante la inaudita difusión de las tergiversaciones del marxismo, nuestra misión consiste, sobre todo, en restaurar la verdadera doctrina de Marx acerca del Estado», nos dice Lenin al iniciar el Capítulo 1 denominado La sociedad de clases y el Estado. Y entonces explica que se ve obligado a recurrir a citas de pasajes decisivos escritos por Marx y Engels, para «probar documentalmente y patentizar con toda claridad la tergiversación de estas ideas por el «kautskismo»2 hoy imperante», comenzando por la clásica obra de Engels, «El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado», de la cual extrae un fragmento referido al Estado como producto de las contradicciones entre clases sociales, donde la clase dominante logra implantarlo como una estructura que se sitúa, aparentemente por encima de la sociedad y proyecta la idea de ser un ente mediador de conflictos para garantizar la convivencia en el marco de supuestos acuerdos presentados como leyes y normas; cuando en realidad es producto de la sociedad dividida jerárquicamente en clases sociales, donde la clase en posiciones de poder, obtiene beneficios perjudicando los intereses de la clase que está siendo dominada. Por eso, la explotada clase trabajadora, si busca liberarse de la explotación debe organizarse y planificar una revolución social, asumiendo como principal tarea inmediata a la misma, la destrucción del Estado. Sin embargo, lo que puede sonar simple en realidad reviste bastante complejidad. no fuese así, sería inexplicable que la clase dominada, siendo mayoritaria, no se rebele y levante contra los explotadores. Una parte poderosa que explica parcialmente esta dominación, y que se desarrolla en el esencial libro de Lenin, es todo el aparato legal represivo compuesto por leyes, cárceles y ejércitos armados (militar y policial), al servicio de la clase dominante para reprimir todo intento de sublevación. Pero no solo el ejercicio de la fuerza y la violencia explícita, física, puede explicar las grandes barreras que dificultan el levantamiento de los sectores explotados y excluidos. Un pilar importante es la construcción de consenso a partir de una universalización de la forma de ver el mundo implantada por los dominadores, que presenta al Estado como una estructura imparcial ubicada, como ya lo hemos señalado, por encima de la sociedad, lo cual es una falsedad.

Si pensamos en el Estado que funciona en Paraguay, sin demasiado esfuerzo podemos entender que defiende los intereses de millonarios y multimillonarios de manera privilegiada, en una pirámide donde el poder económico-político va ubicando en la escala de privilegios, primeramente, a los intereses del capital transnacional e imperialista que subordina y beneficia a dueños de grandes extensiones de tierras, bancos, empresas, industrias; y más abajo a trabajadores formales, informales, desempleados, de la ciudad y del campo, en donde también debemos incluir a micro y pequeños empresarios-emprendedores. Para seguir pensando a partir de ejemplos, este trabajo introductorio se está escribiendo en un momento de ofensiva de las patronales narcomafiosas, con un gobierno funcional a esos intereses y cada vez menos tolerante con cualquier disidencia política, que expulsa a parlamentarios3 y despoja de derechos a las mayorías trabajadoras4, logrando naturalizar el poder de los corruptos y la cultura individualista del «sálvese quien pueda» como única posibilidad a la cual debemos adaptarnos. Tanto el Poder Ejecutivo como el Legislativo y el Judicial, están al servicio de las patronales envueltas en el poder narcomafioso liderado por el presidente del Partido Colorado y presidente de facto del Paraguay, Horacio Cartes. Y este ordenamiento es la continuidad de la tiranía fascista de Alfredo Stroessner, militar corrupto que inauguró todo tipo de tráfico ilegal a gran escala en nuestro país, bajo tutela del gobierno de EEUU, gobierno terrorista del cual la tiranía stronista fue una de sus principales y mejores alumnas.
En el año 1989 cae Stroessner, pero la forma de organización social-productiva es solo sometida a un maquillaje neoliberal-moderno para sofisticar sus formas de de autoritarismo, corrupción, saqueo y explotación, abriendo paso a una libertad de expresión totalmente encapsulada por la dictadura económica, educativa y cultural vigente hasta hoy. De esta manera, la explosión de las redes sociales junto a los medios masivos de comunicación, ha generado una infodemia5 que suma en favor de la ineficacia de la libertad de expresión.

