Memoria del Futuro | Por Jean Mersault


Con un sueño de amor entre las manos,
—sin dudas, sin temores ni pesadumbre alguna—
retornaré cantando.

Elvio Romero, De regreso.

Primeros años: a modo de introducción

Carlos Antonio Garcete Bogado nació en Asunción el 11 de octubre de 1918. Fue un trabajador de los yerbales y contador bancario que, entre otras cosas, pintó y escribió cuentos, libretos de radioteatro, obras de teatro e informes políticos. Uno pensaría a priori que habiéndose destacado en estos segmentos de la expresión artística este señor sería reconocido ampliamente, pero con Garcete sucede lo que con muchas otras personalidades que son marginadas de la historiografía hegemónica por su militancia comunista. Revisitar su historia es revisitar la historia de un proceso complicado, inacabado y disperso en la narrativa escrita. 

A más de veinte años de su fallecimiento, este texto pretende disponer de más elementos de su vida y organizar un breviario del trabajo militante-artístico de Carlos Garcete, en esa búsqueda. Contando con documentos inéditos, entrevistas, reseñas de otros críticos y memorias internacionales, quizá se pueda formar parcialmente un retrato vital suyo. 

Desde muy joven Garcete tuvo que aprender a vivir en un ambiente marcado por la muerte y la violencia sistemática, su primer contacto directo se dio en el frente de batalla durante la Guerra del Chaco. No es descabellado afirmar que en gran parte de este siglo su vida y obra pasaron desapercibidas en la historiografía artística paraguaya. 

Su formación primaria fue complicada teniendo en cuenta la poca accesibilidad a libros y a librerías en su juventud; por lo que el propio Garcete recordó con simpatía —en una entrevista con Victorio V. Suárez— que por aquella época su formación se potenció mediante la posibilidad que ofrecía la Editorial Tor (famosa por piratear traducciones y ediciones de diversas obras). 

Al culminar la educación básica, comenzó a trabajar en Radio Teleco, escribiendo libretos para radioteatro, destacó por su humor singular y creatividad. Más tarde, guiado por su interés por la pintura, tomó clases con Jaime Bestard. Esto no solo influyó en su desarrollo como artista visual, sino que también generó su encuentro en el Ateneo Paraguayo con Fernando Oca del Valle (docente y cartógrafo español que llegó al país en 1940, luego del triunfo del bando franquista en la Guerra Civil Española) y que lo tomó como apuntador teatral. Esto lo cuenta Garcete en entrevista con Victorio V. Suárez con sus propias palabras: “La tarea literaria emergió cuando yo estudiaba pintura con Bestard. Entonces me quedaba para mirar los ensayos del Ateneo Paraguayo —hacía poco que había llegado don Fernando Oca del Valle (…) Durante aquellas observaciones, un día faltó el apuntador y don Fernando se acercó para decirme: ¿Amigo, usted no querría darnos una manito? Desde aquel momento trabajé de lleno como apuntador hasta totalizar más de 25 obras teatrales…”.

Si bien está claro que su paso por el Ateneo Paraguayo fue fundamental para su evolución artística y, más que nada, para tener una fuente de ingreso en ese tiempo; más adelante rompió con la tradición formal que brotó de allí.

La herramienta del arte frente al exilio (1947-1987)

No está de más mencionar que Garcete desde su adolescencia fue influenciado por sus lecturas de las obras de Rafael Barrett y Karl Marx; esto lo llevó a comenzar su militancia orgánica en la Federación Juvenil Comunista (brazo juvenil del Partido Comunista Paraguayo —PCP), lo que marcó un antes y después en su vida. Asimismo, fortaleció algunos principios suyos que podemos citar a continuación: estudiar seriamente para conocer el lenguaje y las técnicas, crear sin tabúes ni preconceptos y no divorciarse de la realidad, sino potenciar la imaginación a partir de ella.

Hasta 1947 trabajó como libretista para radio y contador para el Banco de Brasil, aunque el recrudecimiento virulento del régimen de Higinio Morínigo lo obligó a dejar de trabajar en Paraguay. Es así que se dan sus primeros apresamientos y el destierro del Paraguay por su participación en la insurrección y en la Guerra Civil de ese año. Garcete, que fue parte de los esfuerzos de la coalición revolucionaria marcada por la derrota del intento de derrocar al régimen moriniguista y por la brutal represión posterior, encontró asilo en Argentina. 

