Memoria del Futuro | Por Majo Ramos


Se trata de una de las figuras más notables de la cultura paraguaya, reconocido por haber creado la guarania, el lenguaje que le permitió expresar sus ideas y sentimientos, para los que no alcanzaban las palabras ni la música de su época. Con la guarania, José Asunción Flores supo representar el sentir popular y logró perfeccionar el fondo espiritual del hombre. 

En palabras de Arturo Alsina: “Flores, como pocos, hizo esa cultura, traspasando por el milagro de su arte las fronteras del país, dando a nuestra comunidad una singular fisonomía. Supo interpretar como ninguno el misterioso lenguaje de la naturaleza y expresar las armonías del alma popular. Y su iluminación traspasará las fronteras del tiempo para convertirse en un clásico de la música”.

Esto mucho se conoce de José Asunción Flores, se lo celebra por haber sido no solo un gran músico, sino el creador de un nuevo género. Notamos, sin embargo, que muchas veces se nos olvidan sus raíces, su origen de yuyal, su visión política, así que repasemos algunos datos biográficos y rebusquemos en ellos su legado real.

Nació el 27 de agosto de 1904, fue chacariteño. Nació, vivió y creció en este barrio popular de Asunción. Su madre fue lavandera y su padre, guitarrista; ella lo crió sola cuando el hombre decidió no reconocerlo. José Agustín Flores llevó con orgullo el apellido de su madre y más tarde se nombró a sí mismo como la ciudad que lo vio nacer, crecer y partir al exilio. Trabajó desde pequeño como recolector de cartón y como lustrabotas. Se acercó al mundo de la música a través de la Banda oficial de la Policía a los 11 o 12 años, después de haber sido apresado por robar pan. Su castigo fue educarse en la música y su talento salió a la luz pronto. Fue trombonista primero y años después se recibió de profesor de violín.

A sus veinte años empezó a frecuentar al grupo de poetas y escritores de la revista «Juventud», integrado, entre otros, por Oscar Creydt y Obdulio Barthe. Fue en este tiempo, quizás, que Flores pudo conocer las ideas comunistas e identificarse con la lucha de la clase trabajadora a la que perteneció desde siempre.

En 1929 conoció a quien sería su gran amigo y letrista de muchas de sus canciones: Manuel Ortiz Guerrero, el poeta guaireño. Con él mantuvo una relación de amistad entrañable y una admiración y afección mutua e intensa. Flores acompañó a Ortiz Guerrero en sus últimos penosos días. Y años antes, fue su amigo Manú el que logró “rescatarlo” de la Batalla de Boquerón en la guerra del Chaco, a la que Flores se alistó voluntariamente, pero en donde corría riesgo de perder la vida, lo cual para el devenir de la cultura musical paraguaya e internacional hubiera sido irremisible.

Nos dice la historia que Manuel Ortiz Guerrero celebró la aparición de José Asunción Flores en la escena nacional con este discurso: “¡Qué viva el yuyal! Del yuyal salen estos hijos oscuros de la humanidad innominada, macerados en el santo óleo de penurias celestiales, con un halo dolorido de fulgencia en la cabeza. Sin títulos, sin cultura, sin recursos, pero con el tesoro de su propio Yo”. Estas palabras sostuvieron el ánimo del joven Flores, que en ese entonces ya había creado el nuevo género musical que hablaba de los comunes, de lo popular y que era menospreciado por la élite asuncena, pues la guarania representó desde sus inicios un desafío a la visión burguesa del mundo, ya que “expresaba al público, en una forma nueva y lenguaje accesible, los temas referentes a los sufridos ‘mensú’ de los yerbales, la figura del obrero, la de los pueblos indígenas y reivindicaba el idioma guaraní” (Pecci, A., 2022).

Poco después de que falleciera su gran amigo, en 1933, José Asunción Flores viaja por primera vez a Buenos Aires, en donde realiza conciertos y da a conocer su creación musical. Es reconocido y hace amistades, entre ellas, con muchos líderes comunistas paraguayos que estaban exiliados. En ese contexto se incorpora al Partido Comunista Paraguayo (PCP) y toma una posición crítica hacia la Guerra del Chaco.

