Opinión | Por M. Aquino
Limpieza étnica, racismo, genocidio. Son las tres palabras que resuenan con fuerza en los reclamos de líderes y organizaciones de los 19 pueblos indígenas en Paraguay que se manifiestan a nivel nacional ante el empecinamiento del actual gobierno cartista en hacerlos desaparecer.
El cierre de las oficinas del INDI (Instituto Paraguayo del Indígena) en Asunción, las constantes usurpaciones de tierra y las denuncias de genocidio configuran un escenario de extrema violencia racista en este país. Los pueblos indígenas estorban para el actual modelo de desarrollo propugnado por el cartismo, con su “paz y progreso” representado por la Ruta Bioceánica, el agronegocio rapaz y la ilusión de la macroeconomía más próspera para los negocios en América. No hay eufemismos posibles: el exterminio de los pueblos indígenas es un proyecto de Estado que se mantiene incólume desde el stronismo.
Cabe señalar, además, que el gobierno de Horacio Cartes, a través de Santiago Peña, es uno de los pocos aliados incondicionales en el mundo de la ocupación colonial sionista, con la cual mantiene numerosos acuerdos bilaterales y de cooperación. La tecnología y expertise ‘israelíes’ han sido importadas históricamente para la aniquilación de grupos humanos en países de la región como Guatemala, México, Colombia, entre otros. No es descabellado pensar que Gaza es el ejemplo de lo que aspira el actual gobierno para los pueblos indígenas, así como para otras poblaciones que estime excedentes. Aunque aquí —todavía— no se empleen drones ni misiles, el terrorismo de Estado desplegado contra los pueblos indígenas, así como la violencia de fuerzas paramilitares, recuerda en gran medida, aunque en menor escala, lo que ahora está aconteciendo en territorio palestino.
Gran parte de la sociedad paraguaya ha naturalizado y asimilado la discriminación racista como consecuencia de décadas de propaganda. Así, los indígenas son esas no-personas, casi animales, son los indeseables, quienes “afean” los paisajes, quienes mendigan en las calles, las ensucian. Esta normalización del racismo propulsó el asesinato hasta hoy impune del joven mbya guaraní Lorenzo Silva Arce, un crimen de odio. También explica la importante indiferencia ante los frecuentes desalojos —operaciones de limpieza étnica— de que son víctimas los diferentes pueblos, que los empujan a huir a las ciudades, donde sobreviven en condiciones infrahumanas y de extrema violencia. Los poderes fácticos, a través de sus medios, buscan reforzar y reproducir el racismo para avanzar en ese modelo de desarrollo ultraexcluyente, donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres, exterminados.
Para nosotros, como comunistas, cualquier tipo de discriminación, odio y supremacismo es inadmisible. Entendemos que la liberación de los pueblos indígenas es indispensable para alcanzar una nueva sociedad, una donde exista plena vigencia de los derechos humanos, sin explotados ni explotadores. La verdadera libertad solo será posible si todos somos libres, si todas las personas, sin discriminación alguna, tenemos al alcance la posibilidad de una vida digna. Saludamos a nuestros compañeros indígenas y los animamos a perseverar en la lucha hasta la victoria.