La calidad de parlamentarias y parlamentarios, de jueces y fiscales, así como de los medios de comunicación, da cuentas de este decadente y embrutecedor momento, moldeando una sociedad cada vez más primitiva en cuanto a su individualismo, mezquindad e insensibilidad, desgarrando al ser humano al punto de reducir al máximo sus sensibilidades y afectos, como mucho al núcleo familiar, reforzando la competencia y la violencia como consecuencia del desarrollo «deformador y deformante», al decir de Jorge Luis Acanda González, que tiene el modo de producción capitalista en su fase financiera, hiper-parasitaria, depredadora y decadente.  

De hecho, este escenario tiene explicación desde la teoría marxista y los aportes de sus grandes exponentes. Al respecto del Estado como una síntesis de las formas de relacionamiento y ejercicio del poder en la sociedad, Marx escribe un pasaje en El Capital que dice: «En todos los casos es la relación directa entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos -relación ésta cuya forma eventual siempre corresponde naturalmente a determinada fase de desarrollo del modo de trabajo y, por ende, a su fuerza productiva social- donde encontraremos el secreto más íntimo, el fundamento oculto de toda la estructura social, y por consiguiente también de la forma política que presenta la relación de soberanía y dependencia, en suma, de la forma específica del Estado existente en cada caso».

Marx, Engels y Lenin han insistido en situar al Estado como síntesis de las relaciones de producción en un periodo determinado, entendiendo a las estructuras como expresiones concretas y dinámicas de esas relaciones entre seres humanos. En el caso paraguayo podemos analizar aquel momento político de gran relevancia, que fue la Convención Nacional Constituyente, entre diciembre de 1991 y junio de 1992, en la cual se elaboró la nueva Constitución Nacional, reivindicando el carácter de Estado social de Derecho, la democracia representativa, participativa y pluralista, además de reconocer la libertad religiosa, la de culto y la ideológica, sin que ninguna religión sea oficial para el Estado paraguayo. A esto le sumamos el reconocimiento del derecho a la vida, el derecho de los pueblos indígenas sobre sus territorios, el acceso a la tierra, a la vivienda, al trabajo en condiciones dignas y justas sin discriminación por motivos étnicos, de sexo, edad, religión, condición social y preferencias políticas o sindicales, garantizando estabilidad laboral, seguridad social y libertad sindical, entre otros derechos.

Se suele decir que en el Paraguay no hace falta otro Estado ni otra Constitución Nacional, simplemente debemos barrer con la corrupción y hacer cumplir con la Constitución. La construcción del sentido común dominante ubica en el centro del problema a la corrupción y a lo que denominan «clase política» y no a la división de la sociedad en clases contrapuestas, donde una de ellas explota la fuerza de trabajo de la otra clase para enriquecerse y, en torno a esta forma de relación social de la producción, ordenar las demás relaciones.

Estas posiciones tienen una lógica que parte del carácter imparcial que debe tener el Estado para hacer cumplir las leyes sin importar el poder económico-político de una persona, familia, grupo u organización. De vuelta, se entiende que el Estado puede estar por encima de las relaciones sociales jerarquizadas que subordinan a trabajadoras y trabajadores en función a los intereses de terratenientes, grandes empresarios, industriales y banqueros. Y esto, a partir de una mirada detenida de la historia, definitivamente no es así.

Sin embargo, esta idea del Estado sigue siendo la más popular, aunque sea equivocada y nos perjudique a las mayorías trabajadoras. ¿Qué podemos hacer para demostrar que está equivocada y que nos perjudica?

La tarea es ardua, enorme y representa un desafío que podría ser excitante, al menos por lo riesgoso y por la satisfacción de no resignar la lucha. Así, muy lejos de cualquier receta para lograr la unidad capaz de ejercer el poder y la fuerza de la clase trabajadora como parcialidad mayoritaria de la sociedad capitalista, comparto experiencias y pasos que creo necesarios para avanzar en el desmonte de este viejo sistema:

