Opinión por Angela Gutiérrez

Sobre la muestra de cortometrajes con el patrocinio cultural de la Dirección Nacional de Propiedad Intelectual (DINAPI).


Desde una perspectiva que entiende la cultura como un derecho y una forma de ejercicio pleno de ciudadanía, resulta alarmante constatar el abandono del cine como herramienta crítica, cultural y social por parte del Estado paraguayo. En lugar de garantizar, a través de la Universidad Nacional de Asunción, carreras públicas de cine y teatro que democratizen el acceso a la formación, se ha cedido el terreno a la pequeña burguesía cultural. Este sector concentra no solo los fondos públicos y privados, sino también el control de los festivales, las vitrinas, los contactos clave y el acceso a plataformas internacionales. Capturan el mercado, exportan prestigio y venden ilusiones, sin mostrar empatía ni compromiso con los jóvenes desfavorecidos, preocupados únicamente por sostener su lugar en una supuesta “industria” cultural, cuya existencia depende, paradójicamente, del financiamiento estatal.

El Instituto Nacional del Audiovisual Paraguayo (INAP), fruto de años de lucha gremial, finalmente no garantiza el acceso y la democratización de la producción audiovisual, tanto a nivel nacional como internacional. Sin escuelas públicas de cine, el acceso queda inevitablemente capturado por este grupo. En el marco de su gestión, por ejemplo  promueve concursos de investigación, que resulta contradictorio: desde el sistema público no se forman investigadores y no se fortalecen espacios críticos.  Así, el INAP termina reproduciendo la misma lógica de exclusión, que los gremios alguna vez intentaron revertir.

Según publicaciones oficiales del Taller de Actuación Integral (TIA), la Dirección Nacional de Propiedad Intelectual (DINAPI) figura como patrocinador cultural de CINE-TIA, configurando un apoyo directo con recursos públicos que pertenecen a las mayorías. Este apoyo estatal termina fomentando el emprendimiento privado en detrimento de otros creadores, especialmente aquellos que provienen de los barrios y no cuentan con apellidos reconocidos ni conexiones con las élites culturales.

CINE-TIA es una escuela privada de teatro y cine que no integra estándares académicos ni artísticos reconocidos internacionalmente. Sin embargo, ante la ausencia de una carrera pública de cine o teatro, por ejemplo, en la Universidad Nacional de Asunción, se presenta como la única alternativa real para quienes egresan de instituciones públicas como la Escuela Municipal de Arte o el Instituto Superior de Bellas Artes.

Sin embargo, la educación en estas escuelas ha sido reducida a una instrucción pasiva e infantilizada, sin pensamiento crítico ni capacidad para comprender la urgencia de defender lo público. En ese vacío formativo, muchos jóvenes terminan admirando a la pequeña burguesía cultural que los excluye, asumiendo que ese es el único camino posible hacia la visibilidad, el trabajo o el prestigio.

No se rebelan contra su exclusión: aprenden que, para “hacer cine”, hay que adular, agradar y ser aceptados por quienes los marginan. De este modo, se perpetúa una cultura autoritaria heredada del stronismo, donde el poder se reproduce bajo lógicas jerárquicas.

Esta situación no es casual: la propietaria de CINE-TIA proviene directamente de ese pasado autoritario, siendo hija de Blas Schembori. Según un artículo de La Nación (25 de febrero de 2024), “la ética sometida a referéndum puede desembocar en resultados imprevisibles: una mayoría coyuntural puede convertir a las víctimas en culpables, tal como ha ocurrido con la película ‘7 cajas’, de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori”. En dicha película, se observa una reivindicación del comisario Blas Schembori «el temible don Blas Pucú», quien, según el mismo medio, “murió impune”, tras haber sido parte de la Guardia Presidencial y de la Comisaría Sexta durante la dictadura stronista. Así, el presente del cine y el teatro en Paraguay sigue arrastrando las marcas de ese pasado, reproduciendo estructuras de poder excluyentes y verticalistas.

Publicado hace pocos días en la fanpage de TIA, otra propuesta con apoyo estatal.

En este contexto, el modelo actual de formación artística, se promueve una lógica aspiracional donde hacer cine equivale a alcanzar fama, ser millonario, organizar avant-premières, caminar por alfombras rojas y llegar en limusinas: una fantasía completamente alejada de la realidad social del país.

Los resultados están a la vista: salvo contadas excepciones, las producciones audiovisuales locales rozan en la ingenuidad y recurren al género del terror para intentar conmover o asustar a una sociedad que convive a diario con el horror real. Crimen organizado, asesinatos brutales, una sociedad que obliga a parir a niñas violadas y las deja morir en partos forzados: Paraguay no necesita ficción para estremecerse, porque ya vive en el espanto. Necesita verse reflejado en su cine, reconocerse, contarse desde la verdad, no desde la evasión.

Volviendo al modelo educativo y sus consecuencias, en muchos casos, la búsqueda de visibilidad se traslada a las redes sociales, con publicaciones orientadas a cosechar likes, dentro de una lógica de exposición constante. La figura del artista se transforma en la de un freelancer precarizado, atrapado en una carrera por producir adrenalina a través del reconocimiento efímero. Esto conlleva consecuencias profundas sobre la salud mental: la ansiedad por agradar, la presión por ser visto y la frustración ante un “éxito” que nunca llega, derivan en angustia, depresión, adicciones y suicidios, una desconexión total del sentido colectivo, comunitario y transformador del arte.

Es tarea de la sociedad civil exigir la creación de las carreras de Cine y Teatro en la universidad pública.

Solo una educación pública, crítica y de calidad puede constituirse en una vía real hacia la movilidad social, el acceso al pensamiento emancipador y la democratización de los bienes culturales. 

¡¡¡Por el acceso a una educación pública y de calidad!!!