Análisis | Jean Mersault
Well I’m running, police on my back
I’ve been hiding, police on my back
There was a shooting, police on my back
The Clash.
Esta semana, luego de varios intentos en el período legislativo anterior, se ha sancionado finalmente el proyecto de ley “De reforma y modernización de la Policía Nacional”, presentado en 2022 por Fidel Zavala (PPQ), Stephan Rasmussen (PPQ), Georgia Arrua (PPQ), Fernando Silva Facetti (PLRA), Enrique Bacchetta (ANR), Sergio Godoy (ANR), Patrick Kemper (Hagamos), Silvio Ovelar (ANR), Blas Llano (PLRA), Enrique Riera (ANR), Oscar Salomón (ANR), Lucas Aquino (PLRA) y Eusebio Ayala (PLRA).
Durante una sesión extraordinaria, la Cámara de Diputados sancionó la propuesta legislativa que ya contaba con media sanción del Senado por lo que ahora pasa al Poder Ejecutivo para su promulgación. Pese a que desató una leve polémica en ciertos espectros de los medios masivos comunicación no pasó de eso, debido a la abrumadora propaganda estatal y privada que acompañó siempre este tipo de legislaciones represivas y regresivas —en todo el sentido de la palabra—, con aires marcadamente stronistas. La campaña propagandística que se inició hace tiempo, logró instalar en el imaginario que se necesitan más policías, más arbitrariedad de parte del Ministerio del Interior (más teniendo en cuenta que uno de los proyectistas es hoy ministro de esa cartera: Enrique Riera). Mientras las denuncias sobre operativos irregulares, uso excesivo de fuerza y prácticas intimidatorias a estudiantes se multiplican, el gobierno decide dejar de fingir “democracia” y legalizar la praxis represiva de su policía.
No está de más mencionar que ya sea en la calle, en el bus, en la plaza, o en cualquier parte, siempre los operativos “preventivos” que se legalizan con esta ley se dedican a intimidar y vigilar a solo a la clase trabajadora, ya que el orden burgués necesita eso en un período de agitación y ofensiva. Para hablar de esto cabe recordar a Vladimir Lenin en “El Estado y la revolución” (2024, p. 27) —citando a Friedrich Engels—, cuando se refería a estos destacamentos especiales de hombres armados que tiene a su disposición cárceles y otros elementos. Esta fuerza especial brota de la sociedad, en tanto del Estado, pero se ubica por encima de ella. Así como lo refuerzan con su práctica común, ahora refrendada por esta ley y por la mayor inversión histórica en armamento y tecnología (en la última década).
Este aparato se erige como una de las fuerzas fundamentales del Estado, al decir de Lenin, podemos notar claramente que esta ley pasa efectivamente en un momento determinante para la reorganización de los movimientos sociales, obreros y estudiantiles. No es coincidencia que todos los canales “oficiales” hayan bombardeado y minado la necesidad de más policía y más inversión en armamentos. Ni que en el proceso de negociación con Brasil se hayan pactado tres aviones para el gobierno paraguayo. Todo esto responde a la preparación de un proyecto colorado despojado de la hipocresía a la que nos habíamos acostumbrado; cuando se llegan a ciertos niveles de confrontación —las experiencias históricas lo demuestran ampliamente— el Estado se despega de la perfomática y utiliza toda su fuerza sin mesura.
La (no) ficción stronista
Quisiera también en este sentido hacer mención a un texto de ficción al que se hace referencia en el título mismo de este artículo: “El informe de la minoría” (2002) —no de la película del infumable Cruise sino de la obra de Phillip Dick— y su escuadrón del PreCrimen.
Este escuadrón del PreCrimen, fue introducido en el mencionado relato de ciencia ficción que data del año 1956. Se encarga —en la obra, por supuesto— de detener a personas que cometerán crímenes según la alerta de los precognitivos (precogs), que son entes capaces de predeterminar todos los ilícitos que ocurrirán. La trama transcurre principalmente sobre la historia del fundador y jefe de la división del PreCrimen, este personaje es sindicado en uno de estos informes de perpetrar un asesinato.
