Casabianca y la imprenta clandestina

Memoria del Futuro | Por Noelia Cuenca.

En homenaje al entrañable Luis Casabianca, en la conmemoración de sus 97 años de nacimiento, compartimos el primer relato de sus «Crónicas del pueblo insurrecto», como lo venimos haciendo desde hace años, con la intención de trasmitir desde la voz de uno de sus protagonistas, un épico fragmento de la historia de coraje de nuestro pueblo, de la cual nuestro periódico Adelante! se constituye como vocero desde hace 83 años, en varios periodos y hasta su fallecimiento, bajo la dirección del propio Casabianca.

Hoy se cumplen 97 años del nacimiento de Luis Casabianca, un 3 de mayo de 1927 en Asunción. Combatiente antifascista desde la adolescencia, preso por la tiranía de Morínigo, torturado en los calabozos de castigo de Stroessner, exiliado en reiteradas ocasiones, vivió en Uruguay, Argentina, Chile, Suecia, junto con su compañera de vida y militancia comunista, la poeta Carmen Soler, fallecida en el 85 en el exilio en Buenos Aires. Abogado de profesión, Luis ejerció múltiples y diversos oficios en el marco de la lucha, fue periodista, corrector y vendedor de libros en la histórica editorial chilena Quimantú, obrero de la construcción, docente en la Universidad de Estocolmo, trasversal a todos estos y de forma ininterrumpida, fue militante revolucionario. En su juventud desde el ala marxista del febrerismo, denominada Bloque Liberación, y desde comienzo de los 50 en el Partido Comunista Paraguayo.

Después de dos décadas de exilio que incluyeron varias entradas clandestinas al país, Casabianca volvió definitivamente a Paraguay en 1989, poco después se unió en segundo matrimonio con la compañera Cristina Machain, dirigente sindical. Integró la Comisión de Verdad y Justicia del Paraguay y el Movimiento Nacional de Víctimas de la Dictadura y de la Mesa Nacional por los Derechos Humanos. El 29 de octubre del 2015, Luis falleció en Asunción militando activamente como Presidente del Partido Comunista Paraguayo y Director de su periódico, Adelante!

Casabianca en el exilio en Estocolmo, 1976. Foto inédita, archivo del PCP.

Quienes tuvimos la alegría de militar con él, fuimos testigos de esa combinación dialéctica de ternura, convicción y coraje, que lo habían llevado, por ejemplo, a la decisión de hacerse comunista en tiempos de fascismo; o que le tallaba tan fácilmente una mueca de asombro cuando escuchaba las opiniones de los militantes más jóvenes con incomprensible admiración a 80 años de tan intensa y combativa vida, siempre abierto a lo nuevo, o con algún poema a mano para recitar versos rebeldes de algún pueblo hermano y tantas veces alguno de Carmen Soler. Esa misma combinación dialéctica que le encendía con rabia germinal, como la noche en que apareció en la puerta de mi casa con un fajo de papeles sueltos amarrados con un hilo grueso, enojado porque un conocido político había dicho que el pueblo paraguayo era pasivo y pacífico. Con su inconfundible voz gruesa y su tono humilde: -Les traigo esto a ver si podemos hacer algo contra esa mentira aberrante- Eran las páginas que medio año después serían lanzadas bajo el título de “Clandestino y bajo agua. Crónicas del pueblo insurrecto”, una serie de relatos breves poblados de hombres y mujeres que integraron, desde diferentes posiciones, las luchas populares ocurridas entre 1940 y 1989, junto con reflexiones políticas de Luis.

El que compartimos a continuación es el primero de esos relatos.

DIMAS ACOSTA

Aquella tardecita noche llegué hasta la imprenta clandestina de nuestro Partido con el fin de configurar allí el siguiente número de nuestro periódico “Adelante!”, vocero de los comunistas paraguayos.

El local quedaba en el fondo del patio amurallado de una casa modesta, con piso de tierra y paredes de adobe, pintada a la cal, ubicada en los suburbios de Asunción.

En un sótano junto a la letrina estaban la máquina y el hombre, escondidos bajo el wáter.

Por un lado iban la mierda y el orín, por el otro lado se bajaba a las profundidades de la lucha prohibida y reprimida por la dictadura del general Stroessner. Era como trabajar en una catacumba.