En ese contexto, comenzó un proceso educativo formal en Bellas Artes, en la Ciudad de Buenos Aires. A pesar de que ese tiempo frenó temporalmente su capacidad creativa (estuvo casi una década sin escribir o pintar nada acabado), frente al exilio encontró camaradería y amistad entre los desterrados paraguayos, lo que a su vez lo llevó a comprender al arte como una herramienta sensible en la lucha, dicho de otra manera: pasó a escribir políticamente y no sobre política. Empezó a asumir más responsabilidades en su trabajo militante en las filas comunistas, aunque con la caída de Morínigo la situación de su exilio no cambió mucho e incluso con la llegada de Alfredo Stroessner al poder fue a peor. En ese tiempo concibió el primer borrador de su obra teatral más destacada, que luego se llamó «La caja de fósforos», basada en el relato de Eduardo Torreani Viera, quien fuera ministro del interior del gabinete del gobierno del Mcal. José Félix Estigarribia. 

En febrero de 1954, Garcete integró una comitiva, con algunos camaradas y otros compañeros artistas, que participó del I Congreso Nacional e Internacional de Escritores en Goiânia, Brasil. En este congreso estuvieron por Paraguay: José Asunción Flores, Elvio Romero, Herminio Giménez y él mismo. Entre otros invitados al Congreso se puede citar a Pablo Neruda, Margot Loyola, René Depestre, Fernando Correia da Silva y Jorge Amado. Esta actividad se realizó en el marco de una respuesta internacional a las políticas anticomunistas —no solo internamente con el macartismo, sino con las persecuciones internacionales— que estaba realizando e impulsando el gobierno estadounidense sistemáticamente en la región. 

Reproducción fotográfica de la ficha consular de Carlos Garcete para el viaje a Brasil desde la Argentina, enero de 1954. Archivo Adelante!

Años después, Garcete cerró su primer proyecto de escritura de ficción que se llamó «La muerte tiene color», una colección de cuentos publicada en 1958 por la Editorial Futuro en Argentina, que según Vicente Peiró Barco es una «obra primordial de la literatura paraguaya del exilio».

Al mismo tiempo, el peligro de la persecución y la militancia lo obligó a moverse de forma constante, realizando varios viajes alrededor del mundo. Por ejemplo, Garcete fue cabeza de la delegación paraguaya que participó del VI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, del 23 de julio al 15 de agosto de 1957, en Moscú. Sobre la participación de la delegación paraguaya en este VI Festival, son interesantes las memorias y el informe de trabajo del responsable ruso que hizo de nexo con la organización, S. Soloviev. En estas memorias inéditas en castellano se indican algunos datos sobre la delegación y específicamente sobre Garcete, como que: «La delegación paraguaya estuvo integrada por 12 personas con edades comprendidas entre 7 y 54 años (…). Al primer grupo debería incluirse en primer lugar al jefe de la delegación, el escritor y artista paraguayo Garcete Carlos Antonio, 1918. Miembro del Partido Comunista Paraguayo desde hace 16 años. Por sus opiniones fue encarcelado en un campo de concentración y exiliado. Garcete es una persona educada, culta…».

Garcete fue acompañado a este Festival por el músico comunista Severo Rodas y por otros artistas paraguayos. Cabe mencionar que la delegación estuvo compuesta también de gente que no era comunista, entre ellos los integrantes del «Trío Paraguayo» (Pablo Morel, arpista; Pedro Leguizamón, cantante y guitarrista; y José de la Cruz). La participación en este festival puede considerarse un hito histórico para ese tiempo y afianzó el desarrollo ideológico de Rodas y Garcete.  

Entre su vuelta a la Argentina y sus viajes a eventos internacionales, se empezó a gestar en el exilio lo que posteriormente fue la Asociación de Artistas Paraguayos en Buenos Aires (ADAPA). Ya que la mayoría tenía la intención de generar un frente común para luchar contra la tiranía de Stroessner. 