En esta ficción existen dos tipos de informes sobre los crímenes y delitos: 1) el informe de la mayoría, que es cuando existe consenso entre los precogs; y 2) cuando hay un informe que no condice con los demás, llamado informe de la minoría. Para no adelantar nada sobre la historia en sí misma, en el caso de que usted no haya leído aún el relato (y quisiera hacerlo más adelante), no mencionaré nada más sobre la trama. Es justo suponer que la policía paraguaya podría tener algún mutante precognitivo en sus filas a la hora de determinar quienes serían “un riesgo para la sociedad” o quienes serían “las personas de bien”…
Aunque la realidad más bien indica que los prejuicios lombrosianos son la constante, o más bien enfocan sus esfuerzos en la persecución de militantes políticos de distintos sectores. El hecho de que la praxis policial sigue —casi— de la misma manera en que se desempeñaba durante el stronismo no sorprende ni es un hecho de este año nomás, sino que responde a la necesidad del propio Estado de tener a este elemento preparado para intimidar, torturar, secuestrar, apresar (sin mediación judicial) e incluso asesinar. Las leyes, con la salvedad de la ilusión socialdemócrata, no pueden arreglar una institución que en su germen fundacional reside la confrontación con la organización proletaria, ya que históricamente la policía paraguaya ha masacrado trabajadores, estudiantes, etc.
El crimen responde, así como la polícia, a un sistema —de reproducción social— en el que ambos son las dos caras de la misma moneda.
La función social del crimen según Marx
El segundo texto que vale la pena revisar para ampliar la mirada en torno a la función social de la policía dentro del modo de producción vigente es un escrito poco conocido de Karl Marx, que fuera publicado como apéndice en «Teorías de la plusvalía» (en su Tomo I) (1980, pp. 360-361), que tiene por título “Concepción apologética de la productividad de todos los oficios”. Aquí, Marx hace una reflexión sobre el crimen y su función dentro del modo de producción capitalista, se reproduce a continuación un fragmento importante:
El filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, el profesor compendios, etc. El delincuente produce delitos. Fijémonos un poco más de cerca en la conexión que existe entre esta última rama de producción y el conjunto de la sociedad y ello nos ayudará a sobreponernos a muchos prejuicios. El delincuente no produce solamente delitos: produce, además, el derecho penal y, con ello, al mismo tiempo, al profesor encargado de sustentar cursos sobre esta materia (…)
El delincuente produce, asimismo, toda la policía y la administración de justicia penal: esbirros, jueces, verdugos, jurados, etc., y, a su vez, todas estas diferentes ramas de industria que representan otras tantas categorías de la división social del trabajo; desarrollan diferentes capacidades del espíritu humano, crean nuevas necesidades y nuevos modos de satisfacerlas. (…)
El delincuente produce una impresión, unas veces moral, otras veces trágica, según los casos, prestando con ello un “servicio” al movimiento de los sentimientos morales y estéticos del público. No sólo produce manuales de derecho penal, códigos penales y, por tanto, legisladores que se ocupan de los delitos y las penas; produce también arte, literatura, novelas e incluso tragedias, como lo demuestran, no sólo La culpa de Müllner o Los bandidos de Schiller, sino incluso el Edipo [de Sófocles] y el Ricardo III [de Shakespeare]. El delincuente rompe la monotonía y el aplomo cotidiano de la vida burguesa. La preserva así del estancamiento y provoca esa tensión y ese desasosiego sin los que hasta el acicate de la competencia se embotaría. Impulsa con ello las fuerzas productivas. El crimen descarga al mercado de trabajo de una parte de la superpoblación sobrante, reduciendo así la competencia entre los trabajadores y poniendo coto hasta cierto punto a la baja del salario, y, al mismo tiempo, la lucha contra la delincuencia absorbe a otra parte de la misma población. Por todas estas razones, el delincuente actúa como una de esas “compensaciones” naturales que contribuyen a restablecer el equilibrio adecuado y abren toda una perspectiva de ramas “útiles” de trabajo.
