Por Miguel H. López | CON-TEXTO

Que un presidente de la República diga públicamente que ya no lee ni escucha las críticas y reclamos que le hace la población, por diversos mecanismos y medios, no es materia fácil. Si un mandatario hace oídos sordos a lo que le dicen sus electores o a quienes él preside –con gusto o con disgusto-, es un atentando directo contra un principio y una razón básicos de la representatividad en ese cargo ejecutivo del poder. Mario Abdo Benítez lo expresó esta semana, desplegando su hastío, ante la andanada de cuestionamientos y exigencias de todos los sectores hacia su indolencia con los sucesivos y graves actos de corrupción bajo y en su Gobierno que apenas lleva andado casi la mitad de su mandato.

“Me pueden putear, pero no me pueden refutar en los números”. “No se preocupen por lo que escuchan, hace rato que ya no leo nada por salud mental. Me levanto tranquilo, leo la Biblia a la mañana y salgo a trabajar por nuestro pueblo y con mucha esperanza”. En estas palabras pronunciadas durante una inauguración de obras en la ciudad de Luque anteayer, Abdo se autorretrata: Autoritario, indolente, inepto, necio, incompetente y por sobre todo sin capacidad ni altura para ejercer el cargo que ostenta. Lo que diríamos en buen texto coloquial, un bueno para nada, además pichado y caprichosamente malcriado. Haber sido prohijado de y por la dictadura stronista –donde su papá homónimo fue secretario del tirano Stroessner y también se hizo ilegalmente de riquezas que hasta hoy él usufructúa- lo coloca no solo en el pedestal de los herederos –y vástagos- de la tierna podredumbre, sino hace que destile, como una usina insuflada por fraguas, su alta incapacidad de trabajo y de escaso desempeño en democracia.

Aunque su soberbia –y uno que otro desatinado asesor- lo mal aconseje, este es un claro caso en donde nosotros, la población, sabemos que todo lo que diga u omita será usado en su contra. No por despecho o revancha, como lo tratan de instalar siempre los perifoneros del poder y del partido de Gobierno con su ejército de punteros y su malevaje electoral. Lo hacemos porque corresponde. La contestación y los requerimientos al y ante el mal Gobierno y a los malos gobernantes es un derecho esencial. El de peticionar, requerir, exigir, que se hagan las cosas conforme a ley, transparencia, buena gestión y beneficio a la población, es un principio inexpugnable que deviene constitucional.

Abdo puede decir lo que quiera y sabemos que casi siempre se equivocará, como en este caso, porque parte del desconocimiento de la realidad del país, aunque haya vivido mucho de su vida en él, pero no convivido con lo que ocurre dentro de él.

Lo lamentamos –y no tanto a la vez- por él, porque aunque no conozca las claves de la coexistencia en democracia, tendrá que seguir soportando lo que la gente tiene que decir y opinar, no por antojadiza sino porque quien realmente provoca los casos que generan las críticas es el mismo criticado.

La corrupción y la impunidad por la que se le reprocha las genera el mismo presidente por acción y por omisión. No puede haber otro responsable mayor, porque es bajo su gestión, es dentro de su equipo, bajo su mandato, dentro y vinculado a su gabinete y ministerios, con sus funcionarios de confianza, que se cometen y acometen los deleznables actos de lesa Patria.

Abdo puede seguir despertándose temprano y leyendo la biblia y haciendo oídos sordos a los reclamos de la gente. Lo que no debe desconocer es que esa actitud no es la de un mandatario y que con ella lesiona compromisos que asumió en su juramento. El país no es su hacienda ni la gente es su peón, ni el dinero público es su caja chica que reparte entre los amigos cuando quiere, ni Itaipú es su juguete que puede regalar a escondidas a un amigo ideológico presidente, del que parece más lacayo que contraparte soberana.

Ojavy ha ojavy vai. Ipituva ha ivýro, pokarēme omohendapase imba’e vai apopyre.

Ni en pandemia fue capaz de estar a la altura de las necesidades. Tuvo apoyo político y ciudadano, como nunca, y prefirió rifarlo dejando que los recursos traídos en nombre y para la salud de la gente se usaran a diestra y siniestra entre sus allegados, sin control y cuando le fue reclamado se enojó.

Abdo no debe olvidar cómo lloriqueó, al igual que su vicepresidente el tristemente célebre Hugo Velázquez, cuando arreció sobre él la sombra del juicio político después de que a escondidas firmó el acta secreta que regalaba la soberanía energética paraguaya en Itaipú a los familiares del presidente brasileño Jair Bolsonaro. Esas son lecciones que no deben desconocerse, y por sobre todo necesitan aprenderse. Puede ocurrir hoy o mañana, más temprano que tarde, pero puede ocurrir que un buen día vuelva a estar en las mismas circunstancias, porque no dejaron de ser mendaces y corruptos. Entonces es cuando veremos si su biblia y su arrogancia lo salvan de la alcantarilla de la historia.

Ãgante. Ãgaite, ãgamie. Tiempo al tiempo…


Imagen de inicio: Collage de Julia Geiser extraído de internet.