Sobre su condición de exiliado y los trabajos que realizaban, Garcete dijo lo siguiente: «Salí de Asunción en 1947. Al respecto, puedo decir que el exilio es doloroso: 1) por el desarraigo; 2) por la impotencia de ver al país de origen castigado por brutalidades y miseria. El exiliado sobrevive y si es escritor inevitablemente vuelca todas sus angustias y esperanzas en la escritura. Muchos de nosotros hemos trabajado en tareas de resistencia al régimen dictatorial. Organizábamos actividades artísticas a fin de recaudar fondos que pudieran servir a familiares de presos políticos..», vale decir que desde Buenos Aires trabajó junto a sus camaradas y amigos Hérib Campos Cervera (h), Santiago Dimas Aranda, Flores, Carlos Lara Bareiro y otros. 

En 1958 se instaló temporalmente en Francia, donde comenzó a profundizar la creación pictórica y teatral. Durante unos años vivió en París. En la ciudad de la luz terminó el libreto de la obra «La caja de fósforos», fue traducida por el referenciado Claude Couffon (La boite d’allumettes, 1963-1964) y posteriormente estrenada en un teatro de la ciudad. Esta obra de Garcete fue representada también en Bordeaux, Marsella y Lyon.

Es ahí también donde por motivos de subsistencia material comenzó a pintar con mucha más regularidad, debido a que su arte visual consiguió mejores resultados económicos en el circuito internacional. Su obra pictórica (mayormente al óleo sobre tela) fue mostrada en Francia, España, URSS, Chile, Argentina y Paraguay. 

Obra «Le Pont Marie» de Carlos Garcete, parte de la colección de Pintura Extranjera del Museo Nacional de Bellas Artes de Chile. 

Permaneció en Francia por varios años, con algunos viajes esporádicos de por medio, allí escribió el monodrama titulado «Aumento de sueldo» y los primeros borradores del libreto de la obra «Isidoro Rodríguez SRL», que luego fue estrenada en Buenos Aires. 

Entrada la década del ‘70 su obra de ficción comenzó a ser leída, estudiada y publicada en la URSS. Varios de sus cuentos fueron traducidos al ruso y al ucraniano. Tanto fue el reconocimiento que la Revista de Literatura BcecBiT publicó, en su número 2 del año 1976, el cuento «El precio de la deuda» (que vamos a reproducir a continuación en su versión en castellano) junto a un compilado especial de literatura latinoamericana. A día de hoy el cuento puede encontrarse en el repositorio virtual de la Universidad Nacional Petro Mohyla del Mar Negro (Ucrania). 

El exilio fue sin duda un proceso doloroso para Garcete, pero frente al que identificó y desarrolló la herramienta del arte en el marco de la batalla de ideas contra el régimen stronista y también contra la propuesta alienante de la burguesía en el mundo. Desde fuera, aunque queriendo regresar al Paraguay, Garcete logró establecer una colección limitada de obras que aún al día de hoy logran ser referencia no solo de la crítica artística contemporánea, sino también de la lucha y la militancia.

«Transición democrática» y el regreso anhelado

Luego de 40 años de no poder residir en el país, Garcete pudo volver definitivamente en 1987. Con el régimen stronista ya débil y el giro estadounidense hacia el «estado de derecho», las condiciones permitieron que varios militantes volvieran al país. En ese contexto, siguió trabajando, escribiendo y pintando. Un regreso anhelado por tanto tiempo. 

En 1991, años después del derrocamiento de Stroessner, se realizó la repatriación de los restos del Maestro Flores, en vida camarada y amigo de Garcete. Un hito que generó alegría y desgarramiento a partes iguales, ya que algunos pudieron volver y otros fallecieron antes. Garcete estuvo en el Aeropuerto Silvio Pettirossi para alzar junto a otras personas el féretro del camarada Flores, que tuvo como destino la plaza que hoy lleva su nombre y el de Manuel Ortiz Guerrero en Asunción. Un acto simbólico muy importante.  

Fotografía de Carlos Garcete (izq.) sosteniendo el féretro de Asunción Flores, 1991. Archivo Adelante!

