Análisis | Por Mirtha Maldonado1
«Por la mañana cuando vuelva el sol, es posible que volvamos a tener esperanzas».
En estos tiempos de saturación de imágenes efímeras, información fragmentada de la realidad, profundización de la lógica maniqueísta en la interpretación y comprensión de los hechos, exacerbación del individualismo y naturalización de los acuciantes problemas que nos aquejan cotidianamente como trabajadores y trabajadoras, la lectura de la envolvente e inquietante historia de ciencia ficción de Kazuo Ishiguro2, Klara y el Sol, me motivó a escribir estas líneas.
La novela que nos ofrece el Premio Nobel está narrada por Klara, una androide, es ella quien conduce esta historia llena de metáforas acerca de lo humano y una sociedad donde el avance tecnológico, la inteligencia artificial y la ingeniería genética son dispositivos que profundizan aún más la brecha entre ricos y pobres.
En la novela, nos enfrentamos a una sociedad en la cual la existencia de robots no se encuentra limitada a la sustitución de la fuerza de trabajo, sino que cumplen la función de ser amigos artificiales (AA), acompañantes para niños y adolescentes que tienen problemas de interacción social y/o que pasan mucho tiempo solos por el excesivo tiempo que sus padres dedican al trabajo. En el caso de Klara, la AA de Josie (humana), la situación era particularmente diferente, ya que la niña padecía de una enfermedad. Ella, como fue programada, responde a un patrón y, por ende, su perspectiva de los acontecimientos de la vida se ven determinados por sus algoritmos. A medida que transcurre el relato, es imposible no emocionarse con las intervenciones y el esfuerzo de Klara por asimilar lo humano, no se trata de lo que comúnmente llamamos empatía, va más allá de ese sentimiento de identificación con el otro, se trata de escudriñar lo que subyace a lo aparente, lo que resulta vital para la vida humana.
La aproximación que nos permite entablar la novela de Ishiguro con nuestra realidad también tiene que ver con esto de lo humano, esa subjetividad que, al modo de los algoritmos, nos atrapa en las aspiraciones, valores y deseos que la burguesía logró programar en cada uno de nosotros, logrando que nos convirtamos en cómplices (inconsciente y/o programación de por medio) de su proyecto de dominación. Dicho de otra forma, nuestra subjetividad sigue siendo el lugar privilegiado en el cual el capitalismo se ha atrincherado y, desde ese lugar, desarrolla una ofensiva sin tregua que le permite sofocar cualquier atisbo de emancipación que nos permita desplegar todas las potencialidades que nos habitan. No sin pena, debemos reconocer que nos lleva una importante delantera.
¿Qué entendemos por subjetividad?
Lo decimos de entrada y lo más claro posible, por la importancia de la categoría subjetividad para nuestro proyecto liberador y, por consiguiente, para nuestra práctica política. La subjetividad es la forma en que las relaciones sociales de producción se inscriben en el sujeto, determinando su singular forma de sentir, pensar, actuar y relacionarse.
El capitalismo requiere para su reproducción social, no solo la organización del modo de producción de una sociedad, sino también una forma de subjetivación de las personas. Todo el aparato simbólico cultural en el cual nos encontramos inmersos es un modo de subjetivación marcado, dirigido y bombardeado por los valores del sistema dominante. Por supuesto que no es el único posible, pero es el que prevalece y convive con otros procesos subjetivantes. Por lo dicho, el proceso de emergencia del sujeto es contradictorio y complejo.
La derivación del modo de producción capitalista, que tiene como principal contradicción que la producción general es social y la apropiación es privada, implica particulares relaciones sociales. En el modo de producción capitalista se produce una verdadera inversión: las personas son cosificadas y las cosas se humanizan. Este complejo proceso de naturalización en la producción ―producto de las históricas relaciones sociales capitalistas, donde el resultado del trabajo del hombre queda desligado, escindido de su creador, como si adquiriese vida propia y se le presenta como algo extraño e inaccesible―, es uno de los desciframientos más geniales de la crítica de la economía política burguesa que le debemos a Carlos Marx, y a la que el mismo denominó fetichismo de la mercancía, por cierto, concepto que lleva la impronta de su nombre.
El fetichismo de la mercancía es la piedra angular sobre la que el capitalismo construye la acumulación, la dominación, explotación y, sobre todo, un modo de subjetivación del sujeto, necesario para su reproducción. Para eso requiere de la complicidad de cada uno de nosotros, una complicidad que solo es posible minando el terreno de nuestra subjetividad con un orden de cosas, un sistema de valores y creencias, una lógica de pensamiento (ideología burguesa), un armaje institucional (Estado) que ofrece ciertas consistencias en medio de la fragmentación total, destruyendo la noción de lo colectivo y endiosando lo individual, haciendo que lo privado cobre dimensión de importancia central en detrimento de lo público. Verdadera operación cultural que realiza el sistema capitalista para mantener nuestra subjetividad sujetada. Pero veamos cómo opera esto en cada uno de nosotros en particular y en todos en general.
