Memoria del Futuro | Por Renata Vargas1
En el tranquilo salón del Partido Comunista, resguardado por los retratos de Alberto Barrett, el eco del pasado resuena en la voz de Bernabé Penayo, un hombre con décadas de experiencia en sindicatos y luchas obreras. Lleva consigo historias de resistencia durante los años oscuros de la dictadura de Stroessner. A través de su relato, desgrana la trágica historia de Antonio Maidana, un docente, líder sindical y destacado dirigente comunista que se convirtió en el blanco del régimen en 1958.
La huelga general del 27 de agosto de ese año, planeada para demandar mejoras salariales, libertad para los presos políticos y una Asamblea Nacional Constituyente, fue el catalizador de la represión. Penayo recuerda con amargura cómo el régimen sofocó brutalmente esta manifestación, arrestando a líderes sindicales, entre ellos Maidana.
—La misma noche que empezaba la huelga fueron tomados la central y el sindicato, a una gran parte se le envió al interior confinados, otros fueron expulsados del país y otros fueron detenidos directamente—explica Bernabé, refiriéndose al oscuro período de represión.
Antonio Maidana fue llevado al Departamento de Investigaciones, donde lo torturaron brutalmente. Luego a la Comisaría Tercera, junto con sus camaradas Julio Rojas, Alfredo Alcorta y Ananías Maidana, entre otros, donde fueron encarcelados en condiciones inhumanas, marcando el comienzo de un largo y desgarrador período de encierro. Estuvieron alrededor de 18 años en esa comisaría, la mayor parte de esos años lo pasaron en un calabozo de 1,7 × 4,7 metros con otros 16 presos políticos, el “Panteón de los Vivos”, fue una celda especialmente creada para los comunistas, era más que un lugar físico; era un símbolo de la deshumanización perpetrada por el régimen. Bautizado con ese nombre por la ausencia de luz natural, la escasez de aire limpio y el calor sofocante. Las paredes, testigos mudos de su sufrimiento, guardaban las historias de hombres atrapados en la oscuridad más profunda, lejos del sol y de la humanidad.
—Estaban en shorcito y con una toalla secándose el sudor y exprimiéndola en un water— detalla Penayo sobre las condiciones extremas en las que vivían—. Estaban totalmente aislados de todo. Entonces,¿cómo hacer para resistir en esas condiciones excesivamente rigurosas y excesivamente aislados del mundo? No es lo normal para un ser humano, todo lo contrario —reflexiona Penayo.
La lucha por la supervivencia y la resistencia mental en un entorno deshumanizado se mantuvo firme durante años. Maidana y sus compañeros con ingenio y determinación, organizaron una rutina diaria que les proporcionaba una estructura en medio del caos. Clases de geografía dibujadas imaginariamente en las paredes, ejercicios físicos en un espacio extremadamente reducido y un calendario meticulosamente definido para llenar el vacío de días y noches sin fin.
—Antonio Maidana era una persona muy informada, muy preparada, él se dio cuenta de que la intención del gobierno de la dictadura era destruirlos a ellos mentalmente y que ellos no iban a aguantar si es que no había una suerte de convivencia y una suerte de este, cómo podemos llamar, actividades que ellos organizaban como para que tenga cierto sentido la vida en esas condiciones —dice Bernabé—. Se planteó hacer clases de geografía, matemáticas, canto, poesía, tenían un horario establecido, por ejemplo: a la mañana de 6:00 a 7:00 desayuno, de 7:00 a 9:00 matemáticas —agrega, resaltando los esfuerzos por mantener la mente activa y preservar la humanidad en un ambiente inhumano.
Así sobrevivieron durante años, haciéndose eco a nivel internacional con el nombre de “los presos más antiguos de América Latina”, gracias a la gran campaña de solidaridad desarrollada por los Partidos Comunistas del mundo, organizaciones de DD.HH., la insistencia de los familiares y el Consejo Mundial de la Paz, donde José Asunción Flores y Elvio Romero eran miembros. Esta campaña llamó la atención de una delegación parlamentaria chilena que se interesó por la situación de los presos políticos del Paraguay, pero principalmente por los detenidos en el “Panteón de los Vivos” de la Comisaría Tercera de Asunción.
