Editorial del 8 de octubre del 2025
El escándalo de los sobres, expuesto por una extrabajadora de Santiago Peña y Leticia Ocampos, está muy presente en la opinión pública, se discute e ironiza al respecto en todas partes.
Es bueno recordar que Peña y Ocampos fungen de Presidente y Primera Dama del Paraguay. Pero también es importante identificar que ese matrimonio fue comprado ya hace tiempo por Horacio Cartes.
Los comprados por Cartes para influir en la opinión pública, sea desde canales de TV, radio, periódicos impresos y digitales, así como redes sociales, vienen ensayando diversas explicaciones sobre cuestiones jurídicas respecto al hecho: que es solo la versión de la extrabajadora y su pareja, que se puede utilizar el polígrafo si hay acuerdo entre las partes, que no es delito pedir factura a nombre de otra persona…
También existen explicaciones respecto a si existían o no los sobres, en las que algunos afirman que jamás existieron, que el despido y el polígrafo se deben a que se perdió la confianza (sin explicar por qué se perdió), o que en el sobre solo había un bolígrafo y un reloj de mucho valor.
En este marco, se habla de que todo esto está fraguado por sectores de la oposición, en algunos casos incluyendo a la disidencia colorada y hasta al “globalismo oenegeísta” que quiere realizar un “golpe” para destituir al gobierno y atacar las tradiciones del pueblo paraguayo.
En torno a estos temas surgen matices, divergencias, ataques, descalificaciones, diferentes interpretaciones de las leyes y un gran ruido en torno a acusaciones y defensas de sectores que son identificados como más o menos corruptos. La corrupción está generalizada y naturalizada. La opción pareciera agotarse en organizarnos para elegir al menos corrupto. Esa es la posible victoria. Otra opción sería inviable.
Nosotros entendemos que todos estos debates nos alejan de otros intercambios, otros debates urgentes, reflexiones necesarias para encontrar una salida opuesta a este tránsito hacia una mayor miseria, mezquindad, indiferencia, violencia y oscuridad, en donde la vida de cada ser humano cada vez importe menos y la noción de derechos y garantías de seguridad, alimentación, vivienda, trabajo, salud y educación, termine desapareciendo, para naturalizar la idea de que todos estos derechos son mercancías, como lo es el ser humano mismo, que si no puede venderse o comprarse, debe morir.
Existen dos términos muy poco conocidos y utilizados. Uno de ellos es plutocracia, cuyo significado es: gobierno de quienes tienen mucho dinero. El otro es menos conocido aún. Nos referimos al término “crematística”, que significa: arte e interés por ganar dinero, que se superpone a cualquier otro objetivo.
Hasta hace unos años atrás, era inaceptable que alguien diga, como persona, que tiene precio. De hecho, que nos digan que tenemos precio era una gran ofensa y nos generaba indignación. Sin embargo, en estos últimos años, se fue naturalizando la idea de que todos tenemos precio. Con gracia, mucha gente suele decir “qué pio vas a hacer si te ofrecen un millón de dólares por eso” y una creciente cantidad de personas muestran su acuerdo, asumiendo que, aunque no se quiera admitir, todos tenemos precio.
La cultura en la que todo y todos tenemos precio es embrutecedora, envilecedora. Reduce los más bellos sentimientos de los seres humanos, como el amor, la empatía, y la solidaridad, sustituyendo la complementariedad por la competencia. Y es esta cultura la que permite que los Horacio Cartes sean líderes y ejemplos, sin que se cuestione su ilegal enriquecimiento, su mediocridad y total desprecio hacia la cultura y las artes que fomentan bellezas humanas invaluables, que no pueden tener precio.
En una sociedad de seres humanos que no toleren la mercantilización total de la vida, seres como Cartes y todos los empresarios explotadores, corruptos y depredadores de la naturaleza, serían despreciados, perseguidos y encarcelados.
Lamentablemente, la cultura crematística, que nos educa para que nuestro principal fin sea acumular dinero, se ha instalado con fuerza en la cabeza y en los corazones de muchos trabajadores del campo y de la ciudad, y esta situación nos lleva a debatir cuestiones menos importantes, dejando de lado el debate más estratégico para pensar en ese otro país, esa otra sociedad libre y garante de igualdad de oportunidades.
En este momento de crisis, en los gremios, organizaciones sociales, culturales, en las organizaciones políticas, en nuestras familias, es fundamental debatir sobre la miseria humana que nos envuelve, para sacudirnos de ella y lograr construir juntos un plan para derrotar a la narcomafia que gobierna nuestro país con esa autoridad crematística y plutocrática, limitando nuestras capacidades y empujándonos a la corrupción y el embrutecimiento de nuestras mentes y nuestros sentimientos.
Existe una gran cantidad de trabajadoras y trabajadores, de campesinas y campesinos, de indígenas, que no tienen precio. Unirnos para insistir en estos debates reales, urgentes y necesarios, es parte de la gran tarea de construir un Paraguay para la clase trabajadora.
