Por Oscar Herreros Usher.

Cuando hablamos de precariedad laboral vienen a la memoria una gran cantidad de situaciones que nos muestran su omnipresencia en nuestra vida cotidiana. Sin duda conocemos muchas personas –podríamos ser nosotros mismos– que sufren procesos que implican inseguridad, incertidumbre y falta de garantías en sus condiciones de trabajo, que les impiden satisfacer con los ingresos que obtienen las necesidades de su mera supervivencia biológica –alimento, vivienda, vestido– y mucho menos las relacionadas con la convivencia social, como son la educación, la cultura, los cuidados, afectos, ocio, etc.

El pasado lunes 14 de agosto falleció don Salustiano Torales debido a un “traumatismo de cráneo encefálico con herida cortante en el cuero cabelludo”, según el parte médico. Le cayó encima una enorme viga de madera en la obra en construcción en la que trabajaba como albañil. Su compañero de trabajo y vecino, un hombre de 70 años, explicó que cuando iban a alzar la viga no la pudieron sostener debido al peso. La fotografía que acompaña el artículo periodístico muestra que la obra en cuestión parece ser un gran galpón, ubicado en el asentamiento Caacupemí, del barrio San Luis, de la ciudad de Concepción. Don Salustiano, nos cuentan, era un hombre avezado en colocación de maderas para la construcción, tenía 75 años.

Del escueto artículo periodístico podemos deducir que tanto don Salustiano como su compañero trabajaban sin los debidos equipos de protección individual –guantes, cascos, etc.– y que debían hacerlo sin maquinaria adecuada, recurriendo sólo a su vigor físico ya mermado por la edad y las carencias que acompañaron a su larga vida de trabajadores. Si una persona de 75 años continúa trabajando es porque no goza del derecho a la jubilación, lo que implica que sus actuales y anteriores patrones no han cumplido con su obligación legal de inscribirlo en el sistema de seguridad social o porque durante toda su vida ha tenido empleos temporales intermitentes, una cosa no excluye a la otra. También sería posible, ya que don Salustiano era albañil, clasificarlo como un trabajador autónomo económicamente dependiente, es decir, que trabajaba por su cuenta, pero dependía de otros para poder trabajar.

Cabe preguntarse quién pagará el ataúd y el entierro. ¿Lo asumirá el empresario, el dueño de la obra en construcción donde se produjo el accidente de trabajo que le costó la vida a don Salustiano? Quizás la respuesta esté en aquellos versos que Alfredo Zitarrosa dedicara a Doña Soledad:

Usted se puede morir, eso es cuestión de salud
pero no quiera saber lo que cuesta un ataúd.
Doña Soledad hay que trabajar, pero hay que pensar
no se vaya a morir, la van a enterrar, doña Soledad
hay que trabajar, pero hay que pensar, doña Soledad.

Sí. Hay que trabajar, pero hay que pensar. Pensar que lo acontecido con don Salustiano es un cuadro preciso de la precariedad laboral que afecta a la inmensa mayoría de las trabajadoras y trabajadores en nuestro país.

Hay que trabajar, pero hay que pensar que nadie va a remediar la situación si no lo hacemos nosotros mismos, si no lo hacemos los trabajadores. Hay que trabajar, pero hay que pensar que somos nosotras y nosotros, la clase trabajadora, quienes producimos todos los bienes y servicios, la riqueza que existe en la sociedad.

Hay que trabajar, pero hay que pensar que si las y los trabajadores no nos organizamos nos seguirán negando y quitando, como están amenazando, los mismos derechos que le han negado a don Salustiano, esos mismos derechos que tampoco tenía doña Soledad.

Foto de portada: Archivo de Adelante!