Si bien la caída del régimen stronista permitió cierta apertura política en el país y admitió una mínima diversidad social, el cambio constitucional no fue mucho más que un maquillaje de una estructura estatal que solamente puede ser superada por la vía revolucionaria. Esto implicó que el gobierno «transicional» siguiera el proceso con otras personalidades y con algunas nuevas características pero con el mismo eje central capitalista con reminiscencias stronistas, que hoy se representa en la minoría politiquera del cartismo en el Estado paraguayo. Esa estructura contra la que Garcete disparó con eficacia, siguiendo la línea barrettiana. 

Carlos Garcete falleció el 29 de diciembre de 2003, en la misma ciudad en la que nació, dejando un legado sensible y bello. Un legado de amor y valentía. Una creatividad y disciplina ejemplar. Desde su militancia y al calor de las decisiones colectivas fue superando cada techo que le impuso el capital impersonal hasta volver a su tierra para seguir la lucha hasta el final. Volver a leerlo se presenta como una tarea necesaria en este tiempo.


Carlos Garcete, un gran escritor desconocido

Había nacido este destacado narrador en Asunción en 1918, donde falleció en 2003, pocos días antes del término del mencionado año.

De condición humilde, conoció los rigores de la existencia sacrificada. Así y en cierta oportunidad, ambulando por el corralón donde dejaban sus animales los trabajadores del Mercado Guasu —que abarcaba las actuales plazas de O’Leary y de La Democracia— tuvo un accidente que le deformó la nariz, por lo que algunos lo atribuyeron a la práctica del duro deporte del box.

En su juventud recorrió extensos lugares del país y su madre que era maestra, le indujo al sabio manejo del idioma español. Participó como combatiente en la Guerra del Chaco, de donde regresó con el grado de oficial. Luego fue funcionario del Banco del Brasil y tras la huelga bancaria en el marzo insurreccional de 1947, tuvo que marchar al exilio que le durara como casi cuatro décadas. Tras radicarse durante muchos años en Buenos Aires, cierto tiempo después, ante la cambiante vida política argentina, se vio obligado a marchar a Francia. En París asumió la calidad de pintor, que le sirvió para solventar su existencia, de tan rigurosa exigencia en una ciudad extraña.

En Buenos Aires integró la vanguardia artística y literaria, que se aglutinó alrededor de la conocida Agrupación Folklórica Guaraní, en cuyo seno estaban grandes músicos como José Asunción Flores e ilustres escritores como Campos Cervera y Roa Bastos.

Poco antes de la década del ’50, editó su libro de cuentos: «La muerte tiene color», que formó parte de la trilogía literaria que provocó el gran éxodo de 1947 juntamente con «Cenizas redimidas» de Campos Cervera y «Días roturados» de Elvio Romero.

Su amistad con el gran escritor argentino Raúl Larra, director de la buenísima Editorial Futuro, le posibilitó editar su segundo libro de cuentos: «El collar sobre el río» y las breves obras teatrales: «La caja de fósforos» y «Aumento de sueldo», dos magníficas joyas de contenido crítico, para el arte de la representación. Ya de regreso al país la Editorial Arandurã dio a conocer su tercer libro de cuentos: «El caballo del comisario». Gracias a FONDEC sus tres libros de cuentos fueron reunidos en un solo volumen y su viuda Carmen Bordón, por iniciativa personal dio a publicidad sus obras de teatro ya mencionadas sumadas a «Isidoro Rodríguez S.R.L.», que fueron ya representadas tanto en París como en Buenos Aires. En Rusia también fueron traducidas algunas de sus obras, y uno de sus cuentos integró una importante Antología de la literatura latinoamericana editada en Moscú, en la que estaban valores tan representativos de dicha literatura como Borges y García Márquez.

Indudablemente, Carlos Garcete fue un gran escritor que no tuvo la resonancia merecida porque jamás trató de ejercitarse en la autopromoción ni en procurarse amistades convenientes en los medios de difusión. Se mantuvo casi siempre alejado del ruido urdido por la actividad literaria. A pesar de todo, Garcete rendía gran culto a la amistad, tanto que en Buenos Aires contrajo «el mal de los cafetines», mal consistente en estar horas y horas charlando simplemente con la excusa del consumo de una taza de café. Poco tiempo antes de su fallecimiento, esta inveterada práctica hizo que tuviésemos que lamentar la pérdida de los originales de una novela breve, ya confeccionada, que consagraba el argumento de cosas y hechos de la larga era dictatorial.

