Por Alhelí González Cáceres[i]
«No hay alternativa, la sociedad no existe, solo existen los individuos. Sólo los que quieren ser pobres son pobres” Margaret Thatcher
Disputa ideológica en épocas de barbarie capitalista
La decadencia y eventual implosión de la Unión Soviética en el siglo XX y el efecto dominó generado en el movimiento obrero internacional y, particularmente sobre las experiencias de construcción socialista, han abonado el terreno para el afianzamiento y proliferación del mantra popularizado por la ex primer ministra británica Margaret Thatcher, “There is no alternative” (No hay alternativa), para justificar las desigualdades que derivan de la propia estructura clasista de la sociedad capitalista y, junto con ellas, las políticas de ajuste en una clara recomposición de las fuerzas en el terreno de la lucha de clases, con una burguesía internacional dispuesta a la ofensiva.
“There is no alternative”, junto a la idea del “The end of history” (El fin de la historia) de Francis Fukuyama, argumentada en su ensayo de 1988 y, posteriormente en su libro con el mismo nombre en 1992, constituyeron dos pilares centrales sobre los cuales se levantó la configuración de la cosmovisión burguesa durante las últimas décadas, ganando terreno con la caída del Muro de Berlín hacia finales de 1989, evento que contribuyó a su legitimación.
Los conceptos “no hay alternativa” y “el fin de la historia”, no son solamente meras expresiones de una burguesía internacional que había salido victoriosa de la guerra fría y un movimiento obrero internacional derrotado en el terreno ideológico; sino que implicó el inicio de la hegemonía de las formas de ver y comprender el mundo y nuestra interacción con él desde los lentes de la ideología política liberal, estructurada a partir del individualismo metodológico y la naturalización del capitalismo como la única forma de organizar las relaciones sociales.
La naturalización del capitalismo como relación social no es una novedad propia de la época que habitamos, por el contrario, ha sido una de las grandes discusiones entre los clásicos de la Economía Política. Uno de los aportes realizados por el marxismo ha sido, precisamente, el de dar cuenta del carácter histórico del modo de producción capitalista, y en tanto histórico, no es ni podría ser natural y permanente.
La ideología liberal no parte de cualquier individuo sino de aquel que detenta la propiedad sobre los medios de producción y fundamentalmente sobre la naturaleza, como fuente primera de riqueza. La legitimación de la propiedad como derecho natural, fue necesaria en un momento histórico determinado, en el que emergía una nueva clase social que disputaba con el absolutismo monárquico.
El triunfo de la burguesía sobre la aristocracia se evidenció en un nuevo contrato social basado en la defensa de las libertades individuales y, particularmente, en la defensa de los derechos de propiedad. De ahí que, el liberalismo y, actualmente, el libertarianismo, al hablar de “libertad” en abstracto, se refiera exclusiva y llanamente, a la libertad no sólo del mercado, sino a la libertad individual de aquellos que dominan las condiciones materiales de producción en una sociedad.
La libertad, en abstracto no existe y en tanto existe, lo hace bajo determinaciones sociales e históricas. ¿Qué quiere decir esto? No quiere decir más que, la libertad individual solo puede realizarse en sociedad y en tanto la sociedad se compone de individuos formalmente “libres”, estas “libertades” se enfrentan entre sí, pero no en igualdad de condiciones. Puesto que, de un lado se encuentra el capitalista, que detenta el poder sobre las condiciones materiales en las que se realiza el trabajo y, por el otro, se encuentra el proletariado, aquella masa de individuos que si bien, son libres jurídicamente, también lo son respecto a la propiedad sobre los medios de producción, es decir, que no disponen de más propiedad que la de su capacidad de trabajar.