En 1963, la delegación humanitaria de seis diputados y seis senadores chilenos, llegó al país para conocer las condiciones de encierro de la dictadura stronista. Luego de idas y vueltas entre los parlamentarios y el ministro del interior, el régimen autorizó la visita. La policía ordenó a Antonio, Ananías, Alfredo y Julio, bañarse y vestirse para recibirlos. La respuesta que obtuvieron por parte de los detenidos fue: “si vienen a visitarnos que entren hasta acá, para que vean en qué condiciones estamos”. La negativa de Maidana y sus compañeros a salir de su celda para esta visita, expuso la crudeza de su realidad a los ojos del mundo.
Nuevamente se generó un clima áspero entre la delegación internacional, el ministro del interior y la policía, hasta que a regañadientes accedieron el ingreso a el calabozo donde se encontraban los presos. —Cuando entraron los parlamentarios no podían respirar por el olor nauseabundo que había ahí adentro, el calor era impresionante porque estaban pegados a la cocina, donde funcionaba una caldera a leña… las 24 horas calentaba —comenta Penayo—. Ellos estando ahí ya perdían el olfato pero cuando entra la delegación, uno de ellos les pregunta “¿Cuántas horas hace que ustedes están acá?” y ellos dicen: “no, nosotros hace 5 años que estamos acá” y no podían creer.
Los chilenos, tras haber viajado por diversas naciones, quedaron impactados al presenciar las condiciones inhumanas que existían en Paraguay, jamás habían visto algo semejante. Expresaron con firmeza su indignación ante la situación de tener a seres humanos viviendo en tales condiciones, considerando especialmente desgarrador que estos hombres fueran castigados por sus ideales.
En medio de las súplicas de los obispos católicos, familiares y ciudadanos por la liberación de los presos sepultados en vida, la respuesta cínica de Stroessner resonaba cruelmente: “No se preocupen, están condenados a morir en prisión”.
En julio de 1973, durante el décimo Festival Mundial de la Juventud en Berlín Oriental, Bernabé Penayo, con tan solo 21 años, y otros jóvenes paraguayos llevaron a cabo un destacado acto de protesta. Con apenas cinco participantes, ingresaron al estadio con tres carteles exigiendo la liberación de Antonio Maidana, Ananías Maidana, Alfredo Alcorta y Julio Rojas. A pesar de ser una delegación pequeña, su petición fue ovacionada en el estadio, donde las palabras “Libertad a los presos políticos más antiguos de Latinoamérica” se mostraban en carteles en alemán, inglés y español. Bernabé rememora con emoción aquel momento, destacando la emotiva respuesta que recibieron y cómo el apoyo internacional se convirtió en un respaldo crucial en la lucha por los derechos humanos y la libertad en Paraguay.
A medida que la presión internacional se intensificó, Stroessner, en un giro desconcertante, confesó: “Estos no son mis prisioneros”, sugiriendo que estaban bajo el control de los altos mandos, subyugados a la influencia de la CIA, quienes imponían las estrategias sobre la base de la Doctrina de la Seguridad Nacional, durante la Guerra Fría.
Finalmente, tras intensas campañas internacionales que denunciaron las condiciones inhumanas en las que estos prisioneros estaban sumidos, una delegación de la Cruz Roja Internacional arribó al país para verificar las violaciones de los Derechos Humanos. Fue después de esta crucial visita que lograron liberar a los presos del angustiante “Panteón de los Vivos”, trasladándolos a una celda con rejas, más amplia y ventilada que daba a un patio interno de la comisaría. Por primera vez en años, el aire fresco pudo volver a llenar sus pulmones.
El 30 de noviembre de 1975, Bernabé fue secuestrado de su domicilio por agentes del Departamento de Investigaciones. Durante tres meses, estuvo detenido en ese lugar, siendo víctima de brutales torturas. A finales de febrero de 1976, fue trasladado a la Comisaría Tercera, donde su celda se encontraba contigua a la de “los presos más antiguos de América Latina”, por cuya libertad había luchado incansablemente.