En el Cementerio del Este, el 30 de diciembre de 2003, tuve el gran honor de despedirlo con la ayuda de su caro amigo de los últimos años, el poeta y el mejor charlista de nuestros medios literarios, Oscar Ferreiro. En los últimos tramos de mi discurso tuve que señalar con cierta dureza crítica que se nos iba un hombre que «se construyó su propio nombre entre las nieblas del silencio y la ambigüedad manifiesta de nuestra cultura. Cultura que gusta no nominar a sus grandes hombres, como no decir nada de sus grandes personalidades».

Carlos Garcete fue un gran escritor desconocido en espera que la crítica o el comentario no lo sigan ignorando. Hombres como él se sobreponen tarde o temprano a las injusticias del olvido puesto que la buena literatura se ejercita en la resurrección, una y otra vez.


El precio de la deuda

  • Nota del editor: la versión recuperada y en castellano del cuento que se presenta a continuación fue originalmente publicada en ruso en el número 2 de la revista soviética BcecBiT, del año 1976.

La noche era sombría y oscura como el alma de un carcelero. Parecía que el bosque no iba a acabar nunca. Cada paso le pesaba. En esos casos siempre es mejor detenerse, descansar y esperar al amanecer.
Pasaron dos largos días de que Juan González huyó de las plantaciones de yerba mate. Durante dos interminables días se hizo paso a través de una selva impenetrable. Dos días de constante, pesada lucha con la naturaleza luego de huir de su patrón, que lo explotó y humilló por cinco años.
Él, al fin, comprendió que nunca podría soldar su deuda y que con el tiempo ella solo aumentaría. Entonces, decidió huir lejos, donde nadie lo conociera, escapar para salvar su vida, que el patrón valoraba menos que la vida de un caballo o una mula.
Dormirse era imposible. Ya hacía una hora que llovía. Juan estaba completamente empapado. La idea de que el departamento de búsqueda de Capanga ya lo está buscando no le dejaba dormir, cuando necesitaba descansar al menos una hora. Al respecto de que debía seguir, no había nada que pensar. Al azar salió a un claro en el bosque y se sentó sobre un árbol caído.
El cansancio en un instante le ganó y Juan ya no entendía, qué le había sucedido, qué es lo que hacía bajo aquél árbol de ciruela, sin fuerzas y con la ropa toda mojada. Juan hizo un esfuerzo para enderezar sus ideas y recordar aquel día soleado, el cielo sin nubes sobre su casita, cuando el reclutador lo interrumpió:
–No pierdas tu oportunidad González, pago mil pesos a aquel que va a Maidana a cosechar yerba mate. Decide pronto, ya muchos ya se inscribieron. Es mucho dinero, González, no seas tonto.
–¿Qué tan pronto podré pagar ese dinero con mi trabajo? –preguntó Juan González
–¡En dos-tres meses! Luego quédate un tiempo, para ganar más y cuando vuelvas a tu casa podrás comprarte un pedazo de tierra.
A Juan lo atrajo la perspectiva de tener su pedacito de tierra. Así dejaría de romperse el lomo para el patrón. Con entusiasmo preguntó:
–¿Cuándo hay que ir?
–Mañana por la tarde.
No dejar pensar al peón es la regla de todo reclutador; hay que concretar el contrato antes de que el trabajador, gastado el adelanto, cambiara de idea.
–Firma aquí –insistía el reclutador –pasándole a Juan un cuadernillo.
Juan con desconfianza miro el espacio donde debía poner su firma.
–Si no sabes firmar mejor aún. Nos gustan más quienes no saben escribir, ni leer. Los instruidos siempre discuten. Puedes dejar la huella de tu dedo grande. ¡Dale, pronto!
Juan automáticamente apoyó su dedo gordo sobre esa página del cuadernillo. Él no sabía lo que decía ahí. Ni siquiera se le pudo haber ocurrido que con su huella digital se estaba obligando a pagar tres mil pesos,
