Artículo de Najeeb Amado sobre la «Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro» de Karl Marx y su actualidad. Texto publicado originalmente en el libro «Re-pensando la filosofía desde Paraguay. Edad Antigua y Edad Media» (Ediciones de la Paz, 2025)
Tenía 23 años Carlitos Marx cuando presentó su tesis doctoral en la Universidad de Jena. Originalmente, su idea era presentarla en la Universidad de Berlín, pero por aquella época el conservadurismo gravitaba con fuerza en dicha casa de estudios, y el filósofo Friedrich Wilhelm Schelling, férreo detractor hegeliano, estaba dando clases ahí. Desde su posición, Schelling infravaloró y detuvo la tesis de Marx, sobre todo porque esta utilizaba el método hegeliano. Esto llevó a que Marx, influenciado poderosamente por ideas liberales, llevara su tesis doctoral a la Universidad de Jena, en aquel tiempo consustanciada mayormente con el liberalismo decimonónico.
Desde 1838, a los 20 años de edad, Marx empezó a escribir su tesis doctoral, en cuyo prefacio deja ver su comprensión de la ciencia y las limitaciones de la academia frente a la avalancha permanente de aquella, como consecuencia de la dinámica natural generadora de creación y destrucción, de vida y muerte. “La forma de este trabajo hubiera sido, por un lado, más rigurosamente científica y, por otro, menos pedante en ciertos puntos si su intento primitivo no se hubiese circunscrito a convertirlo en una tesis de doctorado”, comienza escribiendo el jovencito de Tréveris, desafiando la comprensión que iguala el rigor científico a la academia y acusando a esta de cierta petulancia propia de la vulgaridad que se detiene mucho más en aspectos aparentes que en esenciales.
Y es justamente en la combinación de esencia y apariencia, como también en el ejercicio de comprensión dialéctica sin eludir la necesaria síntesis de esa relación y repulsión de contrarios, donde Marx cuestiona el tránsito superficial de quienes ajustaron la relación filosófico-teorética de Demócrito y Epicuro a las similitudes y, en algunos casos, la identificación de los “errores” de Epicuro, deformando el legado del primero, quien sería el “estudiable” entre ambos en lo que refiere a la filosofía de la naturaleza y al atomismo.
“Dos filósofos enseñan en absoluto la misma ciencia y lo hacen por cierto de la misma manera; sin embargo —¡qué inconsecuencia!— se hallan en diametral oposición en todo lo que concierne a la verdad, la certeza, la aplicación de esta ciencia y, de un modo general, respecto de la relación entre el pensamiento y la realidad. Yo digo que están en oposición diametral y trataré ahora de demostrarlo”, nos dice en su tesis doctoral y se lanza a ese desafío, logrando demostrar las diferencias entre ambos filósofos y, en ese marco, identificar los importantes aportes del grupo de epicúreos, estoicos y escépticos, desde la filosofía helénica, con razonamientos novedosos respecto a lo que la filosofía griega había planteado hasta el momento.
El movimiento del átomo fue una identificación e interpretación esencial de Marx en cuanto a la diferenciación entre los filósofos estudiados, y en relación a la preeminencia del saber filosófico natural frente al teológico, así como a la comprensión de libertad que luego desarrollaría desde el edificio teórico sostenedor del comunismo que construyó inacabada y abiertamente, atendiendo su condición finita como humano y su valoración por el conocimiento científico en permanente movimiento.
Demócrito comprendió que en el mundo solo existían materia y vacío. La materia (ser) estaba compuesta por una cantidad de puntos indivisibles a los que llamó átomos. Y entendiendo la existencia de la inercia, razonó que el átomo caía de arriba abajo en dos movimientos: caída y choque (o repulsión). Esta comprensión abrió camino a la visión democritea de la necesidad como elemento principal en la formación y relación de materia y vacío. Epicuro, en cambio, incluyó un tercer movimiento intermedio al movimiento de los átomos. Luego de la caída, razonó que habría un movimiento, una desviación o declinación del átomo antes del choque o repulsión, entendiendo que ese movimiento le daba al átomo singularidad y abría el escenario al “acaso”, al azar, a la posibilidad.
De aquellos años “antes de Cristo” pasaron infinidad de momentos en diversas formaciones sociales con múltiples agrupamientos y reagrupamientos humanos. En tiempos de Epicuro y los años inmediatamente posteriores, varios filósofos denostaron su razonamiento en cuanto a ese movimiento intermedio. La ciencia exacta, años después, le dio la razón. Y un poco antes, el poeta Lucrecio escribió su poema didáctico De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas), en el que divulga las doctrinas filosóficas del epicureísmo, en lo que algunos entienden que podría ser la mayor obra de la poesía de Roma.