En ese mismo año, se desató una de las represiones más brutales y sangrientas durante la dictadura stronista. Tras la desarticulación de la OPM (Organización Primero de Marzo) y las Ligas Agrarias Campesinas, las comisarías y cárceles de Asunción se vieron saturadas. En respuesta al colapso, el régimen optó por crear el Campo de Concentración de Emboscada, situado a 40 km de la capital, con el fin de alojar al mayor número de personas posibles.
Antonio y sus compañeros, luego de estar 18 años privados de su libertad en la Comisaría Tercera de Asunción en las condiciones más brutales y extremas, son trasladados a Emboscada junto con centenas de luchadores sociales y políticos, especialmente de origen campesino.
—Estábamos 550 personas de todo el país de jóvenes, viejos, mujeres, hombres, niños, era como un pequeño pueblito —recuerda Bernabé—. Finalmente ahí en Emboscada, uno se sentía medio liberado en el sentido de encontrarse con tanta gente… De repente después de estar en un calabozo dando vuelta como un perrito todo el día, salir en un espacio de 200 x 200 metros, había árboles, un guapo’y enorme, había un campito, era otro mundo y tanta gente al mismo tiempo con tanta experiencia, era digamos, todo una película como que vos te despertás y encontrás una cosa nueva.
Sin embargo, esta emoción se desvaneció rápidamente ante el hambre, la sed y la presión ejercida por los soldados, sumiendo a los reclusos en una existencia desprovista de lo más elemental: la dignidad. El compañerismo y la organización se convirtieron en herramientas fundamentales para conquistar derechos básicos, como el acceso al agua, visitas semanales de los familiares y mayor tiempo fuera de las celdas, entre otros.
En este lugar, los comunistas eran doblemente reprimidos, estaban hacinados en la celda 12, los demás detenidos tenían prohibido acercarse a ellos, recibían amenazas y castigos por parte de la policía si alguno se atrevía a romper esta regla. A pesar de esto, Antonio Maidana conversaba con los reclusos que querían escucharlo y les expresaba sus inquietudes. —“Nosotros hace casi 20 años ya que estamos presos, nunca fuimos procesados, no sabemos hasta cuándo y ustedes también, todos acá somos iguales, estamos en la misma situación, a nosotros nos torturaron, ustedes también fueron torturados” —Bernabé recuerda las palabras de Maidana—. Les explicaba que nos querían sacar afuera de la prisión a punta de fusil a hacer trabajos forzados, eran 100, 200 soldados alrededor con fusible y en medio la gente trabajando, curpiendo y carpiendo principalmente, ese calor, sin agua, sin comida, sin ropa… lo más peligroso era que apliquen la ley de la fuga ¿qué garantías vos tenés de que vas a salir y que no te matan? —reflexiona.
Antonio y sus compañeros realizaron un trabajo de hormiga para convencer al resto de los detenidos a oponerse ante esta situación. —Los que tenían más experiencia dijeron que no podíamos salir porque nos iban a hacer eso —explica Bernabé— salían los campesinos que eran la mayoría de 550 que estábamos ahí, 350 eran los campesinos de la OPM y las ligas agrarias, ellos salían porque tenían miedo pero de a poco nosotros fuimos convenciéndoles y en un momento dado dejaron de salir también, así nadie más salió.
Este acto de rebeldía organizado principalmente por Maidana, Alcorta y Rojas, fue suficiente para que vuelvan a la Comisaría Tercera de Asunción como castigo por lo que estaban haciendo en Emboscada. La rueda del tiempo parecía girar en círculos, llevándolos nuevamente al punto de partida. Las mismas paredes, el mismo encierro, fue como regresar a una historia con capítulos predecibles.
Después de casi dos décadas entre rejas, el clamor internacional por la liberación de aquellos prisioneros finalmente dio sus frutos. El 27 de enero de 1977, Stroessner cedió a la presión y les concedió la libertad, aunque con una condición opresiva: no les devolvieron sus documentos personales y permanecieron bajo constante vigilancia policial.
