Por Elisa Marecos
Las encuentran por accidente, porque sus huesos emergen de la tierra, porque alguien casualmente ingresó a un baldío convertido en fosa clandestina. No las buscan.
El mecanismo se repite una y otra vez, hasta que sus nombres no se escuchen en la radio, hasta que sus rostros no aparezcan en televisión, hasta que la pregunta sobre sus paraderos no se vuelva tendencia en redes, no las buscan.
Para el Estado paraguayo las personas desaparecidas son un dato estadístico más que duerme en alguna comisaría, sin presión mediática y social las autoridades nada hacen por saber qué pasó con ellas. Según datos de la Policía Nacional, sólo en el mes de mayo de este año desaparecieron 121 personas, en su mayoría mujeres menores de edad ¿Quiénes son? ¿Cuántos de estos casos fueron tomados por el Ministerio Público?
En una sociedad como la nuestra marcada por la violencia de género, esta negligencia e inoperancia estatal es doblemente criminal con las mujeres, considerando que las instituciones no implementan preventivamente los mecanismos de protección y al momento de la desaparición tampoco aplican la perspectiva de género en los procedimientos de búsqueda, aunque las cifras de la realidad sean contundentes.
En lo que va del 2021 se produjeron 11 feminicidios, 10 de los cuales tuvieron lugar en el hogar de las víctimas. El Ministerio de la mujer reveló que desde el inicio de la pandemia las llamadas por violencia aumentaron en un 78%, aun así, las investigaciones siguen sin poner el foco en el entorno cercano.
Cuando una mujer desaparece la principal sospechosa es ella misma, las primeras hipótesis y preguntas se orientan a responsabilizarla en lugar de dar con su paradero. Una operación que se pone en marcha desde las propias instituciones estatales y es potenciada y amplificada por los medios de comunicación hegemónicos.
Lo primero que escuchamos de la desaparecida son referencias al estilo de vida, aspecto personal, gustos personales, comportamiento sexual, datos que se presentan solo para acentuar el morbo y que en definitiva no aportan indicios relevantes para una investigación “Que tomaba alcohol, que salía sola por las noches, que estaba tatuada, que sufría de depresión, que tenía una o varias parejas”.
Incluso podría decirse que el perfil construido para iniciar la búsqueda es presentado desde el morbo, esbozando un panorama probable donde lo que sucedió con ellas ocurrió mientras andaban por la calle, metidas en quién sabe qué cosa, como si el espacio público estuviese vetado para nosotras, como si la opción de vida que tengamos justificara que nos desaparezcan.
Llegaron tarde
Analía Rodas se encontraba desaparecida desde el 27 de noviembre del 2020, siete meses después encontraron su cuerpo enterrado a menos de 1 metro de profundidad en su propia vivienda.
A Isaura Bogado la encontraron en un predio cercano al lugar donde fue vista por última vez. Estuvo desaparecida más de un mes.
El cuerpo de Meliza Fleitas fue encontrado un año y cuatro meses después de su desaparición también en el patio de la casa donde vivía con el que en ese entonces era su pareja, Jaime Vera Fernández, prófugo hasta hoy y presunto feminicida.
¿Qué tienen en común estos tres casos? recién fueron tomados en cuenta por las instituciones cuando familiares, amigos y organizaciones empezaron a exigir que se los investigue, las tres eran mujeres de origen humilde.
Desde la fiscalía explicaron que Analía acostumbraba a salir sin decir a donde iba, aportaron el dato de que Isaura llevaba tatuajes, sobre Meliza especificaron que era metalera ¿Qué explican estas carácterísticas sobre lo que ocurrió con ellas? ¿Qué tipo de prejuicios buscan configurar sobre estas mujeres que no buscaron?
El fondo del patio se vuelve un abismo cuando nadie las busca, el fondo del patio es una fosa, un hueco de dolor sin fondo donde no cabe la justicia. El hogar, el entorno cercano es un escenario de peligro que no es contemplado cuando no se hace un trabajo serio, cuando el Ministerio Público no se hace responsable de sus competencias.
No las buscaron como no buscan a Yuyu, Dahiana Espinoza, a Carmen Elizabeth Villalba “Lichita” y tantas otras personas desaparecidas. Mientras tanto el número de mujeres asesinadas va en aumento.
Diseño de portada: Javier Laterra
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