  1. Asumir que el Estado es una relación social producto del sistema y del modelo productivo organizado para explotar recursos naturales y fuerza de trabajo humana, concentrando las ganancias en las manos de los dueños de grandes tierras, empresas, industrias, bancos, que son una minoría.
  2. Entender que las trabajadoras y los trabajadores somos mayoría frente a los patrones y que somos los verdaderos productores de bienes y servicios.
  3. Identificar que las ganancias de los patrones son mayores que las de los trabajadores, y que esas ganancias grandes que quedan en manos de una minoría, son producto del trabajo de las mayorías, del cual una parte es expropiada para el disfrute de los explotadores.
  4. Ubicar a los millonarios, saber cuáles son sus centros de explotación, el origen de sus riquezas.
  5. Analizar la importancia de los aparatos ideológicos para domesticar, dividir, enfrentar y resignar a las mayorías trabajadoras. En este sentido, tampoco existe imparcialidad en la educación, sea pública o privada. Tampoco en los mensajes de los medios de comunicación o de las iglesias. Las tradiciones familiares se desarrollan en el marco de la dominación de la clase dueña de los medios de producción. Y como saben que son minoría necesitan dividir y sembrar en nuestras mentes y corazones, la idea de que «el que quiere, puede», promoviendo la competencia salvaje entre nosotros, la cultura del emprendedurismo y la lógica del «sálvese quien pueda».
  6. Desenmascarar el engaño que hay por detrás del concepto de «clase política», comprendiendo que las direcciones políticas, los diputados y senadores, son representantes de intereses político-económicos. Y que, en el caso paraguayo, durante los últimos 70 años, los millonarios han confiado mucho más en la dirección política del Partido Colorado para defender sus intereses. Igualmente, los Partidos Liberal Radical Auténtico, Patria Querida, Democrático Progresista, Encuentro Nacional, defienden mayoritariamente los intereses de la clase dueña de los medios de producción y suman sus voces en defensa de una posible armonía y distribución de riquezas que nos permita vivir con dignidad y justicia en el sistema capitalista y bajo su Estado burgués. No existe una «clase política», lo que existen son políticos que defienden intereses de clases sociales. Y en el Paraguay, como en buena parte del mundo, los millonarios tienen a la mayoría de los políticos defendiendo sus intereses.
  7. Asumir la gran tarea de la conspiración en toda estrategia revolucionaria, identificando todos los avances científicos y tecnológicos creados por manos y mentes trabajadoras, con la total intención de poner en perspectiva y seducir a las mayorías trabajadoras, incluyendo programadores, mecatrónicos y hackers, sobre la posibilidad real de que una nueva sociedad sin explotadores ni explotados disfrute de su vida disponiendo de todos esos avances, incluida la inteligencia artificial, para ganar horas de disfrute con la gente y la naturaleza.
  8. En suma, toda organización que no coloque como necesidad la organización de una revolución para derrocar al sistema capitalista y destruir su Estado, de manera consciente o inconsciente, está funcionando al servicio de este injusto sistema que nunca logrará resolver las necesidades de las mayorías ni superar los privilegios de las minorías explotadoras.
  9. Por último y, a la vez, como elemento primordial y muy obvio: las revoluciones las hacen los pueblos, y estas y otras tareas, deben ser desarrolladas con una multitonalidad6 capaz de ser asimilada por las diferentes formas de expresarse y de configurar imágenes, sentimientos y raciocinio, lo cual solo será posible si nuestros sentimientos, nuestras pasiones, verdaderamente estriban en la necesidad-posibilidad de construir la alianza obrera, campesina y popular. Es el vínculo, la solidaridad, el cuidado, la transparencia en las relaciones sociales y políticas, expresiones ineludibles para construir confianza y estimularnos para una lucha tan grande.

Así podríamos ir citando elementos a tener en cuenta para resolver qué hacer para vivir mejor y asegurar que todos los seres humanos tengan el derecho garantizado a desarrollar sus talentos.

No nos cabe la más mínima duda de la necesidad de unidad y revolución para el Paraguay, nuestra América y el mundo. Así como sabemos que buena parte de la clase trabajadora está organizada bajo la cultura, los tiempos y la forma de entender el mundo que tienen los patrones millonarios, por lo que romper con esa organización y esa consciencia para recuperar la independencia de clase y la confianza en la fuerza propia sigue siendo el principal de los desafíos. Descubrir cómo establecer el vínculo, la comunicación, la recuperación de la confianza, el gusto por el esfuerzo, la alegría de defender nuestra dignidad luchando contra la opresión y las injusticias; son nuestros grandes retos.

Organizar una revolución socialista para transitar hacia el comunismo es la estrategia más certera y bella para las mayorías trabajadoras del Paraguay y del mundo. Por supuesto que ese puerto de llegada no está cerca y que tenemos muchas y difíciles tareas por delante para este tiempo y espacio. Pero cada acción organizada lleva en sí el germen del objetivo logrado, es un referencia concreta de ese otro mundo posible.