El 31 de enero de 1978, plasmaron en cuatro hojas impresas su testimonio personal, detallando minuciosamente los actos brutales e inhumanos de violencia física y psicológica perpetrados por el régimen no solo contra ellos, sino también contra otros prisioneros políticos. Este testimonio fue dirigido a la División de Derechos Humanos, siendo un recuento doloroso y crudo de los abusos sufridos bajo el poder dictatorial.
Temerosos de una posible recaptura, buscaron refugio en la Embajada de Perú, donde permanecieron durante ocho meses hasta que finalmente obtuvieron la documentación necesaria para abandonar el país. Fue en octubre de 1977 cuando se embarcaron hacia Suecia, buscando un destino seguro.
A partir de ese momento, Antonio Maidana, Alfredo Alcorta y Julio Rojas viajaron por diversos países europeos, fueron a la Unión Soviética a recuperar su salud y Cuba, donde el pueblo los recibió con honores y condecoraciones, alzando sus voces contra la situación en Paraguay: la opresión, la represión y los asesinatos de activistas políticos. Luego de esto, Antonio Maidana ingresó clandestinamente a Argentina en 1978, con la misión de reorganizar el liderazgo del Partido Comunista Paraguayo y promover la formación de un Frente Nacional Anti-Dictatorial, reuniéndose con exiliados paraguayos, incluido Emilio Roa, quién fue también un sindicalista y miembro del PCP.
Sin embargo, la dictadura de Stroessner, empeñada en erradicar cualquier oposición, especialmente la del Partido Comunista Paraguayo, intensificó la vigilancia sobre las actividades de Antonio Maidana y Emilio Roa en Argentina. Los mecanismos de coordinación del Plan Cóndor se activaron para este fin.
El miércoles 27 de agosto de 1980, alrededor del mediodía, en las cercanías de la intersección de la Avenida Directorio y la calle Lacarra en Buenos Aires, precisamente en el Parque Avellaneda, Antonio Maidana y Emilio Roa fueron brutalmente secuestrados a plena luz del día. Fueron arrastrados por la fuerza hacia vehículos particulares y desde entonces, Maidana y Roa han permanecido desaparecidos.
El “Panteón de los Vivos” es un símbolo de la crueldad y la lucha por la supervivencia. En sus paredes encarceló sueños, pero también resistencia. Antonio Maidana y sus compañeros, resistieron en ese infierno con la determinación de quienes buscan aferrarse a la humanidad aún en los rincones más oscuros del encierro.
Las cicatrices de aquellos días lúgubres se han desvanecido físicamente, pero la memoria de la resistencia persiste. Antonio Maidana, un símbolo de valentía y perseverancia, es un recordatorio de la capacidad del espíritu humano para resistir, incluso en los abismos más sombríos de la historia.
Hoy, Bernabé sigue llevando consigo el legado de estos compañeros. Su voz, llena de memoria y respeto, en cada historia que comparte, honra la memoria de aquellos que desafiaron la oscuridad y mantuvieron la llama de la esperanza en tiempos desesperados.
Notas
- Reproducción fotográfica de la portada: Renata Vargas
- Esta nota fue elaborada en el marco de un taller de periodismo literario, dictado por el periodista Andrés Colmán, de septiembre a noviembre de 2023.
- Renata Vargas se adentró a los 15 años en el mundo de la fotografía al estudiar en el instituto La Obra. En 2018, estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad del Pacífico y se especializó en fotografía de productos, gastronomía y eventos como colaboradora independiente. En 2020, cofundó Mural Realizadores, una productora audiovisual. En 2022, ganó el Capital Semilla para Mujeres Emprendedoras de la Embajada de Taiwán. Ese mismo año descubrió su faceta artística en el taller de ensayo fotográfico del Ojo Salvaje donde empezó a desarrollar su proyecto gráfico documental sobre la memoria histórica de la dictadura Stronista, el cuál fue seleccionado para una exposición colectiva «Recordar es trabajar por el futuro», de la Embajada Alemana y el ICPA en el año 2023. ↩︎
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