La mayor y más peligrosa pandemia

Asistimos expectantes al comportamiento del mercado, de los precios, al de la curva del coronavirus y de otras pandemias, hoy menos visibles o con menos publicidad que el Covid 19, e incluso naturalizadas por nuestras sociedades, como por ejemplo la violencia ejercida hacia los más vulnerables.

No es un dato menor que el número de casos de violencia hacia las mujeres aumentara en un 64%[1], al mismo tiempo que el número de denuncias de maltrato infantil llegaba a 431 en el primer trimestre del año,  o la avanzada inmisericorde de la patronal sobre los derechos de los trabajadores, negándose a “poner el hombro” para enfrentar una crisis generada por la lógica demencial de un sistema que sólo beneficia a un puñado de la población y que, sin embargo, arriesga la vida de millones al empujarlos al abismo del desempleo y la marginalidad.

Paraguay es el quinto país a nivel mundial con la peor calidad de empleo. Asimismo, el Banco Mundial en su informe “La naturaleza cambiante del trabajo” (2019) sitúa a nuestro país como una de las economías con mayor empleo informal a nivel mundial, afectando al 71% de la población económicamente activa (PEA). En donde apenas el 21.1% de la población cotiza a la seguridad social, la baja cobertura afecta fundamentalmente al sector de los trabajadores informales, todo esto mucho antes de que se desatara la pandemia, cuyo efecto fue el de evidenciar la lógica criminal de una organización social basada en la explotación.

Teniendo en cuenta estos datos, cualquiera creería que las patronales, tras décadas de haber “ahorrado” en los costos que presupone la contratación de fuerza de trabajo “barata”, estuvieran hoy dispuestas a ceder parte de las ganancias obtenidas para apalancar la crisis, sin embargo, la realidad es bien distinta.

A un mes de decretarse la cuarentena 1780 empresas en Paraguay tramitaron el cese temporal o definitivo con la excusa de la pandemia, esto implica que entre 50.000 y 60.000 personas quedarán sin empleo, sumadas a las 25.000 que ya fueron despedidas y por tanto, desvinculadas de la seguridad social.

Es decir, el primer impacto económico de la pandemia en nuestro país se expresa en el aumento del desempleo y de la vulneración de los derechos laborales que, a pesar de las medidas implementadas por el gobierno de destinar USD 100 millones al sistema de seguridad social para  garantizar el subsidio a los trabajadores, así como la inyección de USD 1000 millones al sistema financiero para garantizar el pago de salarios a través de líneas de crédito corporativo habilitadas para las empresas, los empleadores continúan con la ola de despidos y de exposición a contagios al no proveer de los insumos necesarios para desarrollar las actividades laborales bajo la continua amenaza de desvinculación.

Desde luego que las proyecciones no son para nada alentadoras, no lo son a nivel global y por supuesto, mucho menos a nivel regional, en donde el FMI proyecta una caída del PIB del 5% para América Latina en su conjunto,  y del 1% para Paraguay. La cuestión, evidentemente no es sólo esta, sino la manera en la que los gobiernos han asumido la crisis como si se tratara únicamente de un descalce fiscal.

Las medidas económicas implementadas por el gobierno se enmarcan en una suerte de cruzada hacia los trabajadores públicos en particular, pero que sin lugar a dudas, afecta al conjunto de la clase trabajadora y deja al descubierto la estrategia violenta del capital contra los trabajadores, y que requiere su correlato en contra del trabajador público, como una suerte de corolario de un proceso de desvalorización de la fuerza de trabajo que se gestó mucho antes de la pandemia y hoy cobra cuerpo en el contexto de la crisis sanitaria.

Este correlato que ubica al trabajador público como el enemigo de la supuesta “eficiencia”  en el gasto del gobierno, juega el papel de justificar medidas tan arbitrarias como violadoras de derechos históricos adquiridos, atentando contra los salarios y afectando, por tanto, el poder de negociación de los sindicatos en una clara avanzada sobre la clase trabajadora, encubierta hoy en la nebulosa de la incertidumbre generada por la pandemia.

A esta trágica coyuntura para quienes deben debatirse entre infectarse o morir de hambre, se añade la crisis en el sistema educativo, resultado de décadas de desidia consciente por parte de los gobiernos de turno, gestores del capital que lo mercantiliza todo, la vida, la salud y como no, la educación. Es la mercantilización la que ha llevado a la ruina al sistema educativo, hoy impotente para afrontar los desafíos impuestos por las medidas de aislamiento social.

La imposición de las “clases virtuales” como alternativa para no “perder el año” se da en un escenario marcado por vergonzosas desigualdades. Una escandalosa brecha tecnológica  afecta al 81% de los estudiantes matriculados que no tienen posibilidad de acceder a internet, al pésimo estado de la infraestructura o la ausencia de ella, se añade la vulnerabilidad socioeconómica de las familias paraguayas, en donde tan solo en el departamento central unos 181.067 estudiantes de la educación escolar básica se benefician con el almuerzo escolar, siendo este, en muchos casos, el único alimento al que acceden en el día. Lo que deja al descubierto la ridiculez de la propuesta del ministerio para no “perder el año”, un año que con o sin coronavirus ya está perdido y así lo evidencian los resultados de las pruebas PISA-D del año 2019, en el que la deserción escolar asociada a factores económicos está al orden del día.

La pandemia más peligrosa es el capitalismo que lo mercantiliza todo, la vida y la muerte, haciendo de esta última un espectáculo. Hoy la evidencia es el coronavirus, pero la fractura en el metabolismo social bajo el influjo del capital nos ha conducido no sólo a esta crisis, sino a muchas más, como la alimentaria, la ambiental, la energética, sólo por mencionar algunas.

Los efectos devastadores del capitalismo sobre el ambiente, la extinción de especies, la desaparición de ecosistemas enteros, la contaminación y la explotación indiscriminada de los recursos naturales, en suma, la actividad económica bajo la lógica de la mercantilización, sólo nos conduce a nuestra propia destrucción, nos coloca al frente de una crisis civilizatoria en donde la única salida posible es el socialismo que, a diferencia del capitalismo, como dijera Lenin, se construye conscientemente.

La pandemia más peligrosa es el capital, por lo que apuntar a su destrucción es un acto de supervivencia.

*Por Alhelí Cáceres

**Imagen de inicio: Obra de Antonio Berni, de la serie Juanito Laguna.


[1] Dato del Ministerio de la mujer, entrevista recuperada el 21-04-2020 en http://www.nanduti.com.py/2020/04/04/se-disparan-los-casos-violencia-la-mujer-cuarentena-debemos/

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