Sí, José Asunción Flores fue comunista. Y aunque muchos libros de historia y biografías suyas dan este dato como de paso, es, en realidad, la parte de su historia que ha determinado su trayectoria musical y, a su vez, el legado que deseamos reivindicar.

Flores no fue solo el creador de la guarania, fue también comunista. Un hombre que luchó desde la trinchera artística y musical por los derechos de la clase trabajadora, nombrándola en melodías que connotan ideas de justicia y dignidad. Por supuesto, bajo los regímenes autoritarios, Flores sufrió persecución, encarcelamiento y exilio como consecuencia de su genuino interés por las culturas indígenas, por la situación de los trabajadores y del campesinado, y su cooperación en varias ocasiones con los compatriotas exiliados en Argentina. Creó melodías en las que reflejó sus sentires acerca de las injusticias sufridas por su pueblo, las desigualdades, pero también habló con esa música nueva de las esperanzas y de la belleza. Hoy, junto con las letras que distintos poetas le regalaron, son esas obras la memoria que nos queda, pero no solo las musicales, sino también sus obras humanas.

En 1949, le otorgaron la condecoración Orden Nacional al Mérito, pero Flores la rechazó en protesta por el asesinato del joven estudiante comunista Mariano Roque Alonso. Exigió investigación sobre su tortura y muerte. Ante el ofrecimiento de que encabezara una comisión de traslado de los restos de Manuel Ortiz Guerrero desde Asunción a Villarrica, condicionó su participación a que se decretara una amnistía de quince días para que todos los paraguayos pudieran participar de ese proceso, lo que, por supuesto, se le negó. Fue acusado de “traidor a la patria” y, posteriormente, durante toda la tiranía de Alfredo Stroessner, se le impidió el regreso al país.

Pese a eso, Flores no retrocedió en su compromiso artístico-político. Más tarde, fue designado por el PCP como miembro permanente del Consejo Mundial de Paz, representando al Paraguay. Realizó numerosos viajes a La Habana, París, Praga, Pekín, (invitado por el Gobierno Chino), y a la Unión Soviética, varias veces, donde presentó su música y grabó más tarde versiones sinfónicas de sus guaranias.

Contemplando los orígenes de José, sabiendo que salió al mundo desde un territorio tan marginalizado hasta nuestros días como es el barrio La Chacarita de Asunción, lo que marcó en algún momento el transcurso de su vida fue el azar. Por haber robado pan para poder satisfacer su hambre de niño pobre, el azar le brindó la oportunidad de acercarse a la música y desarrollar su talento artístico, el cual quizá hubiera sido desaprovechado, se hubiera mantenido dormido si las circunstancias hubiesen sido diferentes. Esa anécdota, ese movimiento arbitrario de su vida nos hace notar que, en realidad, las circunstancias hoy no son diferentes. Muchas de las oportunidades que tenemos son casi siempre también productos del azar, pero un azar falso, impuesto como orden. La niñez y juventud trabajadora sigue siendo arrestada por robar comida, ya sea pan o mandarinas, y sin importar la causa del vacío en sus estómagos. La niñez y la juventud de nuestro país siguen viéndose en la urgencia de rebuscar algo que comer porque cada vez es más difícil como efecto del sistema capitalista garantizarles un plato de comida. Y desarrollar nuestros talentos y capacidades depende de con quiénes nos relacionemos, de qué favores hagamos y de qué color votemos. 

Flores nos confronta a decidir qué hacer ante ese orden impuesto por el sistema capitalista, este orden mal llamado azar. Nos impulsa a analizar la realidad para entender que este modo de organizar la vida no prevé garantizar ni siquiera los derechos básicos de las mayorías trabajadoras. No es una casualidad que no podamos acceder a comida, a salud, a educación; no es una casualidad que nuestros talentos permanezcan dormidos: el sistema capitalista no pretende que las mayorías trabajadoras nos desarrollemos como seres humanos. Y si alguno de nosotros lo logra, es mera suerte, tal y como fue el caso de José Asunción Flores. 

