Editorial del 10 de agosto del 2020.
A dos años de la asunción de Mario Abdo como fraudulento presidente de la República, luego del internacionalmente escandaloso robo electoral, las tensiones sociales entre la clase patronal explotadora y la clase trabajadora explotada van en aumento, como consecuencia de la poderosa crisis del sistema de producción capitalista a escala mundial, que con la pandemia iniciada en marzo de este año, evidenció aún más la miserable expresión de la cultura mercantil, donde los derechos como el de la alimentación, la salud, la educación, tienen precio y quien no tenga cómo pagar debe resignarse a la suerte, los favores politiqueros, la caridad hipócrita de algunos millonarios y la solidaridad de las mayorías trabajadoras.
Como solemos insistir, de las cerca de 3.700.000 personas que forman parte de la población económicamente activa (PEA), más de 2.600.000 se desempeñan en el sector informal, sin contratos, ni seguridad social, salud, jubilación, estabilidad laboral. Y las medidas adoptadas por el gobierno, además de ser muy mínimas, han alcanzado a no más de la mitad de las personas que no han podido reanudar sus labores, a lo que debemos sumar por lo menos más de 80.000 nuevos desempleados, según registros oficiales, lo cual significa que son muchos más.
Con la crisis agudizada por la pandemia, las patronales, a través de su gobierno, han operado como históricamente hicieron, como saqueadores piratas: aprovechar la crisis para acelerar el saqueo, con flexibilidad para contraer deudas y más deudas, aprobar licitaciones cocinadas entre cuatro paredes con determinadas empresas, continuar con el tráfico de influencias sumando compras incorrectas de productos que por negligencia y corrupción retrasaron de manera criminal la posibilidad de tener un sistema de salud pública mejor preparado.
En cuanto al endeudamiento, hoy representa a más del 30% del Producto Interno Bruto, alcanzando la suma de casi 11 mil millones de dólares, de los cuales prácticamente la mitad son bonos internacionales. Para entender el peligro de este endeudamiento, debemos tener en cuenta que la evasión fiscal de nuestro país es de alrededor del 30% y la presión tributaria se acerca al 14%, ubicando al Paraguay en el último lugar entre países con menor presión tributaria, o sea, países en donde la mayor cantidad de dinero para financiar las políticas públicas, proviene de las mayorías trabajadoras y no de las patronales. Y la utilización de una buena parte de esos bonos internacionales para pagar la deuda, nos demuestra que lo más probable es que no pase mucho tiempo para que el Estado paraguayo no pueda sostener el pago de su deuda y empiece a quebrar.
Frente a este panorama, la clase trabajadora ha desarrollado sus mejores atributos humanistas y solidarios, cuidándose de manera colectiva, financiando las ollas populares a lo largo y ancho del país, luchando en defensa de sus puestos de trabajo, ensayando formas de organización y trabajo colectivo y autogestionado, defendiendo su producción agrícola diversa y sus tierras, aunque sin sacudirse totalmente de los vicios de la sociedad capitalista, como el individualismo, las tentaciones del dinero, la desconfianza entre trabajadoras y trabajadores, el no respeto a los acuerdos, la actuación de dirigencias sindicales favoreciendo intereses patronales, los acuerdos con politiqueros, el cortoplacismo y el caudillismo prebendario.
Vencer esos (y otros) vicios es el gran desafío que tenemos las mayorías trabajadoras del campo y la ciudad para superar esta crisis general y construir un Poder Popular que efectivamente representa a las mayorías. Los sindicatos deben reconstruirse para atraer a todas las familias trabajadoras, como espacio de educación, encuentro, intercambio solidario e inclusive disfrute del ocio. Los gremios campesinos, estudiantiles, las organizaciones barriales y comunitarias, también deben recuperar ese ambiente de encuentro, apoyo solidario, educación colectiva, respeto a los acuerdos, identificación de las conductos e intereses que perjudican el libre intercambio entre mujeres y hombres, para fortalecer nuestra convicción en la construcción de la sociedad que supere la explotación de los seres humanos y promueva la total libertad social y colectiva para la realización de los derechos y las capacidades de todas las personas.
El capitalismo podrá cambiar de rostro para continuar su saqueo. Lo que no podrá es volver para atrás y recuperarse como una especie de capitalismo bueno y “no salvaje”, porque los intereses concentrados en el sistema financiero son parte de su inalterable decadencia. Continuará presentando, en la medida que pasa el tiempo, sus peores rostros, más o menos maquillados, más o menos grotescos, más o menos terroristas, pero todos seguirán siendo el rostro de la muerte, el hambre y la guerra.
El gobierno de Mario Abdo y las cúpulas de los partidos conservadores, así como la lógica empresarial, terrateniente y financiera, continuará su saqueo de las riquezas del pueblo trabajador, la entrega del patrimonio público a los capitales imperialistas y la represión a quienes se manifiesten a exigir justicia. En estos dos años de gobierno ha demostrado su total impotencia para generar condiciones de inclusión y vida digna a las mayorías trabajadoras.
Es el tiempo de un proyecto de activación económica, con un nuevo Estado diseñado para garantizar los intereses de la mayoría con justicia social y recuperación de bienes y tierras malhabidas, realizando el debido juicio y castigo a empresarios, terratenientes y banqueros, así como a politiqueros, que históricamente han robado a la clase trabajadora para satisfacer sus privilegios.
Es tiempo de unidad y organización de la clase trabajadora, para expresar la fuerza necesaria y capaz de motivar a la lucha a las demás capas sociales del Paraguay, objetivamente perjudicadas por este caótico proyecto de robo y violencia, representado por un Mario Abdo totalmente obediente a los dictados de los monopolios imperialistas mafiosos, capitaneados por los EEUU.