Opinión | Por Emily C.


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Las condiciones laborales genuinamente hostiles, la agresividad, sumada al desprecio hacia las y los trabajadores existen y se respiran con muchísima ligereza, es una práctica naturalizada. Esta es una de las realidades cotidianas de cualquier trabajador o trabajadora, es la norma en el ámbito público y privado. Estas circunstancias se relatan en los murmullos, en voz baja, en los pasillos, allí cuando también se escuchan los gritos de los gerentes en contra de compañeros/as, cuando nuestras capacidades son puestas en duda por no soportar el nivel de explotación al que esperan que rindamos eficazmente durante largas horas; abusan no solo de nuestra salud cognitiva, sino también de nuestros cuerpos, que resisten horarios de almuerzo no remunerado, llamadas constantes en horas de descanso, en un estado permanente de control y que, a pesar de que poco  nos rinde el salario a cambio de nuestra fuerza de trabajo, la propaganda burguesa nos convenció de que esta es la única forma de vivir.

Luego de tantas horas de presión y hostigamiento por parte de la patronal en nuestros lugares de trabajo, nos enfrentamos de igual forma al ritmo frenético e implacable del capital teniendo que hacer cuentas para llegar a fin de mes, una atroz violencia que se ejerce mediante las relaciones sociales que reproducen estas maneras “naturales” de vivir, o mejor dicho, de sufrir.  

Frente a esto no podemos evitar preguntarnos: ¿Por qué será que aguantamos la explotación? ¿Cómo podemos volver a lugares así? El aislamiento social, la baja autoestima con la que finalmente te necesitan moldeado/a y las necesidades materiales son algunas de las variables que hacen fácil la caída dentro del loop, algo así como lo que Mark Fisher denominó “realismo capitalista”.

La sociedad actual, forjada bajo el influjo de la ideología burguesa, nos vende de forma mistificada la “meritocracia”  y de esa manera encandila muchas veces a la clase trabajadora, alrededor de un mito, un fantasma que los visitará pronto si se esfuerzan más; cuando muchas veces este esfuerzo solo rinde para la comida del día, para cubrir el gasto de la deuda al banco o usurero y solo hinchan los bolsillos de los grandes empresarios. Incluso la prensa tradicional opositora (ABC, Última Hora, Telefuturo, etc.) responde al mismo relato, asimismo como apuntó Najeeb Amado en un podcast hace un tiempo, retratan a los derechos conquistados por los sindicatos de distintos sectores como “privilegios”: buscan igualar por abajo. Crean así una grieta sectorial ilusoria entre nosotras y nosotros, trabajadores precarizados.

Para justificarse muchas veces incluso aluden a frases inocuas como “mojar la camiseta”, cuando nos hacen quedarnos más horas después de lo estipulado en el contrato, para que después aparezcan con bocaditos, te den un día libre “como regalo” (que resulta ser un fin de semana) o, en raras ocasiones y con cierto semblante de seguridad, nos dicen “se te va a pagar adecuadamente por tus horas extras, no te quejes”, como si esa ley hecha a medida de las patronales defendiera los derechos de la clase obrera y este pago resarciera todo el desgaste físico y psicológico. Sin tener en cuenta  las condiciones de la propia sociedad paraguaya: transporte público nefasto, el tráfico terrible, la inseguridad asfixiante y un estado sumamente represor.

Como si no fuera suficiente, no podemos evitar hablar del acoso sexual que sufren miles de trabajadoras. Añadiré el verso de Carmen Soler: “Son penas muy encimadas, el ser pobre y ser mujer”. Las dinámicas de poder impuestas por este sistema garantiza un silencio que difícilmente se rompe; los agresores casi siempre serán protegidos por nuestra sociedad machista y capitalista. 

Pero, a pesar de lo que pretendan instalar con su relato, existen otras formas alternativas de organizar nuestra sociedad. La vía disponible para confrontar juntas y juntos a estas realidades es la organización política independiente de la clase trabajadora en su conjunto. 

Tenemos una salida, es la misma que nos indicaron hace años Marx y Engels: ¡Proletarios de todos los países, únanse


Nota

* Ilustración de portada de Mohammed Ahmed.