Texto escrito por Jean Paul Mella y publicado en New Worker, órgano de prensa de la Plataforma Comunista de los Trabajadores de los Estados Unidos de América, el 30 de junio de 2025

Traducción de I. M. Isasi, para Adelante!


Este artículo es la Primera parte de la serie: La Revolución es una Elección que Haces
Parte 2: El Momento Mamdani
Parte 3: Una Decisión


La crisis creciente

Guerra. Cambio climático. Pandemias. Recesión. Genocidio. Nuestro mundo está entrando en un período de crisis prolongada en múltiples frentes. Hay una sola causa: el sistema en el que todos vivimos y trabajamos, el capitalismo.

Este sistema, que se ha extendido por todo el planeta, ahora tambalea en su fase imperialista. Este sistema no se caracteriza por la estabilidad ni el progreso, sino por la búsqueda de ganancias, la competencia y el poder. Cada meteórico aumento de los precios de las acciones, deja a su paso: tierras arrasadas, ciudades reducidas a escombros y miles de millones de vidas truncadas. El capitalismo se define por períodos de acumulación seguidos por etapas en las que ese capital sobreacumulado debe encontrar salidas para ser redistribuido. Ahí es cuando estalla la crisis.

Cada vez más, la coyuntura internacional está determinada por la competencia creciente entre capitales en pugna. El enfrentamiento entre bloques imperialistas —EE. UU.-UE-OTAN por un lado, y China-Rusia-Irán por el otro— ya no es teórico. Los primeros disparos ya están ocurriendo en Ucrania, Gaza, Sudán, Congo, Siria y más allá. No son conflictos aislados. Son expresiones de una contradicción cada vez más profunda en el orden global: una lucha agudizada entre potencias en decadencia y potencias en ascenso.

Desde el 7 de octubre, el asalto genocida de Israel contra Gaza se ha convertido en el nexo más barbárico de esta crisis. No se trata simplemente de un conflicto regional; es una encarnación brutal y genocida de la lógica imperialista, ejecutada por Israel con el respaldo total y el suministro armamentista de Estados Unidos. Esto no es una aberración. No es el primer genocidio que el capitalismo ha generado. Es la norma.

Por aterrador que sea este momento, no es desesperanzador. Por cada Auschwitz, hubo un Stalingrado. Cada imperio tuvo sus revolucionarios. Debemos enfrentar este momento con claridad y luchar como si todo el futuro estuviera en nuestras manos. Tenemos un mundo que ganar.

Capitalismo: nuestro enemigo es el sistema mismo

En esencia, el capitalismo es la producción generalizada de mercancías. Es decir, un sistema en el cual casi todo —bienes, servicios y relaciones— se produce y circula no para satisfacer las necesidades humanas, sino para ser intercambiado con el fin de obtener ganancias. Producción para el intercambio, para la ganancia, para la acumulación.

En Estados Unidos, esta lógica consume toda la vida. Alimentos, vivienda, salud, educación, naturaleza, incluso el tiempo mismo se convierten en mercancía. En última instancia, nuestra propia fuerza de trabajo como seres humanos es clave para todo el proceso: es la única mercancía que crea valor cuando se utiliza y, por tanto, los capitalistas necesitan toda una clase de personas que vendan su fuerza de trabajo como mercancía: la clase trabajadora.

Entre los trabajadores y los capitalistas no existe terreno neutral, no hay escapatoria del sistema. Solo existen las mercancías, y la competencia que determina su producción y distribución.

La competencia es implacable en todos los niveles. Miles de productores se enfrentan en el campo de batalla del mercado por ganancias y para sobrevivir. Desde tiendas de barrio hasta corporaciones globales, todos están atrapados en esta guerra eterna. Y, en esta competencia, hay ganadores y perdedores. Quienes ganan se convierten en monopolios. Pero, incluso en esa escala, la misma lógica sigue vigente: buscar el crecimiento perpetuo, aumentar el valor para los accionistas, encontrar nuevos mercados, intentar expandirse sin cesar.

A nivel de los monopolios, el terreno evoluciona de lo nacional a lo internacional. El capital busca expandirse, seguir compitiendo por mercados, recursos, rutas comerciales y mano de obra. A menudo, esto requiere guerra. El imperialismo no es una decisión de política exterior, es la consecuencia inevitable de las leyes del capitalismo. El mundo es un campo de batalla para el capital. Y las víctimas se cuentan tanto en dólares como en cadáveres.

Los asistentes ondean banderas en el National Mall durante la 57ª inauguración presidencial en Washington, DC, el 21 de enero de 2013

Palestina es un foco de nuestra lucha

En ningún lugar se evidencia con más claridad esta lógica barbárica que en Gaza. Esa franja de tierra sitiada es la expresión concentrada de la violencia imperialista.