Estrategia para el siglo 21

En «El Estado y la Revolución», Lenin se propuso demostrar que la clase trabajadora tiene el gran desafío de organizar una revolución para destruir el Estado y construir una corporación de trabajo que facilite la administración pública sin burocracias ni charlatanerías, simplificando las tareas en una estructura simultáneamente legislativa y ejecutiva, que pueda replicarse en cada unidad de trabajo, o sea, en cada fábrica, en cada empresa, en cada institución de educación, de salud, de cultura, con participación de toda la población, con revocatoria inmediata de los cargos y rotación permanente. Este fue el objetivo y así concibió el proceso revolucionario para la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). 

Sabemos que ese proceso se truncó por múltiples razones y que las experiencias de los pueblos en su intento de edificar el socialismo constituyen lecciones importantes para quienes estamos organizándonos y luchando por el proyecto socialista-comunista en estos tiempos tan aciagos y distópicos. 

Además, una cuestión de trascendental importancia es que el socialismo-comunismo no se construye en un terreno baldío, sino con los escombros del modo de producción capitalista. Escombros vivos en términos culturales, que condicionan la superación de ese injusto y limitado sistema, sumando a todo esto, que las patronales, al encontrarse en posiciones dominantes y de gobierno en otros países, desarrollan toda una campaña desestabilizadora de engaños y ataques con alto grado de violencia, incluyendo atentados, guerras y los concebidos intentos de cooptación económica para corromper a la militancia y dirigencia que se reclama revolucionaria. Esto último, con el avance de la cultura capitalista hiper individualista e hiper consumista, se ha instalado con gran éxito, erigiéndose como principal arma de las patronales para frenar los intentos combativos transformadores.

Entonces, esos condicionantes históricos, objetivos y subjetivos se impusieron a los intentos de construcción de sociedades sin explotación y gobernadas por trabajadoras y trabajadores. La caída de la URSS y de las transiciones al socialismo en los países del este europeo, así como las derrotas de los movimientos de liberación nacional en América Latina y en África, generaron un durísimo golpe en la moral de la clase trabajadora, sobre todo porque ese horizonte de belleza, alegría, justicia y bienestar se fue desmoronando de varias formas.

La década del ’90 se caracterizó por la desmoralización, la confusión y la búsqueda de nuevas propuestas para confrontar con el victorioso poder burgués a escala mundial. Así aparecieron las famosas «terceras vías» y las luchas de masas frente a un modelo neoliberal cuya brutalidad ideológica carcomía las conciencias y los sentimientos humanistas de empatía y solidaridad, extremando las relaciones humanas en clave instrumental y competitiva, colocando como posible tan solo una mejoría dentro del sistema capitalista y cancelando el horizonte revolucionario.

Es muy importante comprender que estamos remando en aguas de estas características, en un clima de época con altísima resignación, desconfianza, mucho miedo y una sensación de imposibilidad en torno al derrocamiento del modo de producción capitalista.

Y por eso mismo insistimos en que elaborar una estrategia que permita la felicidad y el bienestar de los seres humanos, exige cambios de raíz, o sea, transformaciones radicales. Esto equivale a decir que una estrategia de cambio para garantizar libertad, justicia y buen vivir, si pretende ser realista, se debe concebir como revolucionaria.

¿Pero qué implica y cuáles son los componentes de una estrategia revolucionaria? Primero que nada, es tomarnos el tiempo de observar y pensar en las injusticias como el hambre, la niñez abandonada, abuelas y abuelos que no son cuidados, maltrato infantil, maltrato en nuestros trabajos, maltrato a las mujeres, violación de las leyes laborales que establecen salario justo, estabilidad laboral, horas extras, aguinaldo, libertad sindical. Observar y pensar en la grotesca concentración de tierras para producir, sumada a la humillación a campesinas y campesinos, como a los pueblos indígenas. 

Estas son algunas cuestiones, a las que podemos sumar la injusticia en el acceso a la educación y a la salud, al desarrollo científico, a la cultural y a las artes. ¡Es anormal no indignarse ante todo esto! ¡Lo normal es rebelarse!, como bien lo dijo el filósofo, amigo y militante argentino Néstor Kohan. Este ejercicio nos llevará a la conclusión de que existen condiciones objetivas, materiales para resolver estos problemas. Pero no los resolvemos. 

Las patronales con sus Estados y sus aparatos ideológicos (escuelas, colegios, universidades, medios de comunicación, iglesias) ponen un montón de cortinas encima de nuestros ojos, para evitar que identifiquemos el problema de fondo y nos demos cuenta de los problemas comunes que tenemos las trabajadoras y los trabajadores. Porque ellos saben muy bien que como clase tenemos mucha más fuerza. La división y el engaño son dos grandes herramientas. Y la violencia física es su última arma para enfrentar un eventual levantamiento. Pero en la composición social de los aparatos represivos, la policía y los militares al servicio de las patronales a través del Estado, también provienen de nuestra clase y entonces, una política de nuestra parte hacia sus integrantes es ineludible.