Complementando quizá a la perspectiva marxiana, colocó Yevgueni Pašukanis en su «Teoría general del derecho y marxismo» (2016, p. 63) que el problema central es demostrar que la categoría jurídica no tiene ningún significado aparte del ideológico. Las leyes no están al margen del sistema (a pesar de los poderes sociales que tienen en nuestra sociedad) y no se pueden concebir por fuera de la reproducción social del capital y mucho menos del brazo ejecutor y represor del Estado: la policía.
Teniendo la legitimación del monopolio de la violencia, nos dicen que esta gente protege y sirve al país, ¿a qué país protegen? Queda claro que al confrontar al sistema, también se está enfrentando a su policía.
Para tener un análisis más profundo sobre este tema hay que comprender dos elementos: en un primer término asimilar que Horacio Cartes no es más que una personificación individual del capitalismo y, en segundo término, que la policía está estructurada para reprimir y desarticular cualquier tipo de organización que pudiera afectar el statu quo.
La legalidad de la represión: a modo de conclusión
Hace unos años, luego de leer un artículo que escribió un profesor de la facultad sobre las barreras policiales y su ilegalidad, me puse a pensar en las razones detrás de las leyes o, mejor dicho, en la eficacia de esas leyes para limitar la arbitrariedad de las fuerzas estatales (o sea, de este grupo especialmente armado). Mi apreciación se redujo —en ese tiempo— al legalismo idealista: la praxis policial debe ajustarse a cierto marco normativo, lo que limita su actuación evitando que la organización social sea ajustada a un estado policial[1] o al menos eso dice en el segmento constitucional. El artículo 1 de la Constitución de la República de 1992 (en adelante CN) asegura que Paraguay es un Estado social de derecho, etc.
Aunque es todo un tema eso de leer la CN, algunos dicen que la policía no tiene la culpa porque solamente reciben órdenes, otros dicen que no han tenido suficiente tiempo como para adaptarse a un papel que nunca se ha cumplido desde la asamblea constitucional del ‘92, algunos afirman con crudeza que quizá se hayan acostumbrado en aprehender comunistas y anarcos, a pedir sobornos y a resguardar las casas de los políticos colorados. Pero bueno, igual es necesario citar ese marco ficticio que supone el acta fundacional de las relaciones sociales en Paraguay e impone límites, protege derechos y asume garantías.
Haciendo un breve repaso constitucional podemos llegar a la conclusión superficial que indica que Paraguay ha tenido constituciones de corte fascista y de predominancia autoritaria y que la del ‘92 en el texto es mucho más democrática en apariencia formal; sí, grandes constitucionalistas, como Juan Carlos Mendonca, han afirmado que que las incorporaciones a la vigente CN fueron muchas e importantes en el contexto de los Derechos Humanos (DDHH), con una estructura de Estado mayormente abierto y transparente en contraposición a la experiencia totalitaria anterior.
Pero la realidad obliga a tener en cuenta también la experiencia de la clase trabajadora en un sistema con más del 70% de personas privadas de libertad sin condena, con la oficina del FBI en la capital a punto de habilitarse y con un gobierno colorado apuntando hacia un desvergonzado stronismo recargado.
Referencias
Dick, P. K. (2002). The minority report: And other classic stories. Citadel Press.
Lenin, V. (2024). El Estado y la revolución (1era. edición). Centro de Estudios Marxistas «Antonio Maidana».
Marx, K. (1980). Teorías sobre la plusvalía (W. Roces, Trad.). Fondo de Cultura Económica.
Pashukanis, Y. (2016). Teoría general del derecho y marxismo (V. Zapatero, Trad.; 2da.). Ministerio de Trabajo, Empleo y Previsión Social.
[1] Estado policial: haciendo referencia al concepto en un sentido más amplio como la estructura estatal de administración de la vida de las personas dentro de un territorio mediante la vía de la represión o del miedo. Básicamente la autoridad policial tiene vía libre en sus actuaciones.
Ilustración de portada: «THE REPRESSION AND THE SPARK» del dibujante Ángel Boligan – extraído de https://www.facebook.com/AngelBoligan/
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