El reclutador contó tres billetes de cien pesos y los pasó a Juan. Además le dio un cheque por quinientos pesos en la tienda del pueblo donde él mismo cobraba un porcentaje sobre la ganancia. Juan tomó el dinero y con fuerza lo apretó en su mano. Nunca en la vida tuvo tanto dinero. Ahora ese dinero le pertenecía. Ahora puede gastarlo, como hacían todo los peones cuando recibían el adelanto.
Cuando se calmó un poquito, contó el dinero.
–Señor, aquí faltan doscientos pesos.
–¡Tonto! Esos doscientos pesos, son mi comisión por haberte ayudado a encontrar trabajo.
–No se enoje Señor, solo preguntaba.
El cheque por quinientos pesos Juan le dio a su madre, para que se compre una pollera, yerba y galletas en la tienda del turco Abraham.
Los reclutadores ofrecieron una cena para todos por la ganancia de la firma de los contratos.
Lo único que le quedó a Juan en la memoria de aquella cena, era que a su lado estaba sentada una pegajosa mujer que a cada rato pedía que le sirva el vino. Recordó también que le regaló cien pesos. ¡Él no era tacaño! Pronto volvería rico, no quería en la noche de la despedida ganarse fama de tacaño…
Un relámpago rompió el cielo, retumbó el trueno amortizando los demás sonidos y recorrió el monte.
Juan retorno a la realidad, tratando de acomodarse sobre el tronco. La lluvia no paraba. Perforaba su cuerpo un fuerte dolor, todo se tornó oscuro y Juan tuvo que aferrarse fuertemente al tronco para no caer. Pasó un minuto o dos y cayó sin conciencia.
La lluvia ya paró cuando los perseguidores encontraron al fugitivo. Él estaba tirado en el pantano sin signos vitales.
–¡Levántate, perro! —gritó uno de ellos y golpeó a Juan con la bota en el estómago. Juan se retorció del dolor y gimió. El latigazo hizo que se levante. Lentamente se puso de pie, pero otro golpe con látigo lo echó al suelo de nuevo.
Un hombrecito pequeño y flacucho de ojos rápidos se acercó a Juan, atando sus brazos en la espalda. Colocó una soga alrededor del cuello de Juan haciendo un nudo y estiró la punta que sobraba.
–¡Camina, perro!
Cinco personas, armadas con cuchillos, pistolas, escopetas rodearon al fugitivo. Cada uno creía su deber el golpear a un hombre indefenso. Llevaron a Juan de vuelta a la plantación de mate.
Caminaron toda la mañana. Cerca del mediodía, cuando los “capangas” pararon para descansar y comer, Juan en silencio miraba, como ellos comían y bebían de sus cantimploras. Lo mataba un hambre torturador, Era el tercer día que en su boca no caía una gota de agua además de estar en pie todo ese tiempo. Unas ganas ardientes de escapar echaban sus ideas sobre la comida y el descanso. Su único deseo era llegar al otro lado del río. Allí estaba la libertad. Allí no lo podrían encontrar. Allí era otro país.
Un gordo policía quitó de su bolsa un pedazo de carne asada y lo acercó a la boca del fugitivo. Juan con ansias abrió la boca, pero el policía solo refregó la carne por sus labios y la tiró al pantano.
–¡Ja-ja-ja! –a carcajadas se rieron los demás –¿Tienes hambre? ¡Ish!
Uno de ellos golpeó a Juan por la cara. De su nariz empezó a correr sangre, él sintió en sus labios ese sabor salado. Juan quería limpiarse la boca pero sus brazos estaban atados.
–Dame un pedacito de carne –suplico él al policía pequeño con ojos rápidos.
–Aguanta. Pronto te va a dar de comer el administrador –contestó aquél.
–Aha, no menos de cien golpes —cínicamente agregó otro.
De nuevo se pusieron en camino.
Llegaron al pueblo al día siguiente, cuando el sol ya se escondió tras el horizonte. Por el cielo tranquilamente pasaban las nubes y abajo en la tierra, un hombre con la soga al cuello apenas caminaba entre cubiertas con paja y empapadas en suciedad chozas.
Los peones ya terminaron su trabajo, y con horror miraban al azotado y agotado fugitivo.
Al fin llegaron al centro de un pequeño pueblo, Juan ya no podía hacer un paso más, no tenía más fuerzas.