Esa razón apegada al saber filosófico que Epicuro cultivó contrastó con la apertura empirista, positivista de Demócrito, que, ávido de saber, se lanzó a un recorrido por diversos pueblos, buscando otras formas de entender nuestra existencia como humanos. Según se registra, estuvo con sabios de diversas culturas, acumulando sabiduría en física, ética, matemática, geometría, además de todas las artes y las disciplinas enciclopédicas. Luego de ese recorrido físico y mental, el considerado “padre de la física” y de la ciencia moderna volvió a sus pagos.
Marx interpreta que Demócrito “…fue empujado tan lejos, en parte por el deseo de aprender, que no le daba reposo, pero también por el hecho de no hallar satisfacción en el verdadero conocimiento, es decir, en el saber filosófico. El saber que él tiene por auténtico es vacío; el que le ofrece un contenido carece de verdad.”
Por el contrario, Epicuro entendió que el saber filosófico era suficiente para alcanzar la felicidad, la ataraxia. «Será necesario que sirvas a la filosofía para obtener la verdadera libertad. Quien se dedica y entrega a la filosofía no debe esperar, muy pronto se verá emancipado. Pues servir a la filosofía significa libertad»… “Que el joven no dude en filosofar ni el anciano renuncie a filosofar, porque nadie es demasiado joven ni demasiado maduro para recobrar la salud del alma. Pero quien diga que el tiempo de filosofar no ha llegado aún o que ha pasado, se asemeja a aquel que pretende que el momento de ser feliz todavía no está en sazón o que ya se ha esfumado», nos decía desde su Jardín, del que, a diferencia de Demócrito, casi nunca salió. Cuando lo hizo, fue en las cercanías y para visitar a sus amistades, consagrándose al saber liberador de la filosofía, confiando en las percepciones como expresión objetivada de la subjetividad, entendiéndolas en las singularidades emanadas de las experiencias de los individuos y reduciendo (o ampliando ilimitadamente) la existencia a la formación de una autoconsciencia individual cuyo principio era igualar a los seres humanos en la posibilidad de conocer-percibir-razonar, o sea, filosofar.
Es notable el ejercicio dialéctico de Marx al notar el esfuerzo de Demócrito por recorrer y conocer diferentes formas de ver el mundo y de entenderse en él, para llegar al vacío, al escepticismo, a una suerte de comprensión que entiende la ausencia de la verdad o, en el mejor de los casos, a una intermitencia de la misma, con destellos acotados en cuanto a expansión y aprehensión. Y en ese esfuerzo dialéctico, ubicar a Epicuro como un dogmático de la filosofía que, al mismo tiempo, abría camino al azar, a la posibilidad para liberar hasta el infinito las probabilidades de cambio. Un filósofo curioso que recorrió para quedarse en la idea de prevalescencia de la necesidad en el devenir, enmarcado en la duda permanente, por un lado. Y otro filósofo dogmático reivindicador del azar, de la posibilidad y, entonces, del libre albedrío, consecuente con la autoconsciencia producto de la razón empírica.
Además, la coherencia de Epicuro hizo que su Jardín reúna a todo tipo de humanos: jóvenes, adultos, adultos mayores, esclavos, mujeres, partiendo del principio igualador en cuanto a posibilidad del saber, del que hablamos en el párrafo anterior. La inclusión de esclavos y mujeres fue singular en ese tiempo.
Liberalismo, socialismo, comunismo y prisiones
Así como Demócrito y Epicuro fueron ocultados durante siglos por el cristianismo, debido a su énfasis en la razón humana y la vida terrenal, los postulados filosóficos y políticos han sido tergiversados a lo largo de la historia en función de los intereses hegemónicos de cada época.
Para Marx, el comunismo representa la síntesis libertaria más avanzada de la humanidad, en confrontación radical con el liberalismo, cuya expresión concreta ha presentado y sigue presentando serias limitaciones que, en muchos aspectos, funcionan como prisiones, restringiendo el libre albedrío entendido desde la esencial condición social del ser humano.
Para comprender por qué el comunismo es la síntesis libertaria más abierta e integral posible, es necesario revisar las distintas concepciones de la libertad. En este análisis incluiremos al pensador liberal Isaiah Berlin, a quien el filósofo Néstor Kohan considera uno de los principales polemistas teóricos de Marx en el siglo XX, además de ser reconocido como uno de los más influyentes pensadores liberales de dicha centuria.
