Este artículo constituye una versión traducida del texto original en inglés por el antropólogo suazi-británico Jason Hickel, publicado por Tricontinental Pan Africa en marzo de 2025

Traducción de A. Onyeara para Adelante!


Uno de los mitos más dañinos sobre la crisis ecológica global es que los seres humanos como tal son responsables de ella. En realidad, la crisis está impulsada por nuestro sistema económico particular, el capitalismo, y es causada casi en su totalidad por los Estados y corporaciones del norte global (el núcleo imperial), principalmente para beneficio de sus élites.

Esto se ve con claridad en el caso de las emisiones. El límite planetario seguro para las emisiones acumuladas es una concentración de CO₂ en la atmósfera de 350 ppm. Las emisiones globales superaron este umbral en 1988, sumiéndonos en una era de colapso climático acelerado. Sin embargo, no todos los países son igualmente responsables de este exceso. Nuestra investigación muestra que el norte global es responsable del 86 % de todas las emisiones que rebasaron el límite planetario (actualizado al año más reciente con datos disponibles). Esto significa que también son responsables del 86 % de los daños causados por el colapso climático en todo el mundo.

En contraste, China es responsable de solo el 1 %. Apenas ha superado su parte justa del límite planetario. Esto desmiente las narrativas dominantes que intentan presentar a China como la principal culpable del cambio climático. Mientras tanto, la mayoría de los países del sur global —incluyendo gran parte de África, el sur de Asia y América Latina— siguen dentro de su cuota justa del límite planetario y no han contribuido en absoluto al colapso climático.

El colapso climático se entiende mejor como un proceso de colonización atmosférica 

La atmósfera es un bien común del que todos dependemos para nuestra existencia. Los países ricos se han apropiado de ella para su propio beneficio, con consecuencias devastadoras para toda la vida en la Tierra.

El sur global, que ha contribuido muy poco a causar este problema, sufre la abrumadora mayoría de los daños y las muertes. Todos los países con una puntuación de vulnerabilidad climática multidimensional superior a 0,36 se encuentran en el sur global. De los veinte países más vulnerables, trece son africanos, cuatro son pequeñas naciones insulares y dos son países del sur de Asia. 

Un estudio reciente en Nature Sustainability reveló que, con las políticas actuales —que proyectan un calentamiento superior a 2,7 °C—, dos mil millones de personas estarán expuestas a calor extremo, con un grave riesgo de aumento en la mortalidad relacionada. El 99,7 % de esta exposición ocurrirá en el sur global, principalmente en países que no han hecho nada para provocar esta crisis.

En otras palabras, el colapso climático no solo representa un proceso de colonización atmosférica, sino que sus consecuencias también se desarrollan siguiendo líneas coloniales. El desastre que se está gestando es una continuación directa de la violencia colonial. Sería difícil exagerar la magnitud de esta injusticia. De hecho, al comprender que esta es la trayectoria que nuestras clases dominantes planean alcanzar (y que podría evitarse con facilidad), resulta difícil verla como algo distinto a un acto genocida.

Y el clima no es la única crisis que enfrentamos. También debemos prestar atención al uso de materiales, principal causante de la pérdida de biodiversidad y el daño a los ecosistemas. El consumo global total de materiales —incluyendo biomasa, minerales y metales— ha superado los 100 mil millones de toneladas anuales, duplicando el límite sostenible definido por los ecólogos industriales.

Pero, una vez más, encontramos que los países ricos son abrumadoramente responsables de este problema. En promedio, los países de altos ingresos utilizan actualmente alrededor de 28 toneladas de materiales per cápita al año, lo que cuadruplica el límite seguro y excede enormemente lo necesario para garantizar una vida digna para todos. Sin embargo, debido a que gran parte de su producción está organizada en torno a la acumulación de capital y el consumo de las élites, decenas de millones de personas en estos países aún carecen de acceso a necesidades básicas. En contraste, los países de bajos ingresos tienen patrones de uso más sostenibles, manteniéndose muy por debajo de su parte justa. De hecho, en la mayoría de los casos, necesitan aumentar el uso de materiales para construir la infraestructura requerida para su soberanía industrial y desarrollo humano.

