Análisis | Rafael Portillo1
Este análisis busca explorar el contexto político, económico y social de Paraguay desde la perspectiva de Karl Marx, un autor que ofrece una visión crítica y profunda de la dinámica social. En su escrito El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (1852), Marx analizó críticamente los hechos históricos de la Revolución de 1848 y el ascenso al poder de Luis Bonaparte en 1851, eventos que marcaron profundamente a Europa.
En El Dieciocho Brumario, Marx afirma que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, por así decirlo, dos veces: «una vez como tragedia y la otra como farsa». Esta frase resume de forma simbólica uno de los ejes principales del primer capítulo de su libro, destacando la repetición aparente de procesos históricos bajo condiciones diferentes que transforman su sentido.
Marx introduce el concepto de cesarismo o bonapartismo, una forma de poder en la que un líder autoritario aparenta representar al pueblo, pero en realidad sirve para preservar el dominio de la clase dominante en una etapa de crisis institucional y debilidad de las estructuras políticas tradicionales.
La característica de Paraguay como país industrialmente atrasado en América Latina constituye un rasgo distintivo en la conformación de la sociedad burguesa dependiente del capital extranjero y, por ende, en la formación del poder estatal. La dependencia económica de Paraguay del capital extranjero ha promovido gobiernos democráticos burgueses que someten constantemente a la clase trabajadora, privilegiando intereses del capital transnacional y postergando derechos e igualdad de oportunidades para toda la población.
Marx hablaba del fetichismo político, como una tendencia a considerar las instituciones del Estado como entes autónomos por encima de las clases sociales. En este sentido, la aparición de Horacio Cartes en la política paraguaya en 2013 y su victoria electoral no fue un hecho meramente electoralista, sino que respondió a la necesidad de resguardar los intereses de la burguesía parasitaria y mafiosa, que buscaba consolidar su poder y control sobre el Estado y la sociedad.
Pero la consolidación se impone en el marco de una crisis estructural del modo de producción capitalista, y como tal compuesta por múltiples crisis: económica, financiera, institucional, política, ambiental, climática, alimentaria, cultural, ideológica, de percepción, en fin, una crisis civilizatoria en donde voracidad, angustia e incertidumbre son la constante cotidiana de los seres humanos. En este contexto, la burguesía parasitaria y mafiosa viene buscando la consolidación de su poder y control sobre el Estado y la sociedad. El Estado actúa como instrumento de clase, con una aparente “autonomía relativa”. Cartes utiliza el aparato del Estado para reforzar su poder personal, apoyándose en una ideología de ultraderecha con el lema Dios, patria y familia, que se opone a los principios tradicionales de la ANR pero que, en diversos momentos, como una cuestión inherente a las organizaciones políticas que defienden los intereses capitalistas, se ha expresado y expresa en su quehacer. De esta manera, el cartismo, valiéndose del susto advertido por Bertolt Brecht2 instrumentaliza la democracia para instaurar un régimen autocrático, característica propia del bonapartismo.
El Partido Colorado retomó el poder luego de dos hechos políticos que tuvieron un impacto significativo a nivel nacional e internacional. Primero, la masacre de campesinos y policías en Curuguaty, que desencadenó el segundo hecho, el juicio político o golpe parlamentario al gobierno de Fernando Lugo en 2012.
Para entender este proceso de ascensión de Cartes al poder, se puede decir que se trata de una forma de bonapartismo. Su gobierno se caracterizó por beneficiar al capital extranjero y someter a la clase trabajadora y la sociedad civil de manera autoritaria, consolidando así el poder de las élites económicas y políticas dominantes. Claro que la decadencia cultural como consecuencia de la forma de reproducción social-productiva del capital en Paraguay, enmarcado en su alto grado de dependencia, refuerza una combinación de conservadurismo individualista y mezquino, desconocedor de solidez institucional y políticas públicas que garanticen derechos y, por lo tanto, proclive a naturalizar la competencia salvaje y el “sálvese quien pueda” como lógica dominante.
Durante su gobierno continuaron los beneficios para los bancos, las empresas agroexportadoras y las empresas constructoras. Sin embargo, la élite económica más comercial disputó a Cartes el control del mercado, formándose oligopolios en sectores como la industria de la carne y la distribución de combustibles. Y la precarización de trabajadores, así como la creciente concentración de la tierra junto a una presencia más explícita de la mafia y el narcotráfico, fueron moldeando nuestra formación socioeconómica y cultural.
El nuevo rumbo de Cartes como una reedición de las viejas prácticas del stronismo, se caracteriza, asimismo, por autoritarismo, represión, desapariciones forzadas, saqueo y corrupción. Su gobierno sentó las bases para que empresas de familias cercanas a él obtuvieran ganancias mediante contratos de construcción de obras de infraestructura. Pero esta reedición ha venido cabalgando sobre la productividad y la subjetividad de un capitalismo con hegemonía financiera, o sea, parasitaria, en donde la fugacidad es constante y el “reino de necesidades ilimitadas y permanentes”, nos sacuden dramáticamente.