La batalla de ideas, planteada por Fidel Castro hace muchos años atrás, se nos impone como tarea fundamental en el marco del diseño y la práctica de una estrategia revolucionaria. Pienso que las militancias no supimos dimensionar la envergadura de la batalla planteada por el camarada Fidel. Fuimos absorbidos por las intensidades coyunturales combinadas con la confusión ideológica y la desmoralización generada por la desaparición de ese campo socialista, desde la URSS hasta los países de Europa del Este. Desde esa perspectiva, el Comandante Fidel colocó esa tarea de disputar mentes y corazones entre quienes todo producen, que son (somos) las trabajadoras y los trabajadores, ya tiempo antes de la caída del conocido «socialismo real».

Marx, Engels, Lenin y otras y otros revolucionarios, identificaron que es en la sociedad (atendiendo a que el Poder, así como el Capital y el Estado, es una relación)7 en donde se disputa y construye poder, y que la sociedad, producto de su división en clases sociales, genera síntesis estructurales que dan muestra de las relaciones de fuerza y de poder, donde la clase dominante proyecta sus estructuras de dominación, siendo el Estado la principal de todas.

La sociedad capitalista ha generado bellezas y monstruosidades envueltas en una falla de origen: la concentración de la propiedad sobre los medios de producción en pocas manos, generadora de explotación de seres humanos por parte de otros seres humanos que se quedan con parte del trabajo realizado por la clase explotada, todo esto en el marco del lucro como elemento esencial y ordenador de nuestras relaciones, lo cual nos impide organizarnos para producir y satisfacer nuestras necesidades, pues toda acción humana termina siendo dominada por la mercancía, al tener por tener, imponiendo un reino de necesidades ampliadas de manera permanente.

¿Existe una real posibilidad de superar esta forma de organización productiva? Categóricamente afirmamos que sí. Y adelantamos que con la superación del modo de producción capitalista y la destrucción de su Estado burocrático y parásito, pasando a planificar la economía de manera mucho más sencilla para resolver nuestras necesidades y con un gobierno de trabajadoras y trabajadores, o sea, un gobierno de los verdaderos productores, todos los avances científicos y tecnológicos, incluyendo la Inteligencia Artificial y la robótica en general, podrán utilizarse para el disfrute de toda la humanidad.

Pero para eso, debemos armarnos con sólidas ideas, mucha claridad y una alta moral, capaces de motivar, incorporar y movilizar al pueblo trabajador para la lucha y la construcción de una síntesis política obrera, campesina y popular, en condiciones de superar esta prehistoria de explotación y construir la historia civilizada sin explotación.

Rechazo moral

El filósofo cubano Jorge Acanda González, estudiando el pensamiento y la práctica de Carlos Marx, se detuvo en el desmenuzamiento de la crítica de la economía política realizada con mucho detalle por el mismo. Al respecto, comparto un pasaje de Acanda, identificando que Marx «percibió la relación contradictoria entre los procesos de racionalización capitalista y los procesos de producción de la subjetividad humana. La expansión del capitalismo iba acompañada del aumento del alcoholismo, la anomia social y la enajenación de los individuos. ¿Por qué el triunfo de la razón conducía a la sinrazón de un mundo desgraciado? ¿Qué características adquiere la razón y la racionalidad en la sociedad capitalista? ¿Cuál es la esencia de la racionalidad capitalista?»

Para responder estas preguntas fundamentales, Marx tomó elementos filosóficos y se volcó al estudio de la economía política, llegando a la conclusión de que el trabajo es la actividad esencial del ser humano. Es la actividad humana más importante. Por eso, la siguiente tarea fue revelar las características esenciales que asumió (asume) el trabajo en la sociedad capitalista. Solo así podría descubrir la racionalidad de esa sociedad.

En ese proceso identificó que la filosofía aportaba muchos elementos. Que la economía política aportaba otros elementos de gran relevancia. Y que ambas eran parciales y no lograban, por sí solas, explicar esa racionalidad. De modo que pensar la economía desde la filosofía le permitió develar importantes y esenciales cuestiones respecto al funcionamiento del Capital como relación social.