Además, su ejemplo nos desafía a crear. Crear otros lenguajes para nombrarnos, crear otras realidades, sembrar flores en los yuyales, abocarnos a conquistar y heredar belleza y dignidad para nuestra clase. Crear constantemente alternativas para que, con la cultura y las artes, nuestra clase halle una forma de ejercer su derecho a reconocerse, reencontrarse y reorganizarse en lucha contra quienes nos imponen el límite de vivir para producir. Nuestra fuerza pertenece también a nuestros deseos más genuinos de ser libres haciendo lo que amamos. Y si eso que amamos es cantar o escribir poesía o construir casas, hacer pan o confeccionar ropa, sembrar campos, educar, atender a los enfermos, hacer ciencia y un largo etcétera, creo que José Asunción Flores nos desafía hoy a crear ese mundo. A luchar por esa realidad que dignifique nuestras obras y nuestras vidas. Construir una sociedad que conquiste derechos y se levante orgullosa en su lucha y defensa del trabajo digno, de la justicia y de la libertad de ser.

Una sociedad en la que las oportunidades de crecer y vivir la infancia con el plato de comida diario garantizado sea un derecho, no un privilegio. Una nueva sociedad en donde crear poesía, música, teatro y otras artes, gozar del compañerismo y del amor sean oportunidades para todas y todos, y no una historia particular a la que algunos lleguen casi por accidente.

También el legado de José Asunción nos da el aliento y la fuerza necesaria para levantarnos todos los días, para cultivar los campos y llenar los hogares paraguayos de justicia y dignidad, y hacer que renazca en la tierra el amor, como dicen sus canciones. Aliento y fuerzas para que en los sueños florezca el ideal, para luchar hasta que llegue el día de la redención y logremos elevar la Nación, ya sea aquí o en cualquier lugar del mundo en que nos hallemos.

Los hombres y mujeres como Flores, que fueron conscientes de su clase, con sus sueños y con sus luchas son quienes nos heredan la memoria que necesitamos y llegan a ser claridad y sabiduría en esos momentos oscuros en que bajamos los brazos exhaustos y nos miramos las manos sudadas y cansadas, hartas de producir. Cuando nos sentimos solo una mano de obra, mientras en realidad somos también creadores de otras melodías, de otras palabras, de otros lenguajes con los que expresar nuestras historias, nuestras ideas y sentires, lo cual nos acerca un poco más a la justicia y a la libertad que anhelamos.

Flores fue nombrado miembro del Comité Central del PCP en el III Congreso de 1971. En mayo de 1972, poco antes de fallecer, dio su último mensaje al pueblo paraguayo, se dirigió principalmente a los jóvenes y nos dejó estas palabras:

“Más que mi música pienso que mi legado a la juventud de mi Patria es el esfuerzo por mantener una dignidad, una fe en el inexorable destino libertario del Paraguay, que he tratado de sobrellevar venciendo (…) El compromiso no termina con la muerte de uno, sino que se intensifica”.

La música de Flores es un bálsamo contra la desesperanza, también es un llamado a recordar nuestras raíces y encontrar belleza en nuestra historia. Su herencia es flor en el yuyal. Su vida, que hoy conmemoramos a 120 años de su nacimiento, nos heredó una visión de la belleza y del arte ligada enteramente con la consciencia de clase y el compromiso hacia el alcance de una verdadera libertad. En ese sentido, nos queda la tarea de seguir expandiendo su visión integral relacionada con la creación artística, misma que nos han dejado otras enormes figuras como Carmen Soler, a quien, al igual que a Flores, seguimos celebrando por la dicha de habernos encontrado con su arte, ese arte que nos guía en el camino que juntos y juntas vamos haciendo al andar. 


Referencias