“Che rajy, che naikotevẽi avave omombe’u chéve la latifundistakuéra ñande jagarrapamaha. Aikuavoi la Stroessner ome’ẽhague la isosiokuérape más de 8 millones de hectáreas la ñande yvy”. Estas eran las palabras de don Severo, tan profundas como su raíz campesina que se le notaba en la piel, en las manos trabajadoras y los pies descalzos.
Don Severo sonreía mientras nos invitaba a pasar por su rancho. Allí estaban bajo un techo de paja, tres mujeres y dos criaturas trabajando en la selección de semillas de kumanda pytã (poroto rojo) que habían recogido esa tarde. Nos saludamos y pasamos a caminar por el kokue.
En la chacra abundaba la producción campesina en su diversidad y asociación de cultivos: maíz, maní, poroto, mandioca, pety, sandía, piña, mamón y otros. Esta es la muestra de la resistencia campesina milenaria de las formas de producir, cuidar la tierra, trabajar y alimentarse.
Sí, este campesino trabajador tenía razón, Paraguay es uno de los países con peor desigualdad en la tenencia de la tierra. Las mejores tierras cultivables del territorio paraguayo, están en manos de una minoría de la población que son los grandes latifundistas, terratenientes, sojeros, ganaderos, empresarios y narcos. La gran mayoría de la población somos despojados de esas tierras.
La tierra, medio de producción y principal fuente para el desarrollo y la libertad de los pueblos, ha sido siempre centro de disputa de clases sociales. La clase rica, que es la minoría de la población, la concentra, la explota, la contamina y la destruye, exterminando todo a su alrededor en su afán de aumentar su riqueza. La clase trabajadora, campesina e indígena, somos privadas, despojadas y desalojadas de nuestras tierras.
En Paraguay existe un negociado de la tierra por parte de la clase rica. De los más de 40 millones de hectáreas, que son el total de la superficie del territorio, terratenientes y empresarios extranjeros concentran un aproximado de 20 millones de hectáreas, siendo 17 millones de hectáreas “propiedad” de ricos nacionales. Entonces, ¿qué nos queda a nosotros, al pueblo? ¿a la clase trabajadora? ¿a la gente pobre?
El Estado paraguayo es responsable histórico de esta situación de despojo, de expulsión, de exterminio de comunidades enteras desde la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, de la mano de la dictadura del Partido Colorado que dura hasta hoy en el poder. Desde entonces, se han sucedido de manera sistemática las expulsiones de comunidades campesinas e indígenas, la privatización de nuestras tierras, el saqueo y el desmonte, convirtiéndonos en pueblos sin tierra, familias sin tierra, comunidades enteras sin tierra.
Una de las consecuencias de esta privatización de la tierra, su concentración en manos de unos pocos ricos en Paraguay, es que unas 120 familias campesinas sin tierra, en el distrito de Maracaná, departamento de Canindeyú, ocupen unas 650 hectáreas de un latifundio de 1.792 hectáreas “pertenecientes” a un holandés que ni siquiera vive en el territorio paraguayo.
Estas familias reclaman la tierra como única forma de seguir viviendo. Saben que la tierra es vida, desarrollo, independencia y libertad humana; están construyendo la comunidad “3 de Julio” desde la organización, el trabajo, la lucha, la resistencia. Estas familias viven en carne propia el sacrificio y el dolor que padecemos todos los pobres cuando queremos construirnos en comunidad para resistir ante tanto despojo de un sistema opresor.
Estas familias organizadas están dispuestas a recuperar lo que les pertenece, porque también saben que los ricos, protegidos y defendidos por los gobernantes de turno y su brazo armado: militares, policías y matones, no van a ceder sus privilegios; que seguirán amedrentando, amenazando y matando para defender sus intereses mezquinos.
Como estas familias, ejemplos de lucha y resistencia, a la clase trabajadora, campesina e indígena, nos queda organizarnos y educarnos desde nuestras propias herramientas. De esa forma vamos a avanzar hacia la socialización de los medios de producción, la recuperación y reconstrucción de nuestros territorios para producir, alimentarnos, y vivir en respeto y en armonía con nuestro medio natural. Ese es nuestro objetivo final, esa es nuestra única libertad.
Por el Colectivo de comunicación Tetâyguarandu ñe’ê
Imagen de inicio: Fotografía de Juan Carlos Ruiz extraída de Internet.
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