De Curuguaty a Yby Yaú

Por Fabricio Arnella

Nueve años transcurrieron desde aquel amanecer del viernes 15 de junio de 2012, que marcaría rotundamente la historia reciente de nuestro país. Faltaban apenas 10 meses para las Elecciones Generales que por primera vez se desarrollarían bajo un gobierno no colorado, desde el autogolpe militar reaccionario de la ANR, que desplazaría al tirano Alfredo Stroessner para asegurar una transición que conserve los fundamentales intereses de las clases dominantes, y permita la impunidad de los crímenes cometidos durante 35 años de tiranía militar fascista.

No fue la primera masacre cometida en nuestro país en el marco de la lucha por la tierra y el territorio, pero sería sí la primera cuyos objetivos trascendían a esta lucha general, perseguía como fin inmediato, la ejecución de un golpe preventivo para le retoma absoluta de los resortes estatales. El guión inicial se cumplió a cabalidad. Siete días después de la masacre, con los cuerpos aún calientes y las familias de luto, el Partido Liberal, la ANR, Patria Querida, UNACE y el Partido Democrático Progresista ejecutaban la farsa institucional parlamentaria que abrió el camino para la victoria de Horacio Cartes en las votaciones del 2013.

Pero el círculo cerraba solo con chivos expiatorios, que naturalmente debían ser las campesinas y campesinos sobrevivientes de aquella masacre. No recapitularé los largos años de fructífera lucha por su libertad, pero sí vale la pena resaltar, pese a algunas torcidas interpretaciones, que la libertad de todas las presas y presos políticos de Curuguaty no fue una obra individual o de uno o dos grupos de presión, sino, en primer lugar, de ellas y ellos mismos. Dolores, Fani, Lucía, Raquel, Arnaldo, Luís, Adalberto, Felipe, Juan Carlos, Alcides, Néstor y Rubén, patearon todo, gritaron, no comieron, lloraron, rieron y, no sin contradicciones, resistieron y fueron motor de una victoriosa lucha. Y en segundo lugar, de una multiplicidad, a veces centralizada, otras veces dispersa de organizaciones sociales de todo tipo, partidos, grupos de iglesia, artistas y diversas personas que desde Paraguay y la migración, y de las más resonantes o anónimas maneras, luchamos.

Muchas veces no nos pusimos de acuerdo, muchas veces nos quebramos, muchas veces intentaron negociar la cabeza de uno por la libertad de todos, amenazas, represión y apresamiento. También hubo corruptos que se aprovecharon e intereses económicos encontrados, hubo gente que estuvo al inicio, hubo gente que estuvo al final, pero siempre hubo gente que no dejó de luchar. Y ganamos, pero sólo una parte, porque los incitadores, ejecutores y oportunistas que se aprovecharon de esa masacre siguen impunes, algunos son gobierno, otros son oposición y a otros ni se los nombra. Hay que nombrarlos, son los terratenientes, son la mafia, los narco, los banqueros, son los Riquelme y Rachid, son Cartes, Tuma y Efraín y sus satélites que hoy de nuevo se presentan como alternativa de cambio, como si no hubiera pasado apenas nueve años de la tragedia política paraguaya más grande de este siglo. Con #AnrNuncaMás no alcanza, porque cuando de lo importante se trata, somos solo dos clases sociales, los propietarios y las trabajadoras y trabajadores del campo y la ciudad. Por si hiciera falta ejemplos, la masacre golpista de Curuguaty es uno de ellos.

En nueve años desde Curuguaty, hay aprendizajes y hay deudas pendientes. Una de ellas es Marina Kué. Esas tierras tienen que ser definitivamente una comunidad campesina. Otra de ellas es la memoria, y otra es nunca más.

No aprendimos -el campo popular- que no hay Curuguaty sin los seis campesinos, que no es diferente, son presos políticos. No aprendimos que la fiscalía es clasista y misógina, por eso afirmaba que Dolores, Lucía, Fani y Raquel, usaron a sus niños como «señuelos» de una supuesta «emboscada campesina» en Curuguaty, tratando de anular con esa miserable teoría su condición de luchadoras por la tierra. No aprendimos, porque si hubiéramos aprendido, hoy estaríamos frente al penal militar de Viñas Kué gritando por Laura Villalba, presa por maternar, acusada de terrortista y por «falta del deber de cuidado», acusada de ser responsable del infanticidio de Lilian Mariana y María Carmen, cometido en Yby Yaú por la FTC. Presa política con todas las letras, por buscar a su sobrina, Carmen Elizabeth, Lichita, desaparecida desde el 30 de noviembre de 2020.

Si hubiéramos aprendido de verdad, ningún discurso fiscal falaz sobre «utilización de niños como escudos» (o mujeres como señuelos) nos impediría ver que la FTC ejecutó a conciencia a dos niñas de 11 años, vistió sus cadáveres de guerrilleras para la foto, quemó sus ropas y las enterró en fosas comunes para tapar su crimen. Ninguna teoría fiscal falaz nos impediría ser todos y todas en las calles, como para que el miedo se desvanezca, y exijamos hasta lograr la justa condena a asesinos de niñas, condenemos el apresamiento ilegal de madres y busquemos a Lichita. Entenderíamos que el sistema tantea, y si no hay resistencia, avanza. Ayer apresaban campesinos sin pruebas, hoy ejecutan y desaparecen niñas. ¿Mañana que? ¿Gaza? No hay Curuguaty sin los seis, no hay Yby Yaú sin Curuguaty. Seamos la generación que rompa el ciclo. Hagamos justicia por las niñas, encontremos a Lichita.

Foto de portada: Pedro Pérez

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