Análisis | Por Óscar Herreros Usher
Cierto día de esta semana apareció en uno de los principales diarios una nota1 que daba cuenta del vergonzoso y humillante servicio de salud que el IPS presta a sus asegurados.
Las interminables colas, la consuetudinaria escasez de medicamentos esenciales, la falta de personal médico y sanitario, sobre todo en las clínicas periféricas, y las quejas amargas y desesperanzadas de los usuarios. Nada novedoso, casi a diario se pueden leer noticias sobre el asunto en la prensa escrita o escucharlas en los noticiarios de la televisión y de las radios.
Lo llamativo en esta ocasión es el título del artículo de prensa: IPS: hartos de malos servicios, asegurados ya no quieren pagar seguro social. Sin duda, el título ha sido inspirado por las palabras de una de las personas entrevistadas por el periodista; “Por qué estamos obligados a pagar, siendo que te vas y no conseguís remedio ni doctor; para el día de la jubilación ya van a tragar toda la plata del IPS, quién sabe siquiera si nos vamos a poder jubilar”, lamentó [ … ], quién dice que, pese a tener 25 años de aporte, preferiría ya no pagar IPS y pagar un seguro privado.
Y aquí, intencionalmente o no, consciente o inconscientemente, se nos presenta la solución que propone el sistema: la salida individual, «cada uno para sí y Dios para todos». Yo me las arreglo solo y que se vean los demás (que se jodan). Yo, que puedo, me consigo un seguro médico privado y los demás, los que no pueden y no me importa por qué, que sigan sufriendo este calvario.
Es la ideología de la clase dominante, una ideología que gracias a los instrumentos que tiene a su disposición, como el sistema educativo, los medios de prensa y actualmente las redes sociales, se vuelve la ideología dominante en la sociedad: el individualismo, el todos contra todos, el hombre lobo del hombre, una competencia en la que solo uno gana y el otro o los otros pierden.
¿Qué se busca con dejar (o hacer) que los servicios de salud del IPS lleguen a un estado tan deficiente? Lo mismo cabe preguntarse acerca de los servicios de salud pública del Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social. El objetivo es que los trabajadores renunciemos al derecho a la salud, así será más fácil privatizar esos servicios. Lo que se quiere es que la salud deje de ser un derecho y pase a ser una mercancía, que los trabajadores compremos los servicios de salud. Para la clase dominante que impulsa ese proceso no somos personas, seres humanos; nos ven como consumidores y, en el sistema capitalista, consumidor es aquel que puede pagar por las mercancías que consume y los que no pueden pagar son desechables.
Como individuos los trabajadores somos muy débiles. En cambio, los grandes patrones nunca actúan solos, sino en conjunto, como empresariado, y con el respaldo de todo el aparato del Estado.
El método de la clase dominante se resume en la frase divide y vencerás, divide et impera. Nos quieren solos, aislados, incomunicados, para que les sea más fácil el robo de nuestros derechos. Los mismos derechos, el de la salud en este caso, que la clase explotada, la clase trabajadora, ha conquistado no mediante acciones individuales, sino colectivas, mediante luchas de masas. Pero esas luchas colectivas pueden plantearse y tener posibilidades de victoria solo mediante la organización: comisiones vecinales, ollas populares, centros de estudiantes secundarios y universitarios, clubes barriales y, sobre todo, sindicatos de trabajadores.
Esas organizaciones permiten a la clase trabajadora defender sus derechos, denunciar su violación por parte de las clases dominantes, de los empresarios, de los grandes patrones, protestar ante cualquier maniobra para escamotearlos, salir a las calles, desatar huelgas para ejercer presión.
Pero estas organizaciones tienen estrechos límites, solo sirven para defender, para preservar, para evitar el robo de derechos existentes o, en el mejor de los casos, lograr algunos nuevos. La clase dominante tiene a su favor todo el poder del Estado para imponer sus intereses. El Ejecutivo que, mediante sus programas y el presupuesto general, determina qué se hace y qué no. El Legislativo que, por medio de las leyes, otorga, limita o anula derechos. El Judicial que, con pocas excepciones, da la razón a los patrones y a los poderosos. El aparato represivo que actúa con inclemencia cuando la protesta se vuelve molesta y se pasa de la raya.
Para revertir esa situación la clase trabajadora debe apoderarse del Estado, cambiar su configuración y ponerlo a su servicio. Para ello es necesario que se dote de los instrumentos adecuados: partidos políticos alineados con los intereses de la clase, que no busquen cuotas de poder, cargos para sus dirigentes y amigotes. Partidos que busquen cambiar la forma en que está estructurada la sociedad, es decir, que tengan como objetivo hacer una revolución que supere el capitalismo instalando el socialismo. No es una utopía, la historia nos ofrece varios ejemplos de que es posible.