En este marco con fuerte contenido de disociación, disgregación y sensaciones de sin sentido y sin futuro en la sociedad, su gobierno promovió leyes económicas liberalizadoras que no tuvieron éxitos, como la Ley de Alianza Público-Privada (APP). Además, proyectos de gran envergadura como el Metrobús que terminaron en fracaso y se convirtieron en un fraude, donde las empresas contratistas, principalmente Mota Engil y otras subcontratadas, fueron las principales beneficiadas.
Por otro lado, en la disputa política interna dentro del Partido Colorado, el movimiento Honor Colorado es dominante. Cartes actúa como el gran artífice, característica propia del bonapartismo, tanto dentro de las internas de la ANR como externamente. Al culminar su gobierno (2018), demostró haber consolidado su movimiento, controlando totalmente el poder político y económico. Y aunque fue derrotado en las internas, durante el gobierno de Abdo dio disputa al oficialismo y en poco tiempo logró una situación muy poco realizable: la oposición interna se convirtió en hegemónica dentro del Partido y con capacidad de torcer la muñeca al oficialismo en posiciones de gobierno.
Al no tener una oposición fuerte, como en el caso del Partido Liberal, debilitado por la figura desgastada de Efraín Alegre y afectado por el golpismo de Federico Franco, no logró claridad estratégica y un liderazgo capaz de aglutinar una mayoría. Luego de tres intentos fallidos como candidato a la presidencia, surgió una facción dentro del partido conocida como “liberocartistas”, un grupo que depende de las directrices del presidente Cartes.
A esto se suma el debilitamiento del progresismo, los movimientos sociales, los sindicatos y sus centrales, los campesinos y la izquierda en general, que se encuentran fragmentados y debilitados.
Actualmente, bajo el lema Vamos a estar mejor, el presidente Santiago Peña y su equipo están implementando y perfeccionando la política económica cartista. Esto implica intensificar el modo de producción y la relación social capitalista, con ajustes estructurales en el aparato estatal y afianzando su rol represivo para prever reacciones a consecuencia de la precarización y el despojo dominante sobre la clase trabajadora, cuya intención es abaratar costos de producción y circulación trasladando la pérdida de ganancias y la crisis general a las espaldas de la clase trabajadora.
Hace tiempo que las patronales no se ven contenidas de manera favorable en la legislación del Estado burgués que funciona en el Paraguay. De hecho, la institucionalidad demoliberal burguesa, propia de la modernidad industrial no tuvo asiento sólido en nuestro país. Lo que siempre ocurrió es que las relaciones de fuerza y de poder permitieron la violación sistemática de muchas leyes, con total impunidad, lo cual es comprensible teniendo en cuenta la formación histórica y socioeconómica que contiene a la nación paraguaya.
Pero las exigencias internacionales fueron imponiendo ajustes institucionales para desarrollar una apariencia normativa que haga previsible el escenario sociopolítico y genere un mayor grado de seguridad jurídica a quienes tienen poder económico y político en este territorio.
Así podemos entender el reordenamiento de este sistema con nuevas leyes, como la Ley Nº 7235/23 de Superintendencia de Jubilaciones y Pensiones, que profundiza aún más la lógica capitalista en su tránsito precarizador, conculcando derechos.
Otra ley muy cuestionada es la Ley de Control de las Organizaciones sin Fines de Lucro, calificada como autoritaria debido a sus posibles implicaciones en la sociedad civil. También se aprobó la Ley de Servicio Civil o de Función Pública. Además, existen varias otras propuestas de leyes en proceso de estudio y aprobación, todas en contra de la clase trabajadora.
Por tanto, el bonapartismo cartista puede considerarse una forma de resguardar y consolidar, en tiempos de crisis civilizatoria, el caótico orden existente que es el rostro sociocultural de una burguesía parasitaria y mafiosa decadente, cuyas consecuencias serán necesariamente violentas e insanas, sin ninguna pretensión real de construir un proyecto de país que supere este escenario cuya dinámica combina, volviendo al 18 Brumario, tragedia y farsa de manera esquizofrénica.
Así, el cartismo se presenta como síntesis de la reproducción integral del capital en Paraguay, impregnado de una crisis embrutecedora y envilecedora capaz de sacar a luz las peores miserias de la burguesía decadente y que, a su vez, desafía a las mayorías trabajadoras a confrontar con su desmoralización y resignación para convertirlas en rabia organizada con posibilidades de superar en términos humanistas este oscuro interregno que estamos viviendo.
- Rafael Portillo es sociólogo formado por la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (UNILA). Especialista en Didáctica Superior por la Universidad Nacional de Asunción. Miembro del Observatorio de la Realidad Campesina e Indígena de Paraguay (ORCIP). ↩︎
- La frase de Brecht fue: “No hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado”. En un sentido integral podemos entender que, en la cabeza del burgués, dentro del susto conviven diversas crisis que profundizan la defensa de sus propiedades, así como la violencia estructural que incluye todo tipo de explotación, expansión de negocios ilegales, represión y hasta terrorismo. ↩︎