Los conceptos fundamentales de libertad en Berlín son la «libertad negativa» y la «libertad positiva». La primera se relaciona con los derechos individuales y la posibilidad de actuar sin restricciones ni interferencias por parte de otros. La segunda, según Berlin, supone que los individuos son plenamente racionales y, por lo tanto, deben aceptar la necesidad y autoeducarse. Si no lo hacen, será necesario reprimirlos y, en consecuencia, la autoridad terminaría convirtiéndose en libertad, según esta perspectiva, explica Kohan.
Liberalismo, socialismo, comunismo y prisiones (continuación)
La concepción liberal interpreta de manera superficial y simplista la idea de libertad en Marx. Desde esta perspectiva reduccionista, se asume que los seres humanos son entes aislados que se desplazan cada uno en su propio carril y que desarrollan su libertad solo en ausencia de intervención por parte de otros individuos o instituciones.
Néstor Kohan considera que esta noción de libertad responde a un modelo «galileano-hobbesiano», y para ilustrar su argumento, expone definiciones clave de ambos pensadores:
Galileo Galilei señala:
«Todo cuerpo tiende a permanecer en el estado de reposo o de movimiento rectilíneo uniforme en que se encuentre, siempre que una fuerza exterior no modifique esos estados.»
Hobbes, basándose en la reflexión de Galileo, plantea:
«Libertad significa, propiamente hablando, la ausencia de oposición (por oposición se entienden los impedimentos externos al movimiento). Puede aplicarse tanto a las criaturas inanimadas e irracionales como a las racionales. Cualquier cosa que esté atada o envuelta de tal modo que no pueda moverse dentro de cierto espacio determinado por la oposición de algún cuerpo externo, decimos que no tiene libertad para ir más lejos.»
Y concluye:
«Por libertad se entiende, de acuerdo con el significado propio de la palabra, la ausencia de impedimentos externos.»
Estas definiciones son características de la sociedad burguesa mercantil, pensada desde la perspectiva de los propietarios de los medios de producción. En este modelo, la libertad se mide en función del aislamiento individual y de la acumulación material. De ahí surge la famosa afirmación: «Mi libertad termina donde comienza la tuya.» Esta concepción, basada en la oposición, es funcional para una sociedad que privilegia la competencia sobre la cooperación, el individualismo sobre la construcción colectiva, y que percibe al otro no como una extensión de sí mismo en cuanto ser social, sino como un adversario.
En esta sociedad de individuos atomizados, el único vínculo social es el dinero, la mercancía. Históricamente, esta estructura se ha consolidado a través de la relación capital-trabajo, dividiendo a la sociedad entre poseedores de los medios de producción y poseedores de fuerza de trabajo. Esta relación esconde múltiples formas de privación de la libertad, verdaderas prisiones económicas y sociales. Un ejemplo es la situación del trabajador, cuya libertad está restringida: al carecer de medios de producción propios, debe vender su fuerza de trabajo a quienes los poseen, estableciendo así una relación jerárquica entre empleador y empleado. Este esquema subordina el trabajo al capital y limita el desarrollo integral de los individuos, impidiendo la plena realización de sus talentos y capacidades en un marco de felicidad compartida y armónica.
En contraposición a esta visión, Marx concibe la libertad como un fenómeno social, que se amplía en la interacción con los otros. La verdadera libertad es aquella que permite liberar talentos y eliminar la explotación del ser humano por el ser humano. En El Capital (Tomo III), Marx afirma:
«La libertad solo comienza allí donde cesa el trabajo determinado por la necesidad y la adecuación a finalidades exteriores (…) Por consiguiente, está más allá de la esfera material propiamente dicha.»
Con esta afirmación, rompe con la lógica de la necesidad material-natural y concibe una transición planificada hacia el socialismo. En este estadio intermedio, aún ligado a la necesidad, se busca la liberación progresiva de las capacidades humanas a partir de la igualdad de oportunidades para el desarrollo integral. Este proceso conduce hacia el comunismo, un sistema basado en la libre asociación de individuos sin coerción estatal, organizado en autogobiernos.
Al respecto, Kohan señala:
«El plan, como instrumento de intervención subjetiva dentro de la legalidad “objetiva” en la transición socialista, es la mediación insustituible para alcanzar ese otro estadio: el de la libertad. Mercado y libertad son incompatibles. Si el socialismo opta por la libertad en sentido radical, no puede intentar conjugarse con el mercado como proyecto estratégico.»Principio del formulario
Mientras el liberalismo concibe la libertad como una realización individual, circunscrita al ámbito privado y limitada al terreno político, manteniendo en el ámbito productivo la autocracia, el autoritarismo y la imposición, su máxima expresión histórica, el comunismo, propone una concepción radicalmente distinta. Desde la superación de la autoconsciencia individual epicúrea mediante la concepción marxista de las determinaciones e ilimitadas aperturas de la condición social del ser humano, el comunismo plantea la libertad como un fenómeno integral, posible solo en la libre asociación de seres humanos. Para ello, es necesario trascender la sociedad dividida en clases y su consecuente estructura estatal opresora, la cual reproduce en el ámbito político la relación capital-trabajo que define la cotidianeidad fabril, empresarial y comercial.