«Marx comprendió que el “hecho” es en sí mismo una construcción, un resultado. Por lo tanto, el primer paso de la reflexión teórica consiste precisamente en problematizar lo dado, en ir más allá de ese nivel empírico y desentrañar su sentido oculto. Para ello era preciso dejar de ver a los “hechos económicos” como tales y entenderlos en su relación con el ser humano, con la sociedad y con la historia», nos dice Jorge Acanda. En este sentido integral, el trabajo es expresión de la capacidad, creatividad, sensibilidad, subjetividad y necesidad de los seres humanos. El trabajo es medio de realización del ser humano y de resolución de su existencia. Pero esto, en el marco del modo de producción capitalista, se empieza a reducir y en la mayoría de los casos de labor, desaparece. Los seres humanos no se realizan en su trabajo, más bien fuera de él. En el capitalismo el trabajo se vuelve tedioso, monótono y funcional a la ganancia, al lucro del patrón. Ese embrutecimiento se expresa en la manera general de ver al mundo y de vivir en él. Estos elementos son constituyentes de la categoría trabajo enajenado que a su vez termina enajenando al ser humano, desgarrándolo, haciendo que no pueda realizarse ni ser él mismo, subordinando casi todos los ámbitos de producción al terreno mercantil, incluyendo al arte, el deporte, la ciencia, la educación, la salud, limitando libertades en la proliferación de ese reino de necesidades ampliadas permanentes, del que hablamos unos párrafos atrás.

De vuelta, trayendo una vez más al filósofo cubano Acanda González, comparto esta reflexión coincidiendo plenamente con él en la comprensión de que «el concepto de trabajo enajenado no solo expresa la esencia de la actividad productiva en la sociedad capitalista, y cumple con la función cognoscitiva implícita en todo universal, sino que a la vez también incorpora en forma expresa el momento valorativo. Permite establecer sobre un fundamento objetivo la relación entre el ser y el deber-ser. El trabajo en el capitalismo ha adquirido un carácter deformado y deformante. Fue desde la valoración de los efectos negativos que el proceso de producción en el capitalismo ejerce sobre la subjetividad humana, que Marx fundamentó su rechazo moral a esa sociedad».

Dictadura, libertad y belleza

En la última parte de «El Estado y la revolución», Lenin dice «Con su genial inteligencia crítico-analítica, Marx vio en las medidas prácticas de la Comuna aquel viraje que temen y no quieren reconocer los oportunistas por cobardía, por no querer romper irrevocablemente con la burguesía, y que los anarquistas no quieren ver, o por precipitación o por incomprensión de las condiciones en que se producen las transformaciones sociales de masas en general, «No hay ni que pensar en destruir la vieja máquina del Estado, pues ¿cómo vamos a arreglárnoslas sin ministerios y sin burócratas?», razona el oportunista, infestado de filisteísmo hasta el tuétano y que, en el fondo no sólo no cree en la revolución, en la capacidad creadora de la revolución, sino que la teme como a la muerte (como la temen nuestros mencheviques y socialrevolucionarios). Solo hay que pensar en destruir la vieja máquina del Estado, no hay por qué ahondar en las enseñanzas concretas de las anteriores revoluciones proletarias ni analizar con qué y cómo sustituir lo destruido», razonan los anarquistas (los mejores anarquistas, naturalmente, no los que van a la zaga de la burguesía tras los señores Kropotkin y Cía.); de donde resulta, en los anarquistas, la táctica de la desesperación, y no la táctica de una labor revolucionaria sobre objetivos concretos, implacable y audaz, y que al mismo tiempo, tenga en cuenta las condiciones prácticas del movimiento de masas.

Marx nos enseña a evitar ambos errores, nos enseña a ser de una intrepidez sin límites en la destrucción de toda la vieja máquina del Estado, pero al mismo tiempo nos enseña a plantear la cuestión de un modo concreto: la Comuna pudo en unas cuantas semanas comenzar a construir una nueva máquina, una máquina proletaria de Estado, implantando de este modo las medidas señaladas para ampliar el democratismo y desarraigar el burocratismo. Aprendamos de los comuneros la intrepidez revolucionaria, veamos en sus medidas prácticas un esbozo de las medidas prácticamente urgentes e inmediatamente aplicables, y entonces, siguiendo este camino, llegaremos a la destrucción completa del burocratismo».

La importancia y vigencia de esta comprensión que tiene Lenin es esencial para planificar y aplicar nuestros planes revolucionarios.

Luchar para instalar la necesidad de destruir el Estado actual debe ser parte esencial de las tareas de las mayorías trabajadoras. Y para ello, comprender que el aparato estatal vigente hoy se organiza en función de una dictadura de las patronales, dictadura que nunca dejará de existir mientras vivamos dentro del capitalismo, es ineludible.