También aquí, el exceso en el uso de recursos en el núcleo imperial representa procesos de colonización. El norte global depende de una apropiación neta masiva de recursos del sur global mediante dinámicas de intercambio desigual en el comercio internacional. En otras palabras, la economía mundial se caracteriza por un flujo neto de recursos de sur a norte, de la periferia al centro. Esto ocurre porque los Estados y empresas del norte suprimen los precios de la mano de obra y los recursos del sur, lo que les permite importar significativamente más de lo que exportan.

En un estudio reciente publicado en Global Environmental Change, medimos empíricamente la escala total de la apropiación neta del sur global durante el período 1990-2015. Descubrimos que, en el año final, el norte global se apropió netamente de 12 mil millones de toneladas de materiales, 21 exajulios de energía y 822 millones de hectáreas de tierra incorporada del sur global.

Estas cifras son tan grandes que pueden resultar difíciles de dimensionar, así que puede pensarse de esta manera: esa cantidad de materiales y energía sería suficiente para desarrollar la infraestructura necesaria para brindar atención médica universal, educación, vivienda moderna, calefacción y refrigeración, electrodomésticos, sistemas de saneamiento, transporte público, internet y teléfonos móviles a toda la población del sur global, satisfaciendo las necesidades humanas con un estándar de vida digno. En cambio, esta cantidad de energía y materiales extraída del sur global es empleada para alimentar el crecimiento corporativo y la acumulación de capital en el norte global. 

En cuanto a la superficie física que el norte se apropia del sur cada año, esta equivale al doble del tamaño de la India. Esa tierra podría utilizarse para proporcionar alimentos nutritivos a unos seis mil millones de personas (dependiendo de su dieta), eliminando permanentemente el hambre y la desnutrición en el sur global, pero en su lugar se usa para producir artículos como azúcar para Coca-Cola y carne para McDonald’s, consumidos en el norte.

El intercambio desigual es una característica importante de la economía mundial 

Nuestros resultados demuestran que las economías del norte global dependen absolutamente de estos patrones de apropiación. Sin ello, el consumo material del norte se reduciría a la mitad. Mientras el norte disfruta los beneficios de un alto uso de recursos —permitiendo a sus élites poseer mansiones, yates y vehículos todoterreno—, los impactos sociales y ecológicos se externalizan hacia el sur global. 

Es en el sur global donde ocurre el daño. No se ve en las verdes y apacibles colinas de Inglaterra o Suecia, sino en Indonesia, Brasil y el Congo: las fronteras de la extracción capitalista. Este drenaje por intercambio desigual causa un daño ecológico extraordinario en el sur. Pero también perpetúa la privación masiva. Descubrimos que el valor apropiado del sur cada año asciende a billones de dólares, suficiente para erradicar la pobreza varias veces. En cambio, el sur se mantiene en condiciones de precariedad para sostener la acumulación en el norte.

La buena noticia es que nada de esto es inevitable. La evidencia empírica de la economía ecológica demuestra que es posible proveer vidas dignas para 8.500 millones de personas en el planeta —erradicando de forma permanente cualquier tipo de privación— con menos materiales y energía de los que la economía global usa actualmente, si ese fuera el objetivo de la producción. Esto sería así si tan solo la producción no estuviera organizada en torno a la acumulación de capital y el privilegio imperial.

Para alcanzar ese futuro, debemos luchar por recuperar el control democrático sobre los medios de producción y reorganizarlos en torno al bienestar humano, mediante planificación y servicios públicos. En el sur global, esto exige estrategias de desvinculación del núcleo imperial y políticas socialistas para construir soberanía económica. Ese es el horizonte.