Es importante recordar que el Estado capitalista, como estructura de administración y dominio, ha sido históricamente organizado en función de los intereses de la clase dominante. Al respecto, el filósofo Jorge Luis Acanda González, analizando el Estado burgués, sostiene:
«Las libertades garantizadas por el Estado moderno (la emancipación política) son las libertades individuales de perseguir los intereses particulares propios, sin preocuparse por los otros ni por la comunidad.»
Y continúa:
«Esas libertades contribuyen a perpetuar la fragmentación social y profundizan la enajenación del hombre.»
Marx, en Sobre la cuestión judía, complementa esta idea al afirmar:
«Aquella libertad individual y esta aplicación suya constituyen el fundamento de la sociedad civil burguesa, una sociedad en la que cada hombre encuentra en los demás no la realización, sino, por el contrario, la limitación de su libertad.»
A partir de estos elementos y de la esencia libertaria del pensamiento marxista, se desprende que la plena liberación de los seres humanos exige superar el trabajo asalariado, es decir, emancipar el trabajo de los condicionantes económicos. La concepción de libertad en Marx trasciende lo meramente material y plantea una superación racional y emocional de las opresiones impuestas por la clase dominante. Esto implica destruir el orden socioeconómico capitalista, su Estado y su cosmovisión, para construir una transición revolucionaria socialista con un aparato de administración y control mucho más reducido y funcional, dirigido por la clase trabajadora.
En este nuevo marco, las tareas del Estado se limitarían a funciones ejecutivas derivadas del consenso social y del debate político en los espacios de trabajo, vivienda y estudio. Así, la política sería reubicada en el único lugar posible para superar la hipocresía y la anomia del Estado burgués, donde las leyes y la política, encerradas en la estructura estatal, se presentan como algo ajeno a la vida cotidiana de las personas, generando desconfianza y desinterés en una ciudadanía cada vez más alejada de la política. Esta desconexión perpetúa la confusión y la escisión de los individuos respecto a su situación real, atrapándolos en el deber ser y en la doble moral promovida por el sistema.
En el apéndice de su tesis doctoral, Marx reflexiona sobre el devenir filosofía del mundo y el devenir mundo de la filosofía, entendiendo la relación dialéctica entre la teoría y la praxis. En esta línea, sostiene que la totalización filosófica implica la negación de la filosofía al mismo tiempo que su masificación. Con ello, da continuidad a postulados rigurosos que, precisamente por ser tales, se asumen como tendenciales y falibles, incorporando la contradicción como principio fundamental del movimiento y la transformación. En este sentido, el edificio teórico marxiano se concibe como una filosofía de la praxis.
Esta concepción se encuentra plasmada en las Tesis sobre Feuerbach, particularmente en la tercera, donde Marx afirma:
«La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los propios hombres quienes hacen cambiar las circunstancias y que, a su vez, el educador necesita ser educado. Esta concepción conduce inevitablemente a dividir la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la otra. La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana solo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.»
Recuperar la esencia del marxismo como síntesis dialéctica y movimiento permanente exige volver a los aportes de pensadores como Demócrito y Epicuro, así como de muchos otros, analizándolos con rigor científico y en combate radical contra toda forma de reificación y fetichización. Este proceso debe asumirse desde nuestra condición de seres sociales, reconociendo que estamos impregnados por la cosmovisión burguesa y que solo podremos superarla mediante un proyecto liberador basado en la paciencia, la firmeza, la disciplina consciente y la creatividad. Y, sobre todo, con la humildad, pues solo ella es capaz de parir grandeza y libertad.
Bibliografía
- Acanda González, Jorge Luis. Traducir a Gramsci.
- Anzola Moreno, Johan Nicolás. La tesis doctoral de Marx. Cuadernos de Filosofía Latinoamericana.
- Kohan, Néstor. Marx en su (tercer) mundo: Hacia un socialismo no colonizado.
- Marx, Karl. Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y en Epicuro.
- Marx, Karl. El Capital, tomos I, II y III.
- Marx, Karl. Sobre la cuestión judía.
- Marx, Karl. La guerra civil en Francia.
- Marx, Karl. Tesis sobre Feuerbach.