Levanté el wáter y hacia un lado entreví una escalera. Me dispuse a bajar.

Todo ese pequeño espacio era de una construcción precaria, artesanal. La escalera vertical dificultaba tanto el descenso como el ascenso, pero desde luego, dadas las circunstancias, no podíamos allí hacernos los exquisitos y pedir comodidades cuando la consigna era continuar las tareas cualquiera fuera el sacrificio.

El camarada Dimas Acosta, aguerrido dirigente comunista, estaba en ese pozo trabajando con una luz mortecina, concentrado ordenaba la tipografía de las cajas, cerca de una minerva ya instalada no sé cómo.

Era de naturaleza afable.  Me saludó con una sonrisa que contagiaba optimismo y confianza, un destello en medio de la oscuridad dictatorial.

Corría el año 1964. En 1954 había sido el golpe de Estado que entronizó al tiranosaurio general Alfredo Stroessner en el poder. Habían pasado ya 10 años de lucha y represión cruel. No nos imaginábamos entonces que esa contienda duraría 25 años más.

El pequeño camarada Dimas tendría 47 años. Yo iba por los 37. Él era responsable de la imprenta. Yo de «Adelante!», periódico del Comité Central del Partido Comunista Paraguayo perseguido a muerte por el tirano Stroessner, campeón del anticomunismo en la definición y programación de los yanquis.

La instalación fue construida en la vivienda de un pastor protestante evangélico, convencido colaborador de los comunistas en lucha por la felicidad aquí en la Tierra y no en el más allá prometido bíblicamente.

¿Quién iba a desconfiar que fueran él y su esposa depositarios y custodios de una importante herramienta en el esfuerzo por demoler la dictadura?

El camarada Ireneo Aveiro había ideado y construido el escondrijo donde funcionaba nuestra impresora. Ireneo era rubio, alto y bonachón, en la vida civil anterior a su militancia había trabajado como oficial de la construcción. Sus conocimientos fueron fundamentales a la hora de diseñar el ingenioso dispositivo ideado para nuestra imprenta clandestina.

La instalación quedaba a orillas del Mburicao, cristalino arroyo por entonces, al que el maestro José Asunción Flores dedicó una de sus mejores guaranias.

Cuando llegué, Dimas –figura diminuta pero de una estatura moral extraordinaria– se erguía de pie con el agua hasta las rodillas, a causa de una filtración. Me emocionó e impresionó la abnegación con que estaba consagrado a su tarea. Sólo el  absoluto convencimiento de la importancia de la misión que desarrollaba, sumado a su compromiso revolucionario, podían darle ese ánimo y entusiasmo para  superar las inhumanas condiciones en que desarrollaba su trabajo.

Salimos al patio. Se respiraba un aire puro y fresco, en una noche de cielo azul lleno de estrellas y una luna brillante. Parecía de día.

Intercambiamos informaciones y opiniones. Primero era siempre el sensible interés por camaradas y cercanos parientes, todos en la lucha y afrontando el riesgo de una causa prohibida.

El terrorismo stronista continuaba abatiéndose, descargándose inclemente contra nuestro pueblo que se replegaba tras haber sido derrotado temporalmente en su intento guerrillero por derrocar a la dictadura.

Había que reagrupar a nuestras diezmadas fuerzas. Superar la desmoralización y el derrotismo. Recomenzar la lucha con un puñado de camaradas, amigos y aliados vinculados al pueblo golpeado pero insumiso.

El camarada Dimas integró el grupo de Dirección partidaria que volvió clandestinamente a nuestro país desde el exilio en la Argentina, cruzando el río Paraguay en canoas manejadas por los camaradas paseros, amparados en las sombras de la noche o en los albores del amanecer.

Dimas me informó que había ocurrido un hecho casual grave, que luego tuvo dolorosas y desastrosas consecuencias.

Resulta que la compañera técnica (enlace) de la Dirección del Partido había descubierto por casualidad el lugar oculto de nuestra imprenta al tropezarse accidentalmente con Dimas, quien salía del sótano cuando ella entraba al escusado.

Lastimosamente, esta compañera no estaba lo suficientemente formada para enfrentar los apremios físicos y suplicios infligidos por la policía, como era norma entre los militantes.