De la casa más grande –edificio de la administración –salió el administrador. Una cicatriz enorme partía su mejilla derecha. Decían que es la cicatriz que le dejó el golpe de un peón al cual él golpeaba. Decían además que por un atrevimiento así aquél pagó con su vida.
–¡Les dije que no llegaría lejos! —contento exclamó el administrador. –¡Te voy a mostrar lo que es huir! –susurró él y golpeó a Juan.
Los peones amontonados miraban a su amigo, que hace poco trabajaba con ellos y ahora estaba tirado en medio de la plaza como una montaña de carne ensangrentada. Sus corazones se contraían acalambradamente con cada golpe, a cada uno le parecía que lo golpeaban a él. Uno de ellos, no aguanto mas ver aquella inhumana tortura, se acerco al verdugo.
–¡Detente! ¿Por qué golpeas a un indefenso? –con rabia gritó y colocó su mano sobre el mango de su machete. Cinco disparos sonaron en ese mismo momento y el peón cayó al suelo. Salir en defensa le costó la vida. Nadie más siquiera se atrevió a moverse.
Dos policías metieron a Juan en una choza. Sobre la tierra ya cayó la noche. Reinaba el silencio. Unos faroles lanzaban su tenue lucecita en la oscuridad. Juan quería librarse de las sogas, pero pronto entendió que aquello era imposible. Entendió perfectamente que no volverá a ver el sol, que antes del amanecer lo vana a matar, como mataban a los demás pobres que soñaban con escapar de esa esclavitud. Cerrando los ojos, intento aunque sea un poquito relajar su cuerpo, aquí el dejo su salud, trabajando catorce horas al día durante cinco años, siempre luchando contra malezas, bichos, mosquitos, cargando en sus cansados hombros pesadas bolsas de cien kilos, llenas de hojas de yerba mate. Sin vergüenza lo estafaban en la tienda donde compraba comida, quitándole la oportunidad de soldar su deuda. Y ahora lo van a matar como a un perro rabioso porque quiso escapar de esa cadena perpetua.
¡Mañana! Esa palabra ya no llamaba la atención de Juan, sabía perfectamente, que para él mañana no brillaría el sol. Sus pensamientos se mezclaron, un terrorífico cansancio se desplomó sobre él y así cayó en la inconsciencia.
Alguien tiró de la soga que aún colgaba de su cuello y Juan recuperó el conocimiento.
–¡Levántate! –le ordenaron rudamente. Juan maquinalmente se levantó y salió de la choza. Sintió en su rostro la brisa mañanera. Juan respira profundo. Nunca le hizo nada malo a nadie, y he aquí – la muerte. ¿Será que es un delito tan grave tratar de escapar sin pagar la deuda? Acaso no lo tuvieron aquí a la fuerza durante cinco años?
–¡Camina!
Esa palabra lo sacó de su ensimismamiento. Un policía se le acercó y le quitó la soga del cuello.
–¡Y ahora corre!
Juan no podía entender por qué lo dejaban ir. Las cálidas ansias de vivir lo abrazaron. Se alegró de una manera indescriptible… y empezó a correr. Sonaron tres disparos. Tres balas se clavaron en su espalda. Él cayó de rodillas.
–¡Asesinos! ¡Asesinos!
El cuarto disparo hizo callar al peón para siempre.
Amanecía.
El cielo del amanecer era rojo como la sangre de Juan González.


Referencias bibliográficas

Almada Roche, A. (2008). Flores, el exilio y la gloria. Arandurã Editorial.
Garcete, C. (2008). Voces que no se apagan: Generación del 40 (V. V. Suárez) [FONDEC].
Garcete, C. (2012). Isidoro Rodríguez SRL, La caja de fósforos, Aumento de sueldo. Marben.
Peiró Barco, J. V. (2001). Literatura y sociedad. La narrativa paraguaya actual (1980-1995). UNED.
Suárez, V. V. (Ed.). (2011). Proceso de la literatura paraguaya perfil histórico, bibliografía y entrevistas a los más destacados escritores paraguayos (Edición corregida y aumentada). Fondec, Fondo Nacional de la Cultura y las Artes.
Соловьев, С. (s. f.). Один… и все человечество. Petro Mohyla Black Sea National University.