Análisis | Por John Sherrard

En un artículo previo, abordé la presencia histórica de grupos ultraderechistas en Paraguay a lo largo del siglo XX, así como su vinculación con actividades criminales. Estos hechos han configurado la posición de Paraguay como un no-lugar en el orden internacional, lo cual se mantiene vigente hasta nuestros días, constituyéndose como refugio en América Latina para el crimen, la delincuencia, la ultraderecha y el imperialismo.

Desde 1947 hasta la fecha, el régimen colorado ha estado enquistándose con cada vez más profundidad, y hoy, más que nunca después del 3 de febrero de 1989, no encuentra casi margen de oposición.

Paraguay está en una eterna transición a una democracia que no tiene visos de llegar. Quizá porque hasta ahora la última dictadura no ha podido nombrarse adecuadamente en voz alta.

La indignación de numerosas personas vinculadas con el ámbito de la cultura y las artes hacia herederos del stronismo —quienes utilizan su capital familiar y social para beneficiarse de las ya de por sí escasas ayudas públicas—, nos muestra que sí hay resquicios de conciencia respecto al verdadero nombre de la dictadura.

La dictadura stronista fue una dictadura cívico-militar, en donde lo cívico ha sido omitido convenientemente y hoy persiste en la figura de los «herederos».

«Si algo molesta de la memoria de la dictadura que con tanta tenacidad la sociedad argentina ha sostenido es la constatación de que no fue un hecho meramente militar», nos dice el historiador argentino Ezequiel Adamovsky en ElDiarioAR. Respecto al Paraguay, el historiador Fernando Martínez Escobar afirma en El Nacional: «la dictadura de Stroessner fue cívico-militar, no fue una dictadura sustentada sólo en los militares, si no que tuvo también un brazo civil político importante».

Hoy ya no gobiernan los militares y los policías. Cayó el brazo militar de la dictadura, forzado por el fin de la Guerra Fría. Sin embargo, el brazo civil de la dictadura stronista se muestra intacto; incluso, exhibe hoy más vitalidad que nunca, ahora renovado con nuevas generaciones de herederos que conforman una clase aristocrática similar a la nobleza europea. A este respecto se vuelve obligatoria la lectura de las investigaciones de Aníbal Miranda y de Idilio Méndez Grimaldi, con nombres y apellidos de quienes poseen «títulos nobiliarios» hoy en Paraguay, país tan profundamente desigual comparable a la de una sociedad del medioevo.

«Los empresarios, la Iglesia, varias figuras del liberalismo y buena parte de la prensa debieron lidiar durante décadas con su incómodo pasado de colaboración», afirma Adamovsky. Sus palabras se pueden aplicar perfectamente al Paraguay, con un brazo cívico integrado además por toda suerte de agentes de inteligencia, pyragüés, contrabandistas, narcotraficantes, entre otros criminales y delincuentes. En la actualidad, ese sector civil del régimen se fortalece también con la presencia de los «herederos», descendientes de represores y usurpadores, que exhiben indignantes privilegios en uno de los países más pobres de América Latina.

La dictadura stronista fue una dictadura cívico-militar. Sus herederos todavía gobiernan, y, por si fuera poco, algunos se dedican a las artes y ganan becas.Esto mientras las mayorías de artistas se debaten entre el hambre, la miseria, la falta de atención a la salud y el nulo apoyo —como es de esperarse en una sociedad estamental feudal—.

¿Puede hablarse de democracia si no hay memoria, verdad, justicia y reparación? Señalar lo obvio es un ejercicio necesario donde reina el silencio.


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