Dentro de una sociedad dividida en clases sociales, la dictadura en términos de dominio de una clase sobre otra no puede ser superada. Esa dictadura, durante la existencia del modo de producción capitalista, se ha expresado bajo formas políticas dictatoriales en algunos momentos, como fue en tiempos de Stroessner, o bajo formas políticas democrático-burguesas, como se ha venido expresando desde 1989 a esta parte, con diferentes matices de acuerdo a la fuerza de las patronales y sus gobiernos y de la resistencia que deban enfrentar, como consecuencia del escenario internacional y nacional económico-político, en el marco de la lucha de clases y tendencias entre explotadores y explotados.

Es desde esta comprensión que reivindicamos la dictadura revolucionaria del proletariado como una etapa del proceso de transformación social y como forma social, en términos de dominio de clase8. En este caso, la dictadura del proletariado es la dictadura de las mayorías explotadas sobre las minorías explotadoras, con la finalidad de superar la explotación del ser humano por el ser humano, lo cual amplía extraordinariamente la democracia y las libertades, pero todavía en el marco de la lucha de clases.

Esta transición al comunismo, a la que denominamos socialismo, es necesaria para eliminar la reacción de las patronales ante su pérdida de poder y privilegios. Y en esta transición, la clase trabajadora en posiciones de poder y con las armas para ejercer dicho poder, debe construir una estructura ágil y desburocratizada, donde los salarios de quienes formen parte de esa Corporación de trabajo -denominada por Marx, para identificar y diferenciar al Estado obrero-, no deberán superar el salario de las y los trabajadores, además de superar toda esa estructura parasitaria propia de los Estados de las patronales.

La libertad que defendemos las y los comunistas es la libertad de cada individuo, que para ampliarse se conjuga y complementa con la libertad de otras y otros, desde nuestra condición esencial de seres sociales y en el marco de las garantías y los derechos para el libre desarrollo de talentos. Es decir, una libertad totalmente opuesta a la idea primitiva, discriminatoria, supremacista, mezquina e insensible que promueve la extrema derecha y sus liderazgos, como es el caso de Javier Milei.

El desenmascaramiento de este tipo de liderazgos farsantes, delirantes y corruptos, se debe dar en el marco de una intensa disputa por el concepto de libertad en defensa de los derechos y en la impugnación del Estado actual, por una simple razón de justicia histórica y actual.

Insistimos en asumir la gran tarea de la batalla de ideas para disputar mentes y corazones de las mayorías trabajadoras, con mucha creatividad y sentido práctico.

La vigencia de este gran trabajo elaborado por Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) es enorme, atendiendo la crisis y decadencia del modo de producción capitalista y de sus instituciones, crisis general y civilizatoria, multidimensional, que tiene entre sus componentes interactuantes a las crisis económica, financiera, climática, alimentaria, energética, de percepción, sin que la lista acabe ahí. La falta de legitimidad y el peligro de la continuidad del capitalismo como forma de organización social-productivo, nos convoca y desafía a la imaginación colectiva, entonces Lenin emerge como síntesis de los enormes esfuerzos colectivos de las últimas décadas del siglo 19 y las primeras del siglo 20, irrumpiendo en este siglo 21 para traernos al futuro con su arenga, su acción rebelde y su profundidad intelectual, develando los secretos más despreciables y mezquinos de los exploradores y de este Estado organizado a su imagen y semejanza, aportando ideas y experiencias, como continuador digno y creativo de Marx y Engels, para pensar en las tareas de las mayorías trabajadoras y la necesidad-posibilidad de la revolución, la destrucción del Estado parásito, la edificación de un nuevo Estado (o Corporación de trabajo) mucho más simple y sin burocracia, orientado por la dictadura revolucionaria de las mayorías trabajadoras hasta eliminar la explotación, las clases sociales y lograr que el Estado ya no sea necesario para que entonces pase a extinguirse y no sea más que una pieza de museo en la historia humana.

Ese nuevo Estado (Corporación de trabajo) urgente y necesario será la síntesis de nuestras experiencias de lucha, producción, administración y control. Cuando digo «nuestras» me refiero a las mayorías trabajadoras del campo y la ciudad, que colectivamente tenemos los conocimientos y capacidades para desarrollar una propuesta -como ya lo mencioné- ágil, desburocratizada y barata para administrar y controlar la planificación y distribución de labores, organizando estructuras colectivas, comunales, de intercambio, legislación, administración y control de nuestras actividades, desechando el charlatanerismo del Parlamento, la hipocresía del Poder Judicial, la ineficiencia del Poder Ejecutivo, en síntesis, derrocando el injusto, explotador, corrompido y parasitario Poder de las patronales, expresado en este Estado actual vividor y antipopular.