De ahí que no pueda hablarse de “libertad” en abstracto, igualando condiciones materiales concretas que contribuyen a definir, en última instancia, el grado de libertad con el que se cuenta en sociedades históricamente determinadas. ¿O acaso es “libre” aquel individuo que no alcanza a llegar a fin de mes? ¿Aquel que no logra acceder a salud, educación y vivienda? ¿Aquellos que no viven dignamente? ¿Qué entendemos entonces por libertad? O, acaso, ¿solo hablamos de la libertad de vendernos como mercancía y de la libertad que tienen los capitales para comprarnos, explotar nuestro trabajo, acumular y enriquecerse a nuestra costa? Disputar el sentido de la categoría libertad es hoy, más que nunca, una necesidad insoslayable, sobre todo, para el conjunto de la clase obrera.
Sin embargo, en esta entrega no pondremos el foco en disputar el sentido de la categoría libertad, sino en comprender el papel de la batalla de ideas en épocas de capitalismo senil, un capitalismo que apunta a la guerra, a más barbarie y a más destrucción, persiguiendo la utopía de superar su crisis. Dar la batalla de ideas en un contexto de resurgimiento del fascismo[1] es aún más relevante que nunca, pues la humanidad nunca ha estado tan cerca de la aniquilación masiva como lo está hoy y recuperar la capacidad de imaginar que otra sociedad no sólo es posible, sino necesaria, es herramienta fundamental para el impulso de la acción.
Para continuar, primeramente, definiremos aquello que llamamos capitalismo senil y la significancia de la disonancia cognitiva como mecanismo de sobrevivencia para esa masa de población que disocia hechos de discursos en un intento de recomponer las contradicciones entre lo que cree y defiende y aquello que concretamente es.
Esta disonancia cognitiva ha servido para legitimar acciones y discursos irracionales, guerreristas, nacionalistas, de odio y deslegitimación del otro, siendo funcional a la consolidación de regímenes filo fascistas. Como lo hemos visto últimamente en esa gran masa de población que ha validado a través del voto, las propuestas de una clase capitalista que busca barrer con la institucionalidad burguesa de la posguerra y las conquistas sociales y obreras, para imponer un nuevo orden mundial basado en la libertad irrestricta del capital sobre el trabajo y la naturaleza; de la guerra como mecanismo de superación de las crisis y de más barbarie para el conjunto de la humanidad. Elementos que han ido ganando terreno y reduciendo al mínimo la empatía y solidaridad de la humanidad.
Capitalismo ¿senil?: La degradación de la civilización burguesa
El concepto “senil” proveniente del ámbito médico, ha sido frecuentemente utilizado para referirse a síntomas de enfermedades neurodegenerativas asociadas al avance de la edad y que se expresan en cambios físicos y cognitivos que afectan el funcionamiento del organismo y cuya evolución puede conducir al fallecimiento de quien la padece.
Extrapolado al campo de la Economía Política, este concepto ha sido utilizado para dar cuenta de los cambios experimentados por el capitalismo y cuya lógica de funcionamiento profundiza las contradicciones inherentes a este modo de producción. El primero en utilizar este concepto para describir el capitalismo del siglo XXI fue el economista egipcio Samir Amin para quien el capitalismo es nada más que un “paréntesis en la historia de la humanidad” (Amin, 2009:7).
Samir Amin en su libro titulado Más allá del Capitalismo Senil. Por un siglo XXI No norteamericano, publicado en el año 2003, se propuso analizar el futuro del capitalismo a la luz de las sucesivas crisis que ha experimentado y cómo estas han influido en su metabolismo. Es por ello que Amin se pregunta si las crisis implican tan solo fenómenos transitorios o si, por el contrario, se trata de la expresión de senilidad del capitalismo en este estadio de su desarrollo. Para el autor, la concurrencia de sucesivas crisis es expresión de la senilidad del capitalismo y, al mismo tiempo, se manifiesta como evidencia empírica de la necesidad de superarlo para garantizar la supervivencia de la civilización humana ya que, “(…) si no se lo supera mediante la construcción de un sistema que termine con la polarización mundial y la alienación economicista, sólo puede conducir a la autodestrucción de la humanidad” (Amin, 2003:13).