¿Podemos advertir la manipulación de la subjetividad capitalista?
La ruptura que se produce entre el pensar y el hacer, entre la emoción y la razón, entre el cuerpo y la mente, entre la necesidad y el deseo, entre naturaleza y cultura, entre lo individual y colectivo, es el correlato de ese desgarramiento al que nos introduce el sistema desde el mismo momento que nacemos ―cultura hegemónica mediante― como seres desvalidos en nuestro origen. La urgencia de la presencia de otro, por lo general la madre, que calme la demanda biológica de seguir vivos, se inscribirá de manera indeleble en nuestro cuerpo y adoptará la forma del deseo humano. Esta condición básica tan propia de nuestra especie ―la satisfacción de las primeras necesidades fisiológicas por parte de la madre― instalará a posteriori el imaginario de que en algún lugar existe algo o alguien que pueda colmar enteramente la ilusión de felicidad o de completud.
Esta experiencia, inscripta en el cuerpo-sensible para el recién nacido, estará sostenida en la satisfacción de que no solamente fue colmada una necesidad, sino que configura un soporte afectivo, emocional, libidinal. Esta es una de las premisas teóricas en la que se basa el capitalismo para explotar sin límites nuestra subjetividad hacia el consumismo exacerbado, generando falsas necesidades bajo la promesa de felicidad.
Esta primera experiencia de nuestra existencia es una de las formas privilegiadas de la que se vale el sistema capitalista a través de sus efectivos mecanismos políticos, psicológicos y culturales para capturar la subjetividad de las mayorías desposeídas, permitiendo un avance feroz en el despliegue del capital sobre nuestros cuerpos y sobre nuestra subjetividad.
¿Cómo deshacemos esos engaños que nos capturan?
Volvamos a Klara para recuperar algunas pistas en este sentido. Klara es la voz principal de la novela, aunque no es una buena narradora, su lenguaje robotizado y lectura fragmentada de la realidad no le impiden el esfuerzo para insistir en la comprensión de lo humano e identificar en el encuentro con el otro, en la dialéctica entre lo humano y la naturaleza, la clave sobre la que se asienta la continuación de la vida.
«A veces debe estar bien no tener sentimientos. Te envidio»” (p. 114), le dice la Madre a Klara. Ishiguro, al referirse a Chrissie, la madre de Josie, casi siempre lo hace utilizando el sustantivo común como propio, con una intencionalidad que refiere a su propia experiencia vincular. Ante la afirmación de Madre, Klara está en desacuerdo, porque entiende que fue acumulando sentimientos gracias al análisis de las situaciones vividas. Lo que me parece interesante rescatar es la alusión a la ruptura, a no dar nada por cerrado, concluido, definido. Klara, aunque programada para determinadas acciones, es sobre todo una metáfora de la ruptura. A esa necesidad urgente que tenemos de recuperar nuestra sensibilidad capturada por el capitalismo, ese lugar que habitamos y nos habita, que logró desplegar su lógica de que lo único importante es lo que me sucede a mí, lógica quebrada de forma ejemplar por una androide que no fue programada para eso.
Nosotros también fuimos programados en nuestra subjetividad para servir a los intereses del modo de producción capitalista, y esa programación puede adoptar una apariencia natural y eterna, pero en el intento por romper con esa programación y de entendernos en nuestra humanidad, podemos encontrar el primer gran paso que Klara toma en la novela.
Por último, además de invitarles a que lean Klara y El Sol, esto es una invitación a que inventemos colectivamente alguna salida a esta realidad tan brutal, cruel e inhóspita que nos ofrece el capitalismo.
Referencias
APUNTES SOBRE PSICOANÁLISIS Y POLÍTICA. DE LA IMPOTENCIA A LA IMPOSIBILIDAD Note on Psychoanalysis and Politics. From Impotence to Impossibility JOSÉ ENRIQUE EMA* je.emalopez@gmail.com
El fetichismo de la mercancía y su secreto. El capital. Tomo 1 V1.
Freud y los límites del individualismo burgués. León Rozitchner. Editorial Biblioteca Nacional. Año 2003.
Ishiguro, K. (2021). Klara y el Sol. Anagrama.
Límites y excesos del concepto de subjetividad en psicoanálisis. Silvia Bleichmar. Revista Topia. Artículo publicado en 2004.
Imagen de portada: Boy With Letters. 2021.
Descargá Klara y el sol: https://drive.google.com/file/d/1KDR7imgGRgfK1Rfx7wXbyDdWvQo1sy6S/view?usp=sharing
1 Pingback