El Centro de Estudios Marxistas Antonio Maidana es un instrumento al servicio de la batalla de ideas. De allí deriva la presente publicación de un clásico esencial como es «El Estado y la Revolución», junto a este breve aporte para discutir su valor actual como herramienta para pensar en la nueva sociedad. Que la lectura y el estudio faciliten los intercambios entre militantes revolucionarios, trabajadoras y trabajadores con la sincera y necesaria intención de quebrar la lógica dominante de las patronales que sigue organizando económica, política y culturalmente nuestras vidas. Además de publicaciones como esta, nos hemos propuesto la producción de materiales didácticos adaptados en diversos formatos a estos tiempos y sus ritmos, que estimulen al estudio más profundo y nos permitan ganar esa consciencia para sí que fortalezca la unidad de las mayorías y nos oriente hacia una síntesis política que logre superar este injusto orden, tanto en el Paraguay como en el mundo, con una revolución socialista-comunista en donde la libertad y la belleza sean las expresiones más extendidas y protagónicas de las relaciones entre seres humanos.

¡Salud y buena lectura!


Notas y referencias

  1. Director del Centro de Estudios Marxistas Antonio Maidana (CEMAM). Ver más sobre el CEMAM, en: https://linktr.ee/cemampy ↩︎
  2. Se refiere a Karl Kautsky (1854-1938), teórico del Partido Socialdemócrata de Alemania y de la Segunda Internacional Socialista. ↩︎
  3. En referencia a la expulsión de la senadora opositora, Kattya González, sin que existan argumentos sólidos para sacarla del Parlamento. Ocurrido en febrero de 2024. ↩︎
  4. La utilización de fondos jubilatorios para pagar deudas, así como el proyecto de achicamiento del Estado y de expansión de la precarización laboral, son ejemplos de lo expresado. ↩︎
  5. La infodemia es sobreabundancia de información en línea o en otros formatos, que incluye los intentos deliberados por difundir información falsa y que desorienta, confunde y logra golpear a la memoria de la gente, anteponiendo la fugacidad como un estado permanente favorable al olvido. ↩︎
  6. La multitonalidad a la que me refiero guarda relación con las varias formas de comunicación de la clase trabajadora, tanto en la ciudad como en el campo, entre adolescentes, jóvenes, adultos, adultos mayores, entre mujeres solamente, entre hombres solamente, entre trabajadoras y trabajadores de la comunidad LGBTIQ+. Algunos sectores con más mezcla de guaraní y castellano que otros, con más modismos. Otros sectores que necesitan mensajes muy breves y con fuerte carga de ironía, algunos sin ironía y con expresiones muy directas, o a través de la música, los dibujos y animaciones, en fin, a las varias formas en que debemos acercarnos, incluyendo formas de comunicación que involucran a otros sentidos, por separado y combinados. ↩︎
  7. El poder se ejerce. Una persona ejerce poder sobre otra en el marco de una situación en la que logra imponerse. Un grupo de personas ejerce poder sobre una persona o grupo, en el marco de una construcción de jerarquías. El capital es una relación entre seres humanos, donde una persona o grupo tiene en su poder capital y explota la fuerza de trabajo de otra persona o grupo. Es en esa relación en donde el capital se forma y reproduce. El Estado expresa una relación entre seres humanos, producto de formas de dominación objetiva y subjetiva. Es esencial ubicar a los seres humanos en torno a estas tres situaciones, para entenderlas, disputarlas, modificarlas. ↩︎
  8. En este caso hago referencia a dos formas de expresión de una dictadura en el marco de una sociedad dividida jerárquicamente en clases sociales, como la sociedad capitalista. Una forma de dictadura es política, como la de Alfredo Stroessner. Esta forma política puede existir o no en el marco de la sociedad capitalista. Lo que nunca puede dejar de existir en una sociedad como la capitalista, es la dictadura como forma de dominación de una clase por otra. Para mantener el capitalismo, esa dictadura es de la minoría millonaria y explotadora. Para superar al capitalismo e inclusive la dictadura como expresión social (o como forma de dominio de clase, que es lo mismo), esa dictadura (transitoria), es del proletariado y, por su finalidad, se concibe como revolucionaria. ↩︎