La creciente militarización, las crisis sucesivas, las persistentes amenazas a la democracia liberal – ante una ofensiva del capital y las clases hegemónicas cada vez más autoritarias, regresivas y retardatarias – y a la institucionalidad burguesa, así como la degradación de las condiciones sociales de la mayoría de la población, entre otros, son los elementos que contempla Amin al preguntarse sobre la transitoriedad de los problemas que se expresan en las sociedades contemporáneas.
Para Beinstein (2010) la crisis financiera del 2008 – 2009 fue continuidad de la gran recesión y la posterior crisis del modelo de acumulación promovido por el keynesianismo en la posguerra. No obstante, tuvo la particularidad de que, a diferencia de las anteriores, esta ocurrió en un escenario recesivo global marcado por bajos niveles de consumo e inversiones productivas que se combinaron con un elevado nivel de desocupación.
En este orden, los capitales excedentes que, en otro contexto, se verían bloqueados por una economía productiva, en escenarios recesivos consiguen altos beneficios derivados de la especulación financiera. De manera que, los salvatajes financieros realizados por los gobiernos han derivado en un círculo vicioso que tiene por base a la especulación financiera y al desempeño negativo de la economía global.
Dicho de otro modo, la predominancia de capitales ficticios[2] y la consecuente especulación o timba financiera no es la causa de la crisis, sino expresión de ella. En tanto los bajos niveles de rentabilidad de los capitales productivos conducen a que la válvula de escape a los problemas de rentabilidad sea el circuito financiero, contribuyendo a la profundización de la crisis ante la acumulación cada vez mayor de capitales excedentes y la dificultad cada vez mayor para garantizar la continuidad del ciclo de acumulación.
Beinstein se une a la tradición inaugurada por Samir Amin para caracterizar al capitalismo de nuestra época como un modo de producción senil con la potencialidad de llevar al mundo por delante o, como diría Beinstein “al colapso”. La idea del colapso o de ese “salto al vacío” como apunta Beinstein, no sólo se refiere a las expresiones económicas, financieras y socioambientales, sino también a la decadencia de la economía estadounidense como líder hegemónico de los capitales más concentrados a escala mundial. En el artículo El comienzo del invierno global, publicado en 2011, Beinstein advertía que la economía mundial había ingresado a una época de “crecimiento anémico, estancamiento y recesiones” que se desarrollan de manera heterogénea tanto en los países centrales, como en las economías emergentes.
Uno de los aportes más relevantes realizados por la escuela fisiocrática fue comprender al sistema económico como un organismo social en el que las variables se encuentran interconectadas en un todo metabólico. Tomando esto como referencia, la tesis del capitalismo senil refiere no a la degradación de las condiciones en las que ocurre la producción y reproducción del sistema y las relaciones sociales que encarna; sino más bien, en la imposibilidad ante la que se encuentra el capital para operar de otro modo que no ponga en riesgo la propia acumulación y, junto con ella, el futuro de la humanidad.
Beinstein sostenía que “el sistema financiero ha terminado por caer en su propia trampa”. Dado que su despegue con la debacle del modelo keynesiano entre los ’70 y los ’80 y la crisis de estanflación que tuvo como epicentro – una vez más – a la economía estadounidense; posibilitó que el sistema financiero funcionara como válvula de escape o como lo llamaría Beinstein “un pulmón adicional” para la acumulación. Al permitir que el excedente de capitales pudiera ser dirigido a actividades que, por su naturaleza, compensaban las ganancias insuficientes provenientes del sector productivo. Precisamente, una de las expresiones de la importancia del circuito financiero en la acumulación de capital fue la posibilidad otorgada a los Estados nacionales para endeudarse y así sostener las demandas internas impulsando “la euforia consumista con una lluvia de créditos” (Beinstein, 2011:65).