La guerra de Israel no es una «represalia». Es un exterminio. Hospitales, escuelas, panaderías, hogares, todos son objetivos. Decenas de miles de personas masacradas, quizás cientos de miles siguen sin contabilizar. Niños bombardeados, mutilados. Periodistas asesinados. Familias enteras borradas de la faz de la tierra. Esto no es un accidente de guerra. Es una estrategia de aniquilación total ejecutada por Israel contra el pueblo palestino con fondos del imperialismo estadounidense.

Este es el capitalismo sin máscaras. Un agresivo Estado colonial de asentamiento llevando a cabo un genocidio con el respaldo total de las supuestas «democracias».

Frente a estas probabilidades, el pueblo de Gaza resiste. Y, al hacerlo, ha despertado a millones en todo el mundo.

Desde Yakarta hasta Chicago, desde Sudáfrica hasta Yemen, el clamor por Palestina ha despertado una nueva ola de solidaridad internacional. Estallaron protestas. Estudiantes han puesto en juego su futuro. Trabajadores han bloqueado envíos. El hechizo de la neutralidad comienza a romperse.

Pero la solidaridad no basta. El duelo debe convertirse en militancia. La indignación debe transformarse en organización. La liberación de Palestina no puede delegarse a hashtags ni a soluciones a medias. Exige una fuerza revolucionaria, enraizada en la clase trabajadora, que es quien realmente posee el poder en la sociedad capitalista y, por tanto, es capaz de desmantelar la máquina de guerra.

Palestina es un punto focal de la revolución de la clase trabajadora. Gaza nos muestra tanto el horror de lo que existe, como el coraje de lo que puede surgir en su contra.

Otra vez guerra

Una nueva guerra mundial está en el horizonte, de hecho, ya está en marcha. En palabras del CEO de J.P. Morgan Chase, Jaime Dimon: «La Tercera Guerra Mundial ya comenzó. Ya hay disputas en el terreno que se coordinan en múltiples países».

Después de dos décadas de supremacía imperialista sin precedentes, EE. UU. ahora enfrenta una competencia creciente. China ha crecido en poder industrial y financiero. Rusia se reafirma militarmente. Irán expande su influencia regional. Son estados capitalistas gobernados por la misma lógica de producción de mercancías que EE. UU., compitiendo por su lugar en la cúspide de la pirámide imperialista.

Y EE. UU. responde como cualquier competidor experimentado lo haría: con asedios, sanciones, maniobras y con la fuerza.

Los campos de batalla se multiplican: Ucrania, Medio Oriente, el Mar de China Meridional, los estados del Sahel y más. La guerra adopta múltiples formas. La competencia amenaza con escalar hacia una guerra total en más frentes.

El sistema capitalista-imperialista no puede sostener la paz, está a punto de estallar.

Bombardero B-2 utilizado por EE. UU. en el ataque a las instalaciones nucleares de Irán.

En junio de 2025, la escalada en Medio Oriente casi derivó en una gran guerra. Tras un ataque aéreo israelí a activos militares iraníes, Irán respondió con una andanada de misiles devastadora y coordinada sobre territorio israelí. De manera alarmante, EE. UU. lanzó ataques selectivos contra instalaciones nucleares iraníes en su territorio. Por un momento, la guerra entre EE. UU. e Irán, y posiblemente otros estados, pareció inminente.

Tanto EE. UU. como Irán retrocedieron en sus respuestas. El momento pasó. Por ahora. Este episodio reveló cuán rápidamente este sistema frágil puede precipitarse en la catástrofe. Una incursión aérea, un choque naval, una operación de falsa bandera y el mundo se desliza hacia una guerra generalizada.

Opuesto al capital estadounidense desde la Revolución de 1979, Irán ha crecido en influencia regional, convirtiéndose en un adversario formidable en una zona donde EE. UU. había disfrutado de enorme control. Rusia y China, que han estrechado lazos económicos y diplomáticos con Irán, encuentran sus intereses cada vez más alineados. Estos tres pesos pesados del sistema imperialista se acercan como bloque, aunque sus alianzas aún distan de ser cohesivas, lo que deja una apertura para EE. UU., cuya posición dominante en el mundo se ve hoy gravemente amenazada.

Este es el resultado lógico del capitalismo-imperialismo. Un mundo dividido en bloques de capitales en competencia no puede sostener la paz. La guerra no es una desviación del capitalismo. Es su máxima expresión. El conflicto, tarde o temprano, debe estallar. Y lo hará, a menos que la clase trabajadora intervenga conscientemente como una fuerza revolucionaria.

Frente a esta senda de guerra imperialista y una crisis climática en desarrollo, nuestra lucha revolucionaria como clase trabajadora adquiere un sentido de urgencia catastrófica. El movimiento no se construirá automáticamente: lo construirán activamente los trabajadores revolucionarios que elijan conscientemente la lucha por el socialismo-comunismo, que elijan responder a este momento histórico. Debemos decidir, antes de que sea demasiado tarde y el momento decida por nosotros.