Cultura | Por Luiz Brizuela


No hay nada más adulto que extender la vida hacia otro ser, de otra especie, de otro reino. Pero las plantas mueren en las manos de nuestro afecto quebradizo. Las plantas salen relucientes de los viveros y luego son víctimas de nuestra ausencia, del cansancio y explotación que limitan nuestra capacidad de regar con cuidado matemático.
Nuestras madres y abuelas encuentran la felicidad en la entrega del amor, por eso, Las Lagunas comienza con un recuerdo:


Mi abuela en su patio
/abrazada por el cálculo/
riega.


Quisiéramos ser como esas madres y abuelas que hacen brotar afecto y cuidado desde su herida, que saben los nombres de las especies de plantas y las veces que se deben regar, que delegan la tarea de fabricar lluvia a otras personas cuando se ausentan mucho tiempo, que piensan en los otros. Pero tenemos mucho que aprender de esa forma lluviosa de afecto.
En Teoría del polen, la poeta chilena Victoria Ramírez crea muestras poéticas visuales que representan a raíces de plantas extendiéndose hacia todas partes para alcanzar la luz violentamente, si es necesario, torciéndose y quebrándose. A la par, reúne investigaciones sobre las plantas. En el artículo Montajes Vegetales: Ejercicios de postproducción y representación en el poemario Teoría del Polen de Victoria Ramírez, Natalie Israyy comenta que las plantas son cuerpos inteligentes que sienten y actúan, y que el poemario busca escapar a toda imagen que los cosifica como adornos o alimentos. Uno de los escritos en Teoría del Polen, habla sobre un experimento donde se colocan a cangrejos en una olla mientras dos helechos están en la misma pieza, alterando el metabolismo de las plantas y forzándolas a crear nuevos anticuerpos en su empatía con el sufrimiento de los cangrejos. Giselle comenta el estrés de las plantas también cuando les coloca un pensamiento:


“esta idea de jardín
de fisionomías bélicas”
pensarían las plantas
si pensaran”.

pero son amorosas verdes
y solo cuando es transversalmente
tarde: están paranoicas.


Las Lagunas es consciente del secuestro de plantas que hacemos para nuestro propio estímulo, las sometemos a nuestro paisaje para oxigenar nuestros hogares, las sometemos a nuestro abandono (en el caso de los que no conseguimos escucharlas), pero también, las traemos para invitarlas hacia el espacio de nuestros afectos. No solo se vuelven testigos de nuestras conversaciones, de nuestros vínculos, sino que participan de ellos y reciben nuestras lluvias. Y también empatizan con nuestro sufrimiento. Por eso, las hojas están paranoicas, y a la vez son amorosas verdes. Son seres sensibles a ser considerados en nuestras familias. Habitan nuestra contradicción palpitante: queremos romper con las formas nocivas de afecto que nos enseñaron nuestras familias, pero trabajamos con esas mismas herramientas y conductas que todavía se aferran a nuestros cuerpos.


me gusta irracionalmente
esta aridez
(…)
porque es acá donde imagino
mi huerta.


Por todo esto, el movimiento más presente en el poemario es la construcción paulatina de una sensación de hogar. Y detrás de todo aquello, la pregunta, ¿cuál es el motivo de que hoy tengamos que construir ese hogar desde la carencia?
Giselle habla de los hombres que nos hicieron daño, habitando aquellas casas a las que nos prometen “siempre podés volver acá”. Como si fuera lindo, nos prometen que siempre podemos volver a la violencia dentro de aquellas paredes de nuestras infancias, al recuerdo borroso representado por el “apretar los ojos y ver las manchas” cuando éramos niños. Recuerda a esos momentos en que mirábamos fijamente un lápiz cerrando un ojo y luego el otro, para observarlo bailar. Recuerda a los paseos en que encajábamos los pies dentro de las baldosas para no pisar las líneas. Recuerda a las formas en que nuestra mirada se posaba en el escapismo y empezaba a brotar el poema como una planta paralela a la realidad.
Este cuestionamiento está presente en otros poemas que sugieren un abandono de estos espacios para ir a construir los propios, donde podamos decidir iluminaciones y mascotas:


la casa sin padres ni madres
una lámpara hacia adelante
cálida
un pelaje.


En este proyecto de habitar nuevas redes, de decidir sobre la vida propia y nuestras compañías, surgen los nombres propios dentro del poemario. Como Sharon, que imagina futuros espacios que pueda habitar y pinos que elegir. Como Martín, que pide perdón en el poemario, reflejando a nuestros padres con su conducta oculta, pero optando por la reparación. Como Leticia, que “supo hacer, del amor: días”, haciendo del afecto un signo cotidiano.
Giselle, no en soledad sino en estos vínculos que riega, explora los “rastros de una fiesta” y “la bondad de las cosas quietas”, acuerda objetos para cohabitar con ellos, eligiendo “muebles de acostamiento”, “hamacas”, y “un televisor en el jardín”. En síntesis: trenza con cuidado cada raíz, sin importar que sean objetos, plantas, personas, desde la urgencia por explorar cada conexión con todos los sentidos.


Se traspasan las líneas del cuadrado perfecto
(…)
son árboles o personas
a nadie le importa.

Por si no fueran eficientes
para llenar los vacíos.

“si pudiéramos leer con el olfato,
(…)
con (el) tacto.


Los tres apartados del poemario conforman un verso que remeda el cariño cotidiano del tiempo: el crecimiento vertical de una planta, el recorrido en el tejido de un poemario, “se mezclan conversaciones en el doblez de las lagunas”. Lo que queda después de regar son esas aguas que empapan el suelo, las pruebas de que existió una entrega, de que existieron minutos de escucha y consideración del otro. Los rastros de que hay más planes para extender la idea del hogar.


Apuntaste a una distancia intermedia
como reanimando posibilidades
escondidas
en el espacio.

En la presentación de Las Lagunas, Giselle Caputo agradeció haber recibido la contemplación de un jardín. En el artículo Cuerpos vegetales y afectivos en Teoría del Polen de Victoria Ramírez, Joaquín Jiménez Barrera menciona que la poesía frente a otras formas más hegemónicas de literatura como la novela, exige, al igual que las plantas, otra contemplación, más lenta y pausada. Las lagunas es un poemario que invita a la contemplación de la compañía, a la pausada germinación de nuevas formas de vincularse, a la inclusión de calas, bromelias, costillas de adán y patas de elefante en nuestros afectos, a la memoria, de donde podemos rescatar la regadera de una abuela entre los recuerdos de los hombres que nos hicieron daño, y a la reflexión sobre qué hacemos con las personas que decimos que amamos.