Una idea en auge a raíz del desarrollo de la Econophysics y que disputa con la idea del capitalismo senil, ha sido la de incorporar el concepto Entropía para caracterizar a un sistema económico “desordenado” por no encontrarse “regulado”. Sin embargo, en estricto rigor, la entropía en física no da cuenta del desorden sino de la irreversibilidad de procesos en el tiempo, así lo entiende la segunda ley de la termodinámica.
Tomando los apuntes de Mc-Mahon & Mrozek (1997), los autores mencionan en un estudio sobre la sostenibilidad del crecimiento económico, que la teoría neoclásica si bien ya incluía la primera ley de la termodinámica referida a la conservación de la materia y energía en un sistema cerrado, es necesario complementarla con la segunda ley de la termodinámica: la entropía. Y ver cómo esta ley interactúa con materia y energía en sistemas cerrados.
Los autores sostienen que, si bien materia y energía se conservan en sistemas cerrados, la calidad y el tipo de insumos requeridos no logran recuperarse a partir del producto, sino que van degradándose paulatinamente. O lo que es lo mismo, la incorporación del concepto Entropía en el análisis económico permite comprender que el sistema capitalista tiende a degradar los recursos disponibles tanto en calidad como en cantidad.
Aunque para la Econophysics esta degradación podría controlarse mediante la regulación, lo cierto es que las experiencias de aplicación del instrumental neoclásico en materia ambiental, no han logrado ni revertir ni contener los impactos de la actividad económica sobre la naturaleza y, por consiguiente, no presentan respuestas ni alternativas para la crisis climática.
Lo anterior nos permite sostener la pertinencia de la categoría capitalismo senil para comprender la época actual y las implicancias de una lógica de acumulación que se reproduce a gran escala, yendo incluso en contra del propio sistema. De ahí la relevancia de lo senil del capitalismo para dar cuenta de la incapacidad de operar de otra manera, de presentar salidas a la crisis que no pasen por políticas de ajuste criminal al conjunto de la clase trabajadora en un escenario global de estancamiento económico y baja rentabilidad.
La disputa en el terreno de las ideas. Batalla impostergable
“(…) batalla de ideas no significa solo principios, teoría, conocimientos, cultura, argumentos, réplica y contrarréplica, destruir mentiras y sembrar verdades; significa hechos y realizaciones concretas” Fidel Castro, 2002
En El fin de la historia, Fukuyama argumentaba que el liberalismo económico y político o “la idea” de Occidente se había impuesto en el mundo, evidenciando “el colapso y agotamiento de ideologías alternativas”. Para Fukuyama, el único “gran desafío” que ha tenido la ideología liberal ha sido el comunismo como ideología política y económica alternativa al capitalismo. Y en este sentido, argumenta el autor, que la alternativa marxista basada en la crítica al liberalismo partiendo de la contradicción entre el capital y el trabajo, como contradicción irresoluble en los marcos del sistema, se constituyó desde entonces, en la principal acusación lanzada al liberalismo.
Las posiciones defensivas de la burguesía internacional al culminar la segunda posguerra, que las obligaría a ceder a las demandas del movimiento obrero organizado, junto a la configuración de una suerte de nuevo contrato social expresado en el modelo keynesiano, condujo a Fukuyama a sostener que “las contradicciones de clase se han resuelto con éxito en Occidente” (Fukuyama, 1988:16). Sin embargo, tan pronto la experiencia soviética empezó a tocar fondo y, junto con ella, el movimiento obrero internacional, la burguesía comprendió que ya no existía un paradigma político y económico que disputara no sólo en el terreno económico y político, sino también ideológico y cultural.
La experiencia de un Estado obrero – campesino había acabado y, junto con ella, la burguesía retornó a prácticas políticas y económicas ofensivas. Esto puede verse ya desde los ’70 con la imposición del ajuste estructural con la dictadura de Pinochet en Chile y su posterior expansión global de la mano de Thatcher y Reagan. Desde entonces, las contradicciones entre el capital y el trabajo no sólo no se han disipado, sino que se han agudizado, siendo el terreno ideológico una de las expresiones más virulentas de la legitimación del orden social burgués.
