Editorial del 11 de mayo de 2020
Realizar una reforma del Estado no hubiese sido una propuesta tragicómica en un tiempo sin pandemia. Paraguay tiene un Estado prácticamente inservible para las mayorías trabajadoras. Las leyes laborales se pisotean, existen superposición de títulos y millones de hectáreas mal habidas. Nuestro país tiene 406.752 kilómetros cuadrados y existen más de 500mil km2 titulados. La justicia funciona para quien más dinero tiene. La propuesta salarial impuesta por nuestros supuestos representantes y servidores pùblicos, no tiene nada que ver con las necesidades y está lejísimos de lo que una familia trabajadora gana con mucho esfuerzo. Una verdadera vergüenza.
El pueblo trabajador paraguayo tiene total conocimiento del Estado que opera en nuestro territorio y de que está organizado para el saqueo de los recursos naturales, del tesoro público, el aprovechamiento de las licitaciones para grandes obras, la apertura de empresas violadoras de la legalidad, evasoras de impuestos, que pisotean derechos laborales básicos. Un Estado defensor de los patrones y totalmente indiferente a las necesidades de esa mayoría trabajadora que es la que finalmente lo sostiene con su producción.
Necesitamos un Estado transparente, eficiente, con políticas que generen real igualdad de oportunidades para todas y todos, lo cual significa garantizar vivienda, alimentación, trabajo, educación, salud, transporte público y servicios básicos. Un Estado social de derecho, como reza la Constitución Nacional, que solo será posible con la clase trabajadora al frente.
Y la clase trabajadora, para avanzar en la acumulación de Poder, tiene la obligación de defender con altura y dignidad sus intereses frente a las patronales en esta pandemia. La mezquindad de los dueños de grandes empresas se refleja en la actual propuesta de Estado y en la criminal locura de pretender reformarlo en este momento, cuando lo que menos se puede garantizar es la activa participación de la ciudadanía en el debate sobre el principal instrumento organizador de las relaciones sociales y productivas, el Estado.
Por eso decimos que en esta situación que nos imposibilita una amplia y activa participación de quienes habitamos el país para resolver cómo organizarnos, es tragicómico plantear una reforma del Estado. El problema es que quienes están al frente de este gobierno no son humoristas, son representantes y ejecutores de un proyecto que pretende una mejor organización para la entrega, la explotación y el saqueo. De hecho, Benigno López es el leal representante y defensor de los intereses imperialistas capitaneados por la embajada norteamericana.
Parar los despidos, denunciarlos, desenmascarar a quienes defienden las injustas relaciones laborales, intercambiar experiencias de producción para comprender que somos quienes producimos todo mientras unos pocos -que no producen- nos explotan; explicar esta situación a esa mayoría sacrificada y honesta, valorar los esfuerzos que realizamos para sostener las ollas populares, romper con los partidos conservadores en cuyas direcciones están acaudalados y corruptos dirigentes, confiar en la fuerza propia de la clase trabajadora, desde abajo, haciendo lo que decimos, cumpliendo los acuerdos, promoviendo la valentía organizada y colectiva. Estas son algunas de las tareas que hoy desafían a las trabajadoras y los trabajadores. Es en base a la experiencia de unidad en este tipo de labores, que podremos avanzar en la construcción de un Estado que resguarde nuestros intereses y garantice la tan necesaria igualdad de oportunidades para que el talento de toda la gente pueda desarrollarse.
No nos confundamos. Sería un error ponernos a discutir sobre la reforma del Estado, cuando este se encuentra en manos de quienes violan nuestros derechos corrompiendo su estructura actual, y sin haber resuelto lo primero que debemos asegurar: la libertad sindical, los despidos injustificados y miserables, la unidad de clase organizada, el trabajo de base con fuerte vínculo y recuperación de la confianza gracias al cumplimiento de los acuerdos. En este marco debemos discutir y sobre todo incidir en la manera en que se organiza el poder del Estado para un funcionamiento acorde a las necesidades reales del país.
La ausencia de este Estado en la defensa de los derechos laborales, en la cobertura de las necesidades básicas de la población, es en realidad la brutal presencia de la propuesta clasista y jerárquica de las patronales. Este Estado, propiedad de los patrones, con su organización y accionar, muestra la forma en que esta clase dominante nos plantea vivir. Es la expresión concreta de su visión de sociedad, totalmente resignada a la ley del más fuerte, en donde humillarse, mendigar, robar o morir es la opción para quienes nacieron en hogares de escasos recursos económicos.
Lenin decía que el rasgo fundamental de lo nacional es la organización del poder del Estado. En el Paraguay, eso “nacional” de lo que hablaba Lenin, está totalmente controlado por el poder de los monopolios, las grandes empresas explotadoras de personas y de recursos naturales. La escandalosa e inmoral corrupción en estos momentos de crisis es una muestra más de su propuesta de convivencia.
La clase trabajadora, avanzando en la unidad para la defensa organizada y firme de sus intereses, además de la comprensión de su participación protagónica en todo el proceso productivo, debe avanzar hacia posiciones de disputa política, disputando con fuerza y creatividad la organización del poder del Estado. Claro que es urgente otro Estado, pero para que sea capaz de resolver las carencias de las mayorías, deberá ser obrero, campesino y popular.
*Imagen de inicio: Ilustración de Ángel Boligán, www.boligan.com.
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