En confusas circunstancias nunca bien sabidas, la entonces compañera técnica, una morena hermosa y abnegada joven paraguaya, cayó presa y fue torturada bestialmente hasta quebrarla y delatar dónde estaba la imprenta y dónde vivían clandestinamente los principales camaradas de la Dirección del Partido.

Ella condujo a los torturadores que la atormentaban e interrogaban hasta la ubicación de la imprenta del Partido, que había conocido casualmente.

En el allanamiento fueron apresados Dimas y los caseros, quienes fueron reducidos a golpes, patadas y cachiporrazos. Así, los policías se incautaron de la imprenta.

A viva voz, a gritos, Dimas denunció el atraco siendo brutalmente golpeado sin que pudieran acallar su vozarrón hasta que cayó desmayado.

Ya en la Policía de Investigaciones casi lo asesinaron al sofocarlo reiteradamente en la pileta (bañera) de agua sucia de orín y excrementos. ¡Cuente dónde está y quién es el Secretario General en la actualidad! ¡Dónde se esconden los miembros del Comité Central! La respuesta era el silencio más impenetrable, el grito de resistencia, la queja por el  dolor agudo. Luego el desmayo y la reanimación para seguir con el interrogatorio y la tortura, hasta que el silencio de Dimas terminaba agotando a sus torturadores.

Cada vez que volvía en sí gritaba vivas al Partido Comunista y maldecía a la dictadura y a los torturadores que martirizaban a los presos «por orden superior».

Maltrecho y ensangrentado, en el suelo, Dimas puteaba sin pausa  contra la dictadura y los policías, y alentaba a resistir a los compañeros condenados a ese infierno de tormentos.

Dimas Acosta es uno de los héroes anónimos de nuestro Partido y de nuestro pueblo que contribuyó con su quehacer abnegado a la ímproba tarea de la propaganda del Partido imprimiendo «Adelante!» en la clandestinidad, y también los volantes y los folletos comunistas que llamaban a derrocar a la dictadura para democratizar al país.

Con su silencio sobre los camaradas y los domicilios que conocía, salvó de la prisión, la tortura y la muerte a muchos camaradas cuyos datos sabía en detalle.

Cuando ya caída la dictadura de  Stroessner, festejamos los 50 años de militancia comunista de Dimas, un compañero presente comentó la siguiente anécdota: “Caí preso en investigaciones. Iba acompañado de dos policías, preocupado ante el temor de no poder resistir las torturas y tormentos a los que, estaba seguro, me someterían apenas terminara de entrar, cuando en una carbonera improvisada debajo de una escalera, veo que algo se mueve. Disimuladamente agudizo la vista y con estupor veo un despojo humano, un guiñapo que me sonríe levantando el dedo pulgar, como para darme ánimo. ¡Era Dimas Acosta dándome valor! Lo conocí por el diente de oro que tenía y que dejó al descubierto cuando sonrió. En ese momento supe que podía aguantar cualquier tipo de torturas”.

En su juventud Dimas fue Secretario de Prensa y Propaganda del Consejo Obrero de Paraguay (COP), única Central Sindical en tiempos del régimen tiránico del general Higinio Morínigo.

Dimas, proveniente de una familia acomodada, de comerciantes, por su sensibilidad y conciencia sobre las injusticias sociales, eligió el áspero y sacrificado camino de la militancia comunista. Como militante y dirigente de nuestro Partido llegó a luchar y vio caer a las dictaduras del General Higinio Morínigo (1940-1948) y del general Alfredo Stroessner (1954-1989). Murió en la pobreza, rodeado del aprecio, el respeto y la solidaridad de parientes, amigos y camaradas.

Empecé estos relatos sobre la clandestinidad por el caso realmente emblemático del camarada Dimas Acosta, porque refleja un rasgo esencial del espíritu y la moral de los comunistas paraguayos,  educados y dispuestos a dar la vida por nuestros ideales democráticos y socialistas.

Luis Casabianca. Clandestino y bajo agua. Crónicas del pueblo insurrecto (2012). Pág. 20


Foto de inicio: Ficha policial de Luis Casabianca extraída del Archivo del Terror.

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