A la clase obrera se le extirpó su propia cultura, se impuso un modo de ver y de vivir basado en el consumo infinito en un planeta con recursos finitos, agotables, degradables. El gran triunfo del capitalismo no vino de la mano de lo económico, de resolver la materialidad de las personas, sino de vender el sueño de la posibilidad del consumo masivo, la industria cultural jugó un papel central en la difusión del “modo de vida americano” y en la venta del “sueño americano”.
En la introducción del libro ¿La rebeldía se volvió de derecha? Publicado en 2021, Pablo Stefanoni apuntaba:
“(…) en la medida en que se volvió defensiva y se abroqueló en la normatividad de lo políticamente correcto, la izquierda, sobre todo en su versión “progresista”, fue quedando dislocada en gran medida de la imagen histórica de la rebeldía, la desobediencia y la transgresión que expresaba. Parte del terreno perdido en su capacidad de capitalizar la indignación social fue ganándolo la derecha, que se muestra eficaz en un grado creciente para cuestionar el “sistema”. (…) no se trata de un fenómeno por completo nuevo. Un clima semejante se vivió en las décadas de 1920 y 1930 (…) El historiador Zeev Sternhell interpretó el fascismo no como una simple y pura contrarrevolución, sino como una suerte de revolución alternativa a la que promovía el marxismo (…) No se jugaba entonces una batalla entre el futuro y el pasado (…) se trataba de una disputa por la capacidad de construir futuros posibles y deseables” (Stefanoni, 2021:15-16).
La realidad es que a la izquierda se le ha extirpado su propia identidad, disruptiva, irreverente, propositiva de futuros mejores, se ha desdibujado, diluido en un sinfín de demandas sectoriales, fragmentarias e incapaces de analizar la totalidad de las causas de los problemas a los que, como sociedad nos enfrentamos. Y que, por tanto, se manifiestan impotentes para la lucha contra el capitalismo.
En una entrevista concedida por Slavoj Zizek a Jorge Fontevecchia en septiembre de 2018; sostenía “(…) el gran problema para la izquierda es que el capitalismo se está acercando a grandes problemas, pero hoy la izquierda no tiene respuestas coherentes para decir qué deberíamos hacer” y al consultarle sobre la tesis de Fukuyama, no dudó en responder “en la práctica todos éramos fukuyamistas”. ¿Ha perdido la izquierda la potencialidad de imaginar siquiera que otra sociedad no sólo es posible sino necesaria? ¿Estamos ante una “izquierda progresista” anquilosada en la defensa de una institucionalidad que ya no es necesaria para los capitales que hegemonizan la acumulación?
Parte de la batalla de ideas de la que hablaba Fidel a inicios de esta década es precisamente el talento que deberían tener las organizaciones políticas que se reclaman revolucionarias para imaginar una sociedad distinta a esta que tenemos. Distinta en todos los términos, en toda su estructura, incluida el Estado. Ese talento debe encontrarse también con la inteligencia suficiente para despertar la conciencia del conjunto de la clase obrera y que esta descubra que cuenta con todo el potencial técnico y empírico para dirigir nuestros destinos y reconstruir su cultura.
En el prólogo a la primera edición de la obra Ideología y Cultura de Héctor Agosti, publicada en 2005, Azcoaga apuntaba que la “ideología aparece como formación alojada en la cultura. (…) Hubo una cultura, autodenominada “neoliberal”, aceptada, aunque fuera para criticarla, como tal. (…) Y ¿qué decir de la ideología de esta década? ¿Acaso no es la ideología de la recuperación de las instituciones? (…) Sí. Pero, sin tocar al capitalismo, sin ahuyentar a los inversores, sin “sacar los pies del plato” del orden financiero internacional. Y también esta es una ideología que se predica desde el poder”.
Agosti (2005) apunta que todo lo realizado por el ser humano es cultura, es decir, la cultura es expresión de las condiciones en las que reproducimos nuestra materialidad. “(…) de allí pues que, entendida en su globalidad totalizadora, la cultura no pueda ser mirada independientemente de la historia y la evolución de los medios productivos”.
De modo que, siguiendo a Agosti (2005) y a Marx ([1846] 1974), si el primer hecho histórico es la producción de los medios indispensables de vida, es decir, la vida material misma, podemos comprender los niveles de degradación cultural de la sociedad en general y de la clase obrera en particular, cuyas condiciones materiales de existencia se encuentran tan precarizadas y la realización del trabajo consumido por la explotación más brutal que, como dijera Marx, el trabajador ha quedado degradado a la condición de máquina, a “esclavo del capital” (Marx, 1844). Por lo que su cultura, nuestra cultura, no puede sino ser resultado de la degradación misma de nuestra materialidad.
En el marco de un modo de producción cada vez más degradado y senil, la recuperación del ingenio para pensar en una salida colectiva a los problemas que son colectivos, en imaginar una sociedad construida y dirigida por la clase obrera, forman parte de la estratégica batalla de ideas que es una necesidad impostergable.
FOTO DE PORTADA: Intervención durante el «Museo vivo» realizado en Plaza de los Desaparecidos el 2 de febrero de 2024, a propósito de los 35 años del golpe militar que derrocó a Alfredo Stroessner. Por Elisa Marecos.
Referencias
Agosti, H. (2005). Ideología y Cultura. Buenos Aires: Asociación Héctor P. Agosti.
Amin, S. (2003). Más allá del Capitalismo Senil. Por un siglo XXI No norteamericano. Buenos Aires: Paidós.
Beinstein, J. (2010). Crepúsculo del capitalismo, nostalgias, herencias, barbaries y esperanzas a comienzos del siglo XXI.
Beinstein, J. (2011). El comienzo del invierno global. Revista Mercado.
Fukuyama, F. (1988). ¿El fin de la historia? The National Interest.
Marx, K. (1844). Manuscritos económicos y filosóficos.
Marx, K. (1846). La Ideología Alemana (1974 ed.). Barcelona: Ediciones Grijalbo.
McMahon, G., & Mrozek, J. (1997). Economics, entropy and sustantability. Hydrological Sciencies Journal, 4, 501-512.
Montenegro, Á. (2011). Información y Entropía en Economía. Revista de Economía Institucional, 13(25).
Stefanoni, P. (2021). ¿La Rebeldía se volvió de derecha? Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
[1] O podríamos llamarlo post fascismo, tal cual lo plantea Enzo Traverso, atendiendo a que el Estado gigante y corporativo del fascismo no solo dejó de ser pregonado, sino que es virulentamente cuestionado por las extremas derechas que enarbolan, sí, un fascismo cultural, discriminador, supremacista, con un neoliberalismo económico salvaje, como expresión potencialmente dominante del capitalismo posible en proyección y como consecuencia de su actual diagnóstico.
[2] Cuando hablamos de capitales ficticios, nos referimos a títulos, valores, derivados financieros y demás componentes del sistema financiero que no son el resultado de la producción real de mercancías.
[i] Candidata a Doctora en Economía por el Instituto de Industria, Universidad Nacional de General Sarmiento, Buenos Aires, Argentina. Máster en Ciencias Sociales con especialización en Desarrollo Social e Investigación, FLACSO Paraguay. Economista, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Pinar del Río, Cuba. Presidenta de la Sociedad de Economía Política del Paraguay y miembro del directorio de la Sociedad de Economía Política y Pensamiento Crítico en América Latina y el Caribe. Miembro del Comité Central del Partido Comunista Paraguayo, responsable de la Comisión Nacional de Ideología y Formación. Contacto: alhelicaceres@seppy.org.py
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